Por Mariano Pacheco
Una mirada sobre la cultura en dictadura -en tres cortes-. I: violencia política y literatura nacional
Desde sus inicios, nuestra literatura estuvo signada por la obsesión de los escritores por intentar dar cuenta de los conflictos políticos que en cada momento atravesaron la sociedad argentina. Doble comienzo –sostuvo Ricardo Piglia alguna vez, refiriéndose a El matadero de Esteban Echeverría y al Facundo de Sarmiento– para dar cuenta de una misma historia: la de una escena de violencia. Las formas en que la violencia política ejercida por las clases dominantes marca los cuerpos de los de abajo (indios, gauchos, cabecitas negras), será uno de los ejes estructurantes, entonces, de la literatura nacional. Los modos de indagación, las posibilidades de imaginación de esta realidad política a través de la ficción, será una de las claves de una de las más importantes tradiciones literarias argentinas. El período en que esa violencia adquirió en nuestro sus mayores relieves (1974-1984) no es una excepción.
A continuación, un breve recorrido que contempla uno de los tres libros que entendemos, son los más potentes de esos años, elegido para esta serie que nos proponemos rescatar en el 40 aniversario del golpe del 24 de marzo. Libros que fueron escritos y publicados durante ese mismo período, mientras la sangre y el horror promovido por la maquinaria asesina del Estado recaía sobre los cuerpos de la militancia que luchaba por tomar el cielo por asalto.
Escribir con sangre
Publicada en 1979 por Siglo XXI editores, impresa en México D.F, escrita en el largo exilio, Cuerpo a cuerpo, de David Viñas, no trata, sin embargo, sobre el exilio. Tal como puede leerse en la contratapa de la primera edición, esta novela surge, eso sí, de la pasión, del horror, de la ira del exilio. Es un intento desesperado por dar cuenta de un tiempo desgarrado por el sin tiempo que se vive en los campos clandestinos de detención-exterminio que, desde el 24 de marzo de 1976, funcionan sistemáticamente en todo el país. Junto con Nadie Nada Nunca (1979), de Juan José Saer, y Respiración artificial (1980), de Ricardo Piglia (1980), entendemos que son los libros que de modo más descarnado trabajan desde la literatura con aquello que acontecía en el país.
Tal vez podamos pensar Cuerpo a Cuerpo como una novela post-sartreana. Y esto, en un doble sentido. Por un lado, porque se encuentra un paso más allá de las “retotalizaciones” del Jean Paul Sartre de la Crítica de la razón dialéctica –a las que el propio Viñas adscribió durante años–, ya que la construcción formal de este texto se caracteriza por los fragmentos constitutivos de cada parte y por los nuevos sentidos que adquieren a partir de lo que Aníbal Jarkowski denominó “cocedura por la sintaxis” (“sobrevivientes en una guerra: enviando tarjetas postales”). De todos modos, así como Cuerpo a cuerpo no admite ser clasificada como “novela del exilio”, tampoco es posible inscribirla dentro de las “novelas fragmentarias”, ya que la modalidad fragmentaria se articula en este caso dentro de una lógica organizativa que corresponde con su propia originalidad. De allí que se constituya como un texto inconfundible e inimitable. “La transgresión máxima de las normas –insiste Jarkowski– produce una crispada organización del lenguaje, que llega en algunos casos a tornar ilegible el texto”. ¿Es posible, teniendo en cuenta la experiencia colectiva –la carnicería– que se vive en el país, y la experiencia íntima de contar con un hijo muerto, articular un relato que no transmita las marcas del matadero sobre los cuerpos? Evidentemente no. Y de ahí que, más allá de la violencia de los contenidos, la violencia sea transmitida al lector, también, a través del lenguaje. Eso, decía, por un lado.
Por otro lado, la novela es post-sartreana porque –habiendo comprendido y encarnado el “compromiso” de la escritura– Viñas, como decenas de intelectuales en la época, se lanzaron a la batalla siguiendo los postulados del Sartre de ¿Qué es la literatura? se han lanzado a la batalla sí, y han sido aplastados, junto a decenas de trabajadores, profesionales y estudiantes –en su gran mayoría jóvenes, como los propios hijos y una nuera de Viñas– por el poder terrorista del Estado.
¿Cómo situarse entonces? ¿Qué hacer luego de un período de luchas como el experimentado por los sectores populares en nuestro país entre 1969 y 1976? Viñas, y muchos de sus “compañeros de ruta”, decidieron volcar su escritura primero y su propio cuerpo después, junto a las luchas del pueblo por su liberación. Aun tomando las armas –como también el propio Sartre había advertido que en determinadas circunstancias sucedería–. Las consecuencias son conocidas. Muchos de ellos, además, tuvieron que padecer el hecho de ver cómo le arrancaban la vida a las generaciones más jóvenes (a sus propios hijos) que, en muchos casos, se incorporaron a la lucha luego de leer y admirar sus textos.
Sin embargo, y a pesar del dolor, del exilio, quienes sobrevivieron al horror (al terror), continuaron escribiendo. Cuerpo a cuerpo es un claro ejemplo –entre varios otros– de confluencia entre la pluma y la espada.
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Esa violencia –la de los sectores de poder sobre los de abajo– que utilizando un término viñesco podríamos caracterizar como constantes con variaciones, esa violencia Estatal y paraestatal que los poderes (empresariales, militares, periodísticos, religiosos…) desataron contra el indio, el gaucho, el negro, el proletario, según los momentos, es una invariable de la narrativa de Viñas. Esa historia de la violencia oligárquica, destacó Piglia, es también la historia de su revés: la de las víctimas, abordada por Viñas con ingenio en casi todos sus libros (“Viñas y la violencia oligárquica”, La argentina en pedazo). En este caso, nos enfrentamos a una novela de casi 500 páginas, en la cual se reconstruye gran parte de esa historia política nacional: desde los inmigrantes que vinieron a poblarlo, hasta el asalto al poder por parte de la Junta de Comandantes. Condensado a través del relato de la historia familiar de uno de los personajes (el Teniente General de la Nación Alejandro Cláns Mendiburu), podemos ver cifrados 100 años de historia argentina. Años marcados por la violencia creciente, que se transforma en el hilo conductor de las historias y temporalidades presentes en el texto.
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Ficción beligerante, entonces, ya que tanto el título como el contenido y la forma del texto presentan una modalidad en la guerra entre las clases. Modalidad que se “corre” de las batallas convencionales para dar cuenta de un tipo de enfrentamiento que involucra a la sociedad civil y se da en medio de la confusión y el acortamiento de las distancias. Varios casos ejemplifican esto en la novela. Por un lado, cuando El Payo remarca ese pasaje del escenario de la guerra desde la selva hacia la ciudad (“Buenos Aires, Santiago, Janeiro). “Ahora –insiste– la guerra es a muerte, cuerpo a cuerpo. Y nadie puede declararse a-político, a-militar. Matar o morir. Nosotros. Yo. Los que están de nuestro lado. O los que golpean enfrente”. Por otro lado, cuando Mendiburu hace referencia al Facundo de Sarmiento. Y a su subtítulo: “civilización o barbarie”. Y dice: “esa es nuestra guerra. De nuevo. Puesta al día… Y las fronteras de hoy tienen nombres de calles… Blanco o negro. Matarlos o que ellos se hagan cargo de todo”. También cuando en uno de sus cumpleaños, su mujer Elvira le regala una medalla de la Batalla de Ayacucho (acontecida el 24 de diciembre de 1824). Él le agradece y dice: “entonces el enemigo era claro, estaba con otro uniforme, del otro lado. No como ahora, todos mezclados”. Y por último, en un momento en que Mendiburu se encuentra con varios militares de distintos países (se supone que en Panamá), y discuten sobre la guerra entre Israel y Egipto. El Payo interviene para situar el debate. Y exclama: “Yo; aquí. América. Y bien recortada… Porque si hablamos de guerra, seamos serios y pensemos en las que pueden sernos útiles. Por así decir. Dos: Vietnam y Argelia”. “Guerras sucias” –remarca–. “Mugrientas. Así son las nuestras. Y escribió en el pizarrón. Guerras policiales…. Logística mesturada con perros violadores, delaciones, rastrillajes en villas miserias… guerra hedionda. Pero eso es lo que nos tocó. La nuestra. Sin tregua de Dios, sin clarinetes, sin asco… con mierda criolla y hasta el cogote. Con algunas diferencias. Digo con respecto a Argelia y Vietnam”.
De estas líneas se desprende con claridad que el propio texto sea comprendido como una modalidad más del combate y no como “representación” de éste. De allí, también, que por más que Viñas trabaje con la realidad política del país, no pueda inscribirse esta novela en los parámetros del realismo convencional: sus vínculos con lo real se dan a partir de una relación de tensión y de mezcla de registros ficcionales, ya que no es, en sentido estricto, un texto testimonial o de denuncia, aunque por supuesto, denuncia y da testimonio, pero siempre en el marco de la narratividad y los procedimientos ficcionales.
Tal vez haya sido esta violencia creciente, presente en el texto, la que ha llevado a Guillermo Saccomanno (“Poner el cuerpo”) a decir que esta novela debía ser leída bajo el iceberg de un tironeo violento (donde la acción y las palabras confluyen, luchan y se enturbian), “porque si hay un rasgo que define la literatura de Viñas (tal como él definió la literatura argentina a partir de Echeverría) es la violencia. La violencia de lo económico, lo ideológico, lo político, y ahí está lo nodal de su obra: en los cuerpos violados”. Algo similar a lo expresado por Ricardo Piglia en el texto mencionado, quien destacó que, en Viñas, la muerte se sexualiza y la dominación se marca en la carne. “Los dueños de la tierra son también dueños de los cuerpos”. Y de las subjetividades –podríamos agregar, siguiendo las enseñanzas del psicoanálisis– ya que los cuerpos no son sólo un componente orgánico, sino un entramado orgánico, psíquico y cultural.
Subjetividad en riesgo, asediada ya no por las marcas sobre los cuerpos, sino por las sombras, los fantasmas, las huellas del Proceso que no dejan de operar en esta democracia signada por la derrota de los proyectos revolucionarios.