Reseña de Las derrotas del silencio, el segundo libro publicado por el autor mexicano Román Cortázar, y el primero de poesía, editado por Vaso Roto (2019). El libro es un recorrido por los silencios que se esconden tras las ausencias y añoranzas, de instantes que se habitan para siempre.
Por César Saravia / Foto: Éclaircies de Noemie Boullier
Reseñar poesía nunca es una tarea que me resulte sencilla. Y es que hay tantos sentidos posibles que pueden esconderse detrás de un poema, que siempre queda la sensación de que no se le está haciendo justicia. El libro de Román Cortázar, mexicano de nacimiento, pero con el espíritu de “una pulga de circo”, como el propio autor describe, llegó a mí en un momento en que la poesía estaba alejada de mis lecturas. Pero ésta, se sabe, siempre se las arregla para aparecer y quizás sea ahí el punto desde donde deban partir mis comentarios sobre “las derrotas del silencio”.
Y es que el libro es el resultado de una búsqueda en que el tiempo transita entre la poesía y el silencio. En que las palabras se expresan, a veces como silencio, a veces como poema, y en ocasiones, van de la mano.
“no solamente eres
muchacha
tus besos
esparciéndose en mis venas
o el oro de tus muslos
que ansían mis muslos
eres la rosa disidente
la fragancia fugitiva
la siempre pura
y el silencio de los pájaros
te está nombrando”
Algunas ciudades nos marcan para siempre y es como si nunca dejáramos de habitarlas. Es el caso de Montevideo en la obra de Román, a la cual nos traslada como quien toma un poco de arena de una playa y la lleva consigo a todos lados. Lo unen a esta ciudad dos de sus referentes, Tomás Segovia y Eduardo Galeano, cuya amistad será clave en el nacimiento de este libro.
“A veces, Tomás, sonríes, me ves ver fuentes que conoces. A veces, por mis tristezas despiertas se asoman tus tristezas galopando dormidas en Montevideo. Aquí me encontré contigo, bajo estas nubes de mármol, junto al río Uruguay, fumando en el silencio sonámbulo.”
Los silencios son para el autor no la soledad, sino el lugar donde se encuentra con la gente que se queda para siempre, un amor, una amistad o el sueño de una revolución. En cuatro poemas que recorren, como un año, las cuatro estaciones, Román dibuja su amistad con Galeano, nos relata un Eduardo cercano, y la ausencia como el silencio más duro.
“me fui a Uruguay / con el alma por una sombra arrastrada / por melancolía / por las tardes tristísimas del tango / o del amor / interminable mar / tantas cosas te dije / pero lo cierto en verdad / es que quién sabe por qué me busco en Galeano todavía / ahora se dice que no has muerto / como el Che Zapata / como Sandino / ¿pero qué es este gran silencio / Eduardo? / mejor dicho / ¿dónde a qué hora nos veremos? / ¿Montevideo? / ¿Malvín a las 6 de la tarde el Brasilero? / ¿en el miedo ante la página en blanco / en las palabras mejores que el silencio? “
El libro transita distintos estilos, lenguajes, en algunos momentos Román apela a un poema corto donde “canta la justa”, y en otros transita la prosa poética. Por ejemplo, en el poema “la plata quemada”, dibuja una escena que recuerda quizás a “Chau Papa” de Juan Damonte, y en donde el relato se vuelve sorpresivo hasta para el propio narrador. “El narrador, que no atina qué decir, nos dice que Dorda pone su oreja en los labios del Nene. Nadie sabe lo que éste le dijo. Seguramente fueron palabras de amor.”
Al hablar de su libro, Román cita a Eduardo Galeano, “uno escribe para evitar que las personas y las cosas que ha amado se le escapen, se le mueran en las manos, se olviden”. De ahí que el libro sea lo más parecido a un álbum de fotografías en donde las temporalidades no son lineales, sino que se configuran como nuevas formas de ver pasar el tiempo. Quizás ese transitar entre el silencio y la palabra, sea lo más parecido a ese tránsito entre el sueño y el despertar.
viaja conmigo / como una palabra roja / calzándose el aire / pregúntame por los secretos del poema / y aparécete / quiero unir la voz y el eco / quemarme en tu mirar de agua
Derrotar al silencio puede venir también de la mano del amor y las pasiones que nos desbordan. El autor habla de éstas con la intensidad de un Rimbaud, consciente de que hay que vivirlas como si no hubiera mañana.
aquella tarde inventé tu rostro / cayéndose en mis ojos / te besé sin probar tus labios / y mi corazón supo tu nombre / más aún te amé / tu inacabable cuerpo que amé como la flor al rocío / aunque eras bellísima sombra todavía / así que una vez en ti / como si ya no fuera a haber mañana / debí decir te amo
¿Qué mejor forma de derrotar al silencio que la memoria? Cuando las voces que intentaron transformar su tiempo buscan ser silenciadas, ya sea por la violencia del Estado, ya sea por la violencia de la narrativa oficial que busca borrarles de los libros, traerlos es de alguna manera derrotar el olvido. Este olvido no es solo ya un silencio individual, sino uno colectivo al que intentan someternos, pero que siempre termina rompiéndose con un grito también colectivo, y que suena como a revolución. De ahí que no pueda faltar Rodolfo Walsh, en esa memoria.
Rodolfo se iba por el río / por donde pasará la Revolución susurrando su fuego / por eso querían cortarle las manos / como al Che / dejar a los pájaros sin ramas / y es inútil y no sé por qué carajo / «da un poco de vergüenza estar aquí sentado frente a la máquina de escribir» / pero volviendo al después de todo / Rodolfo no se marchó porque el mar no se marcha / porque siguen esperando hasta cuándo los barrios / volar con sus raíces / así que otra vez / otra vez me pregunto / si la revolución puede ser / agua que restaña las piedras / con gotitas de fracasos con humedad hembra /
Este diálogo que Román mantiene con el pasado y el presente, con personajes que dejaron su huella en la literatura latinoamericana, pero también en el imaginario de las militancias sociales, permiten ver a un autor que entiende a la escritura como algo que no ocurre en soledad. Así, la poesía es en esta obra concebida como una construcción colectiva y comunitaria.
Quedará pendiente que, fin de la pandemia por medio, podamos comentar el libro con Román, quizás en estos lares del conosur, o de vuelta en tierras mesoamericanas. Nunca se sabe, así andamos las pulgas de circo, sin muchas certezas, pero siempre inquietas.
Un silencio quiere ser nombre / riega en el comienzo el recomienzo / el fondo de todo como un dios / convertido en ceniza / ocupando mis pensamientos como sillas vacías / acude lleno de viento tapándome los ojos / y pelea oscuro / y estalla en la tarde como el encuentro en la espera. / El destino atraca en sus orígenes / hechos de desembarcos
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