Las luchas por los procesos de construcción autonómica han cobrado protagonismo en América Latina. Sin embargo, enfrentan la fragmentación del movimiento indígena y el temor de los Estados al discurso autonómico que pone en crisis a la unidad nacional. En este marco, es importante no repetir la experiencia que se ha desarrollado con la consulta previa, libre e informada. Es momento de unir fuerzas y luchas con el movimiento de derechos humanos y apostar a las autonomías indígenas como un proceso para la sostenibilidad global de los derechos.
Por Asier Martínez de Bringas (*) | Foto portada: María Ruiz
Las luchas por los procesos de construcción autonómica es una dinámica imparable en América Latina y en el mundo. El discurso de las autonomías, como medio fundamental para articular y plasmar las reivindicaciones políticas indígenas en el marco del Estado, ha adquirido relevancia y desplazó los debates de las últimas décadas, como la territorialidad, la jurisdicción, la interculturalidad, u otras dimensiones de los derechos colectivos que permitieran fusionar el discurso indígena.
Actualmente, esta energía es canalizada y proyectada a través del discurso autonómico. Podríamos decir, de manera burda y pedestre, que las autonomías están de moda, no hay una manera cerrada y hermética de entender las autonomías indígenas. Ellas se expresan y despliegan en función de las características, coyunturas e idiosincrasias de los diferentes pueblos indígenas. Por lo tanto, existen tantos procesos autonómicos como pueblos y dinámicas de lucha, con sus especificidades y diferencias.
Como estrategia política para la consolidación y sostenibilidad de los modos de vida indígena, el discurso autonómico viene cosechando importantes avances desde el plano colectivo. En algunos países, ha permitido replantear la institucionalidad del Estado para poder incluir sus reivindicaciones territoriales e interpretarlas como reclamos transversales. En este marco, las autonomías han dado sentido y profundidad a cuestiones tan complejas como la plurinacionalidad y la interculturalidad a través de los planes de vida indígena que vehiculan, regulan, pautan y planifican el proyecto autonómico.
El discurso de las autonomías ha cobrado protagonismo puesto que ha sido una estrategia fundamental para articular y propulsar los procesos de resistencia indígena, para visibilizar políticamente las formas de defensa y autoprotección territorial. Es un discurso más ambicioso y profundo que el mero reclamo territorial, cultural o identitario. Frente a la nueva política extractiva de las empresas y los Estados, las autonomías son un muro de contención para la desposesión territorial. Además, ayudan a la resistencia ante las múltiples expresiones de violencia y el fenómeno de criminalización indígena y su liderazgo.
Radiografía de las dificultades
Hoy los procesos autonómicos indígenas viven una lógica regresiva y una dinámica de empantanamiento en todo el continente, por eso es necesaria la autocrítica. Los procesos de construcción autonómicos se proyectan sobre el fantasma especular que significaron las dinámicas de las consultas, previas, libres e informadas. Muchos de estos procesos concluyeron en fracasos e implicaron la despolitización para los pueblos indígenas, así reverbera, de nuevo, el fantasma de la manipulación y el engaño de los derechos colectivos. ¿Serán estos procesos una repetición de la malversación que supuso la consulta indígena? Esta es una duda razonable con la que tendremos que caminar.
Un primer orden de dificultades se ubica en los Estados. De corte conservador o progresista, se empeñan en la construcción de una ciudadanía de corte cívico republicano, más que en fomentar una dinámica estatal que permita reforzar la figura de los gobiernos indígenas autónomos descentralizados. En este sentido, el discurso autonómico indígena ha funcionado como un contra discurso en la forma de entender la organización territorial del Estado al ser considerado un peligro a la unidad y la soberanía estatal.
En la forma de entender las autonomías indígenas, la política estatal ha venido desarrollando una comprensión republicana de la identidad y la ciudadanía férreamente centralizada. Esta mirada entra en contradicción con la intención de fraguar un modelo estatal de corte plurinacional, como expresan las constituciones de Ecuador y Bolivia. En este marco, las autonomías en Bolivia o las circunscripciones territoriales indígenas en Ecuador han funcionado, en cierta manera, como un instrumento para la consolidación de este proyecto de centralización estatal.
A su vez, hay que sumar la dificultad de una fuerte fragmentación institucional que impide la existencia de formas de gobierno intermedio, elemento fundamental para la coordinación y articulación intra-estatal con pueblos y nacionalidades en zonas boscosas, selváticas y muy apartadas de los centros urbanos. A esta situación se agrega la inexistencia de un sistema de competencias claro y eficaz, y un sistema fiscal obsoleto para la necesaria distribución de recursos a las autonomías indígenas. Este difícil panorama se complementa con la falta de participación indígena real en todo el proceso.
Estas dificultades son factores explicativos relevantes para entender el fracaso en la construcción de ciertas autonomías indígenas, como previamente ocurrió con la consulta previa, libre e informada. Por eso, las autonomías han quedado reducidas a un proyecto de carácter regulativo-asimilativo, sin implicar una potencia autonómica real para los pueblos indígenas.
La complejidad de la plurinacionalidad
Un segundo orden de problemas ha sido la dificultad para entender e integrar, en la organización territorial e institucional, principios tan importantes como la plurinacionalidad e interculturalidad que son contrarios a la dinámica centralista y unificadora de los Estados. Además, las migraciones indígenas han jugado un papel relevante en la composición y juego de equilibrios entre el territorio y la urbe. Esto ha desequilibrado las relaciones de fuerzas para la construcción de las autonomías. También, esta situación ha supuesto una profunda y drástica metamorfosis del liderazgo indígena, de sus posibilidades, capacidades y competencias. Por eso, estos factores han coadyuvado a la gestación de nuevas maneras de entender y articular políticamente las autonomías para la construcción de un marco plurinacional dentro del propio movimiento indígena.
Un tercer orden de dificultades está relacionado con los dos planos o niveles en los que pueden y deben ser abordadas las cuestiones autonómicas. Por un lado, en el plano transversal, la plurinacionalidad es una cualidad que afecta, modula y atraviesa las principales instituciones del Estado en sus ejes legislativo, ejecutivo y judicial. Por otro lado, en el plano territorial, la autonomía implica una profunda y drástica redefinición territorial del Estado, de su gestión y de sus competencias. Por eso, si estos planos no se desarrollan en forma paralela, el proceso de las autonomías indígenas estará abocado al fracaso, a través de su instrumentalización y despolitización.
Debilidades en el movimiento indígena
Un cuarto orden de problemas está relacionado con la fractura y debilidad del propio movimiento indígena en América Latina para articular un proyecto cohesionado y consensuado de autonomía, con carácter plurinacional para todas las nacionalidades y pueblos. En este contexto, los Estados han aprovechado la debilidad del movimiento indígena para ahondar la fractura mediante prácticas de cooptación e instrumentalización de sus líderes y lideresas. La criminalización de la protesta social y el movimiento indígena añade otro factor para interpretar la propia debilidad del movimiento.
En este sentido, algunos pueblos y nacionalidades han ejercido una autonomía orientada a la profundización de modelos de gestión territorial y jurisdiccional (sistema de justicia indígena), proponiendo estrategias que implican cambios radicales en la distribución del poder en el marco del Estado, con una intención claramente plurinacional. Sin embargo, otras dinámicas han puesto el énfasis en procesos de construcción autonómica más tenues, orientados a la negociación y la concertación del poder en el marco del Estado. En este marco, resulta prioritaria la descentralización de competencias entre el Estado y las autonomías indígenas.
Un quinto orden de dificultades está vinculado a la malversación y mitificación que se ha desarrollado del discurso del Estado plurinacional e intercultural, en beneficio de ciertas élites, pero en detrimento de los pueblos indígenas. Se ha producido una inversión ideológica del contenido de las autonomías, despolitizando su potencial para la construcción de los modos de vida indígena.
Todas estas dificultades nos permiten contar con un marco estructural para comprender algunas de las debilidades en el proceso de conformación de las autonomías indígenas en América Latina. Muchos procesos autonómicos indígenas, además, han evidenciado sesgos coloniales en su estructura, organización y proceso, limitando el potencial creativo al dar prioridad a la articulación administrativa y jerarquizada como si fuesen Estados monoculturales y poco descentralizados, orillando los principios de plurinacionalidad e interculturalidad. Así, se deja afuera el verdadero sentido de la autonomía, olvidando la función que la territorialidad y jurisdicción indígena juegan a partir de los planes de vida de estos pueblos.
Estrategias de actuación
Partiendo de este marco de dificultades en el cual los procesos autonómicos indígenas se acercan y proyectan peligrosamente sobre la experiencia de la consulta, libre, previa e informada en América Latina, es importante desarrollar algunas estrategias de actuación para romper y limitar estas dinámicas.
En este sentido, es necesario pensar transversalmente las luchas por la autonomía indígena en América Latina. Si los reclamos indígenas son fundamentalmente políticos -y no reductivamente étnicos, culturales, territoriales o interculturales- es importante construir y diseñar una estrategia de alianzas en la lucha para ir consolidando las autonomías indígenas. Ya no es una cuestión netamente indígena, sino estructuralmente política, lo que implica diseñar prácticas de lucha y resistencia con movimientos sociales, movimiento de derechos humanos, de ecología política, el movimiento LGBTQ+, el movimiento ecofeminista y decolonial, las universidades y muchos otros actores y sectores cercanos y porosos al movimiento autonómico indígena.
La construcción de las autonomías se consolida en conjunción con otras fuerzas que, en el marco del Estado, apuestan por la creación de autonomías indígenas como procesos que coadyuvan a la sostenibilidad global de los derechos. La autonomía indígena es una dinámica de lucha por la(s) vida(s) sostenible(s), una propuesta para la construcción de los comunes que tiene proyección e implicación más allá de los pueblos indígenas. De ahí su relevancia política y, también, que el propio movimiento indígena haya focalizado toda su energía en la construcción de los derechos colectivos desde las autonomías.
(*) Publicada originalmente en BiodiversidadLa
Sobre el autor: Asier Martínez de Bringas es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Deusto y director del Experto de Derechos de los Pueblos Indígenas de la misma institución.