Por Martín Obregón / Fotos: Repo Bandini
En el momento menos pensado el movimiento popular argentino le asestó al macrismo el golpe más duro. Envalentonado por el triunfo electoral de octubre, sobrestimando la fuerza propia y subestimando la fuerza de las organizaciones populares, el gobierno de Cambiemos redobló la apuesta y buscó cerrar el año quedándose con uno de los trofeos más preciados: la reforma previsional, ese brutal ajuste con el que pretendía cerrar – al menos parcialmente – los números de un plan económico que es una bomba de tiempo.
No lo consiguió. Y no hubo ninguna “posverdad” capaz de ocultar lo que se hizo a todas luces evidente: que el gobierno sufrió un retroceso y una derrota política de magnitud. Hasta sus propios lacayos de la prensa canalla tuvieron que admitirla. Aunque el macrismo insista con su proyecto, necesariamente deberá reformularlo y estará obligado, de ahora en más, a medir con mayor cautela la correlación de fuerzas verdaderamente existente.
El plan económico de Cambiemos no cierra sin un ajuste brutal. Y ningún ajuste brutal cierra sin represión. El actual proceso de endeudamiento no tiene parangón en nuestra historia. Argentina ocupa el primer lugar entre los países que se endeudaron a lo largo del 2017. Sólo el gobierno nacional colocó deuda por más de 60.000 millones de dólares, superando a China, un país que es treinta veces más grande. Esta es la fiesta de Macri, esa fiesta a la que sabíamos que no nos iban a invitar, pero que ahora pretenden que paguemos.
Endeudamiento, bicicleta financiera, ajuste y represión. Ciertos procesos tienen una recurrencia cíclica, y por más que muchos analistas y politólogos estén ávidos de novedades, deberán admitir que la derecha gobernante no es nueva ni democrática. El macrismo viene por todo y lo más probable es que su pulsión autoritaria crezca a medida que el escenario económico se llene de nubarrones. Pero enfrente hay un pueblo organizado, que sigue mostrando una potencia formidable al momento de ganar la calle, y que poco a poco va obligando a los más timoratos a tomar posiciones más firmes. Los tiempos del movimiento popular son inescrutables. Casi nunca coinciden con los tiempos frenéticos de la militancia y menos aún con los que vaticinan los intelectuales.
La jornada de hoy enciende una luz de esperanza. No es cuestión de subestimar al macrismo, un enemigo por demás poderoso. Y tampoco es cuestión de sobrestimar al movimiento popular. Pero qué lindo sería darle de nuevo la razón a Zitarrosa, cuando decía que no hay cosa más sin apuro que un pueblo haciendo la historia, que no lo seduce la gloria ni se imagina el futuro, que marcha con paso seguro, calculando cada paso y que lo que parece atraso, suele transformarse pronto, en cosas que para el tonto son causa de su fracaso.