Por Alejandro Brandel y Patricio Klimezuk. En los últimos años un nuevo actor se posicionó en Latinoamérica recreando el viejo vínculo establecido con Gran Bretaña y el más reciente con los Estados Unidos en un nuevo contexto internacional. Se trata del gigante asiático, China, la segunda mayor economía del mundo.
Esquemáticamente podemos sostener que la relación entre América Latina y sus socios comerciales, potencias imperialistas –llamando a las cosas por su nombre- como Inglaterra y Estados Unidos en cada siglo transcurrido desde la formal independencia de las repúblicas del continente, permiten establecer como rasgo característico. El establecimiento de una economía basada en la agricultura y/o en la ganadería (o ya en el siglo XX en la renta de algún otro producto, como puede ser el petróleo), generalmente monoproductora, exportadora de materias primas sin mayor elaboración e importadora de bienes manufacturados es un patrón común a todos los países. Sin embargo, a partir de su exponencial crecimiento desde la década del `80, un nuevo actor ha aparecido recientemente en la región, entrometiéndose en esos históricos vínculos y convirtiéndose en uno de los principales inversionistas y prestamistas.
La revista Econ South de la Reserva Federal de Atlanta asegura que “China alcanzó un promedio de 10.3% de crecimiento económico anual real desde el año 2000, y ahora es la segunda economía más grande del mundo en términos de Producto Bruto Interno” (Ver El comercio estrecha vínculos entre China y América Latina). A su vez, el diario Página/12 informaba el jueves 27 de septiembre que desde el año 2005 los préstamos de instituciones financieras de ese país hacia la región totalizaron unos 75 mil millones de dólares (Ver La apuesta de la banca china).
Sobre la nueva potencia imperialista en la región y la recreación de un modelo que ya ha demostrado que no lleva a un camino de más autonomía sino de más dependencia, hay un dato en la nota de Página/12 muy interesante: el 87% de los préstamos que mencionábamos más arriba fueron dirigidos a infraestructura, industria energética y extractiva. Es decir, a aquellos sectores económicos vinculados a la exportación de commodities, perpetuando la relación neocolonial en un contexto de crisis internacional y aumento exorbitante de los precios de esos bienes transables –valores, hay que decirlo, que no tienen que ver solamente con mayores niveles de demanda sino también con que se han convertido en un excelente instrumento de acumulación financiera-.
El vínculo neocolonial no sólo se refuerza porque la potencia del gigante asiático incrementa la demanda sino también porque para otorgar un préstamo los bancos de ese país obligan a los países receptores del mismo a la compra de productos industriales chinos. Esto impide la diversificación productiva y la sustitución de importaciones que podría favorecer una inversión o un préstamo de semejante envergadura y continúa atrofiando el crecimiento industrial del país receptor.
El periodista Marcelo Zlotogwiazda informaba el 28 de junio del año pasado en la revista Veintitrés que “los cinco principales productos de exportación a China explican más del 90% de lo que le venden Venezuela, Ecuador, Colombia y Chile, el 82% de lo que le vende Brasil y el 76% de Bolivia” (Ver Neocolonialismo chino).
En cuanto a la Argentina, la soja y el aceite de soja explican el 80% de las exportaciones al gigante asiático, pero en el mismo artículo, Zlotogwiazda señala que “sucede lo mismo con algún otro producto en cada uno de los países mencionados: 45% de lo que le exporta Bolivia es estaño y sus aleaciones, 45% de lo que envía Brasil es mineral de hierro, 80% de las ventas chilenas es cobre, y el petróleo es preeminente para Colombia (54%), Venezuela (78%) y Ecuador (95%)”.
Ni lerdos ni perezosos, los estadounidenses comenzaron a problematizar está relación. Es así que la revista que mencionábamos antes, la Econ South de la Reserva Federal de Atlanta, cuenta que “mientras en el año 2000, el comercio de China con América Latina llegó a alcanzar los 12 mil millones de dólares, hacia el año 2009, había crecido hasta cerca de los 118 mil millones de dólares”.
“El auge en las exportaciones basado en solo unos cuantos productos primarios tiene sus riesgos. Una contracción significativa en la economía de China tendría un impacto importante en el crecimiento en América Latina, ya que los flujos comerciales y de inversión disminuirían”, apuntó la revista. Un documento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) se hizo eco de la situación afirmando que “las estructuras comerciales están bien definidas: China importa materias primas de bajo valor agregado y exporta productos manufacturados de creciente nivel tecnológico”.
El trabajo de la CEPAL cuenta que en el período 1990-2009 China invirtió en toda América Latina y el Caribe algo más de 7.000 millones de dólares, pero que a partir de 2010 la inversión “irrumpió con fuerza”: ese año las inversiones en la región superaron los 15.000 millones de dólares y el año pasado se ubicó en torno a los 20.000 millones.
La gran pregunta es sí las inversiones se dirigieron a sectores diferentes a los que llegaron los préstamos. La respuesta es también de la CEPAL: “más del 90% de esa inversión se ha dirigido a la extracción de recursos naturales, principalmente al sector de hidrocarburos, y en menor porcentaje a la minería”.
En este sentido, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, aseguró en la III Cumbre de América del Sur y Países Árabes que “en esta suerte de giro de 180 grados que ha habido en los términos de intercambio internacional no debemos quedarnos dormidos en la ventaja que tenemos hoy, sino lograr ponerles valor a los productos primarios y generar mejores puestos de trabajo en nuestras sociedades”.
En esa frase se condensa toda la densidad del problema actual: la recreación del vínculo neocolonial con un nuevo actor, China, está potenciado en el escenario mundial actual por un fenomenal cambio en los términos de intercambio que como pocas veces en la historia favorece a los países exportadores de commodities, que en la mayoría de los casos pudieron ampliar la variedad y la cantidad de productos ofrecidos en el mercado mundial.
Ahora bien, la profundización de una política económica en la región, con todas las diferencias que existen en su interior, anclada en una matriz de crecimiento basada en la favorable disponibilidad de este tipo de bienes no desandará el camino de la dependencia de la estructura económica nacional de las potencias, sea cuál sea en un momento histórico determinado. ¿Es posible romper la dependencia por los caminos trazados por el gobierno actual?
Para eso, primero debería lograrse inversiones en industrias para agregarle valor a los bienes primarios. ¿Quiénes serian los sujetos de esas inversiones? Los que cuentan con dinero para poder efectuarlas y llevarlas adelante o los que puedan obtener créditos para destinar a inversión. Pero Argentina se ha caracterizado por tener una burguesía mas abocada a inversiones de poco monto y rápido retorno, pensando primero en fugar los dólares de las ganancias que pueda llegar a conseguir que en re invertir en la producción.
Ayer como hoy, el actor social que debería cumplir un rol preponderante en la ruptura con una dependencia económica de los países imperialistas, nuevamente muestra no estar a la altura de las circunstancias.