Por Ariel Hendler. El 18 de Marzo de 1970 fue detenido ilegalmente el militante revolucionario Alejandro Baldú, de quien jamás se volvió a tener noticias. Un homenaje al primer desaparecido de la lucha armada.
El caso del militante revolucionario Alejandro Rodolfo Baldú, apresado por la Policía Federal el 18 de marzo de 1970 y desparecido desde entonces, es un hecho que dispara múltiples reflexiones y sentimientos. Por un lado, la ignorancia absoluta que existe en la Argentina sobre quien fue el primer desaparecido de la lucha armada en los años 70 nos obliga a preguntarnos por qué motivos o mediante qué mecanismos, algunos hechos y nombres se incorporan a la historia (en especial a la historia escrita) y otros no. Por otro lado, la potencia de la memoria oral que, a pesar de todo, indefectiblemente se abre paso y consigue hacer presente el nombre, la figura y la tragedia de Alejandro Baldú.
Baldú vivía en Lanús y había militado de joven en el Partido Socialista Argentino de Vanguardia (PSAV), desprendimiento radicalizado y pro cubano del viejo tronco socialista. Hasta que en 1963 o 1964 se sumó a una organización armada secreta y anónima, el germen de lo que más tarde fueron las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), que había sido fundada pocos años antes por ex militantes del MIR-Praxis de Silvio Frondizi. A Baldú le decían el “Loco”, por su sentido del humor y su propensión a las bromas, y todos lo describen como un típico porteño “piola”, canchero, entrador, pintón, siempre bronceado y vestido a la moda, que vivía como un dandi en la casa de su madre a pesar de ganar muy bien con su trabajo de visitador médico. Es decir, era todo lo contrario de la imagen habitual de un militante y, para colmo, con escasa o nula formación teórica.
Pero lo compensaba con una inventiva increíble para idear operativos, y con una audacia tremenda para llevarlos a cabo. Así se convirtió en una suerte de motor fuera de borda de la Organización. A él se le ocurrió entrar disfrazados de militares a Campo de Mayo a llevarse las armas de los colimbas que hacían instrucción en el Regimiento de Patricios. Él mismo fue varias veces, se hizo amigo de los jardineros, de los proveedores y averiguó todos los movimientos del cuartel. Con su empuje convenció a todos de que era posible, y el fin de semana largo de Semana Santa de 1969, a las 3 de la mañana, entraron con un jeep y un camión verde oliva.
Sabían que había una guardia ínfima, pero no podían saber que el día anterior el jefe del regimiento decidió llevar todas las armas a otro lado, por las dudas. Así que se fueron con las manos vacías. Al día siguiente, cuando se realizó la evaluación del operativo, Baldú admitió que, con el fin de ahorrarle dinero a la Organización, había comprado un juego de neumáticos nuevos para el camión en un negocio donde lo conocían desde hacía años. Era un error garrafal, porque las gomas de auto tienen un número de serie que permite seguir todo su recorrido desde el fabricante hasta el vendedor.
Entonces los policías llegaron hasta la gomería, en Avellaneda, donde averiguaron su nombre. Como Baldú se había encargado de casi todo para el operativo, los investigadores siguieron su pista en todos los comercios donde la organización había comprado autos, camionetas y otras vituallas para el golpe en el cuartel. Todos los vendedores (y vendedoras) lo recordaban, pero él no aparecía en ningún lado: había pasado a la clandestinidad y estaba escondido con unos diez compañeros más en un departamento de dos ambientes en Barrio Norte. Allí adentro se enteraron de que había estallado el Cordobazo, y de que el país había ingresado en lo que se podía llamar una situación revolucionaria.
El hecho es que Baldú había dejado a unos cuantos investigadores policiales en ridículo, y es válido pensar que no se lo perdonaron cuando finalmente lo apresaron, en marzo de 1970, en un galpón de Luján, cuando supervisaba los preparativos para otra operación. Otro militante, un jovencito llamado Carlos Della Nave, se ocupaba de camuflar una camioneta con los colores de la Fuerza Aérea, cuando llegó la Policía Federal, alertada por vecinos que, con toda razón, decían haber visto movimientos sospechosos. Apresaron a Della Nave y se quedaron a esperar que llegara alguien más, que fue el Loco Baldú.
Sus compañeros siempre sostuvieron que el hecho ocurrió el 18 de marzo, aparentemente porque al día siguiente, el 19, no acudieron a sus citas de control, una medida de seguridad básica de las organizaciones revolucionarias que consistía en dejarse ver por otro militante a cierta hora en cierto lugar. Podemos admitir, sin embargo, un ligero margen de error en la fecha.
Lo cierto es que Della Nave vivió para contar las torturas a que lo sometieron, pero Baldú no. Jamás apareció, y ni la policía ni el gobierno militar admitieron jamás haberlo detenido. Se cree que su cuerpo, que no pudo resistir la tortura, fue incinerado. Jamás nadie llegó a pedir un hábeas corpus por él, ni figuró nunca en ninguna lista de detenidos-desaparecidos.
Para reclamar por la aparición con vida de Baldú y Della Nave, sus compañeros tuvieron que recurrir al recurso desesperado de secuestrar a un diplomático de ínfimo rango: Waldemar Sánchez, cónsul del Paraguay en la ciudad de Ituzaingó, Corrientes, que había bajado a Buenos Aires para vender su Mercedes Benz diplomático a través de un aviso en los clasificados. Lo raptaron haciéndose pasar por supuestos compradores, y enseguida dieron a conocer el primer comunicado firmado por la sigla FAL: Frente Argentino de Liberación, nombre que meses más tarde viró a Fuerzas ídem. Allí se amenazaba con matar al cónsul si no aparecían los dos desaparecidos, aunque Della Nave acababa de ser legalizado en su detención pocas horas antes.
Pero fue en vano. Ni el gobierno argentino, ni el paraguayo, se interesaron en absoluto por la suerte del cónsul. Todo lo contrario. Incluso prefirieron que lo ultimaran, para así poder justificar nuevas cazas de brujas en sus respectivos países. Lo más grotesco de la situación fue que Stroessner viajó a la Argentina para pasar Semana Santa en Villa La Angostura, y prohibió que se interrumpiera su pesca de truchas por semejante nimiedad. De nada valieron los comunicados de FAL anunciando el vencimiento del plazo concedido, ni las cartas desesperadas que escribió el cónsul desde su cautiverio en una casa de Carapachay, ni las súplicas mediáticas de su esposa. Hasta que los captores decidieron liberarlo al cuarto día, después de descartar definitivamente la aparición con vida de Baldú.
Queda de Alejandro Baldú una imagen viva; el compañero entrañable al que todos recuerdan por su vitalidad revolucionaria aprendida mucho más en la calle que en los libros; el Loco Baldú que seducía con su carisma y su humor chispeante a todos los que lo conocieron. Así es como lo retrata uno de sus compañeros, Carlos Malter Terrada, durante uno de los primeros operativos exitosos en el que ambos participaron en la primavera de 1968: la “recuperación” del tesoro del Banco Popular Argentino, en Liniers:
“Con el maletín a la espalda a modo de mochila –cuenta Malter Terrada-, iniciamos el trayecto hacia el banco haciendo equilibrio por las paredes medianeras. Me daba la impresión de estar en el escenario de un gran teatro, a la vista de todos los vecinos. En un momento dado, Matías, que no se había agachado lo suficiente, enganchó la mochila en un cable que debía ser telefónico y nos pidió ayuda casi desesperado. Pese a la enorme tensión que sentíamos ante el percance, el Loco se salió con una de las suyas: ‘Dale, boludo, desenganchate que parecés un tranvía´.”
* Periodista / Autor de La guerrilla invisible. Historia de las FAL (2010) y coautor de Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo (2012).