Por Orlando Agüero
En días pasados, la noticia del asesinato de un oficial del Grupo Halcón de la Policía Bonaerense en un allanamiento en Laferrere puso al descubierto los lazos que unen delito y policías, que han estado al servicio de la represión comandada por la clase política.
El 26 de Junio del 2002 en el Puente Pueyrredón de la Ciudad de Avellaneda, al sur del conurbano bonaerense, se desataba una salvaje represión ordenada por el Gobierno Nacional y de la provincia de Buenos Aires, a cargo de Eduardo Duhalde y Felipe Solá respectivamente. En aquella ocasión, en la estación de trenes de esa ciudad eran asesinados, luego de una cacería humana Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, que junto a otros y otras miles, protestaban por la falta de trabajo.
Las balas asesinas y obedientes a las órdenes del poder político del Estado, también hirieron a más de cuarenta personas. Los uniformados además aprovecharon la oportunidad para detener y torturar en las comisarías de la zona a centenares de personas, de manera tal de completar una especie de plan sistemático orientado a disciplinar al movimiento popular que reclamaba por la situación social, económica y política que estaba dejando sin trabajo a millones de personas.
Ese trágico día, el ahora ex-comisario provincial Alfredo Fanchiotti (condenado a cadena perpetua por las ejecuciones), encabezó un equipo de cobardes asesinos entre los que se encontraba el ahora ex-sargento de la bonaerense Carlos Leiva, padre de Alan Leiva, el joven de 22 años que hace algunos días perdiera la vida en un enfrentamiento armado con el grupo Halcón de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, durante un allanamiento en su domicilio de la localidad de Gregorio de Laferrere, en el partido de La Matanza. En el transcurso de ese procedimiento, Leiva (Alan) asesinó al oficial subinspector Leonardo Alfaro, ante la irrupción de los policías que cumplían una orden judicial por “amenazas agravadas”. Luego, también, se lo vincula a bandas que desarrollaban distintas clases de delitos, entre ellas el narcotráfico.
De tal palo…
Carlos Leiva es el ejemplo más burdo de cómo se entrelazan los mezquinos intereses de la corrupción y el delito con el cumplimiento de las órdenes del Estado para la realización de “trabajos sucios” a través de una fuerza policial. En la conocida Masacre de Avellaneda, Leiva actuó de civil, infiltrándose entre los manifestantes para posteriormente disparar contra ellos. La cacería comandada por este asesino, que recorrió la avenida Mitre de esa ciudad, derivó más tarde en el allanamiento ilegal del local de Izquierda Unida que quedaba a unas cuantas cuadras del Puente Pueyrredón. Luego de este hecho, estuvo prófugo hasta que fue detenido para cumplir la condena por la represión. Y en el 2007 salió en libertad.
Posteriormente, ya exonerado de la policía, formó una banda dedicada a los secuestros extorsivos conocida como “la banda de la autopista” y entre los integrantes también se encontraba su hijo Alan. Por el secuestro de un cantante de cumbia fue condenado a once años de prisión. Hoy, tal vez llore, o no, a su hijo asesinado por los integrantes de la fuerza policial que lo cobijó durante años.
Claro contraste con la realidad expuesta por Darío Santillán y Maximiliano Kosteki: hoy se los recuerda con gloria y se los reivindicará con honores desde miles y miles de gargantas que gritan sus nombres y los hacen presentes.
Control social
Es paradigmático observar cómo estas runflas de personajes siniestros “sirven” para el desarrollo de las políticas de control social esgrimidas desde las más altas esferas del Estado y que son ordenadas por los dirigentes de la clase política. La represión y el delito como los robos o el asalto, el narcotráfico, el secuestro, la trata, parecen ser necesarios a la hora de generar miedo y distracción en la sociedad. Una distracción que le permite a las clases políticas saquear desconsideradamente las riquezas del país para engordar los intereses de pequeños sectores cada vez con más ganancias, mientras el pueblo empobrecido debe cuidarse de los peligros de la vida cotidiana.
Un miedo, que si bien se desarrolla a través de la coordinación delictual de bandas donde la policía y otras instituciones del sistema participan, está orientado a generar una demanda social. Esta demanda apunta a pedir mayor presencia policial cada vez en más lugares, sin advertir que el delito está permanentemente asociado a los agentes que el común de la sociedad piensa que los cuida.
Es por esto que existen los Carlos Leiva dentro de este sistema de opresión. En este caso para los trabajos sucios, pero sin ninguna duda existen para generar cada vez más miedo en nuestra sociedad. Una sociedad que se debate entre reclamar más presencia policial o armarse, asesinar o linchar a “los otros”, como caminando sobre la delgada línea que nos separa del enfrentamiento pueblo contra pueblo.
La estrategia del miedo le viene funcionando muy bien a este sistema. Es la mayor herramienta de control en esta sociedad. Por eso, luchar contra el miedo es luchar contra estos personajes, contra quienes les imparten las órdenes, y a favor de la libertad y la justicia.