Por Pedro Perucca. Robin Wood estuvo en la Argentina para el homenaje que se le brindó en Mar del Plata por la inauguración de una muestra sobre sus personajes en el Museo Castagnino de la ciudad balnearia. Todo bien, pero ¿quién es Robin Wood?
Yo trabajo en un hotel. El salario de Marcha es cuantioso, por supuesto, pero, a la postre, finito, es decir, insuficiente para mantener mi disipado tren de vida. En fin, hace unos días, mientras hacía una auditoría de pasajeros, uno de los nombres saltó ante mis ojos.
Tres horas más tarde, cuando recuperé la conciencia, mientras el de mantenimiento intentaba reanimarme acercando un paño empapado en amoníaco a mi nariz, caí en la cuenta de que podía tratarse de una casualidad, de un homónimo. Busqué la ficha del pasajero y confirmé que ítem nacionalidad decía claramente PY. Paraguay. Esta vez el desmayo fue muy breve porque no había tiempo que perder. Robin Wood estaba en el hotel.
El día siguiente enfermé a todos mis compañeros de trabajo contándoles quién era Robin Wood. Nadie lo conocía, ni uno, ni una (¿Quién es? ¿El de los Rolling?). De unas 20 personas, de edades entre los 20 y 60 años, solo a un par le sonaban vagamente nombres de revistas tales como Nippur de Lagash, D´Artagnan, El Tony, Fantasía o Intervalo. Un páramo historieteril. Así que me dediqué lenta y pacientemente a predicar en esa tierra yerma. Que Wood escribió esto, que escribió esto otro, que viajó por aquí y por allí, que ganó lo de acá y lo de más allá. Los feligreses no parecían particularmente entusiasmados pero capearon el temporal con estoicismo.
Insisto: Robin Wood debe ser uno de más flagrantes casos de falta de reconocimiento en las letras argentinas. Ahora, kirchnerismo mediante, parece casi obligatorio saber quién fue Oesterheld y conocer a sus personajes. Lo que, sin dudas, está muy bien y resulta más que justificado. Pero a Wood ni pelota, ni aún habiendo ganado el Yellow Kid (el premio más importante en el mundo para historietas). Puede que Wood, de todos modos, sea un poco más difícil de encasillar, de clasificar y, por eso, tal vez más incómodo.
Por un lado, se trata de un autor increíblemente prolífico. Él reconoce la autoría de unas 90 series. En algunos momentos en las publicaciones de Columba 4, 5 o más historietas de cada revista llevaban su firma (lo que lo llevó a publicar otras tantas con seudónimos). Gracias a las bases de datos que los fanáticos han recopilado en la web, podemos constatar que en algunas semanas llegó a entregar 16 guiones. Es decir, una bestia de productividad. Él cuenta que a veces concluye hasta 4 guiones diarios. Escribe, escribe, escribe. E, increíblemente, casi no corrige.
También es llamativa la versatilidad de Wood. Sus héroes pueden ser desde un bárbaro de las tierras heladas, un inmortal mesopotámico, un agente secreto argentino hincha de Chacarita, un filosófico guerrero sumerio, una amazona punk postapocalíptica, un tipo que labura en una oficina y tiene una novia con un perro, un inmigrante mexicano ilegal en los EEUU que se hace boxeador, un noble veneciano del siglo XVI que acaba como jenízaro, un cowboy rubio criado por los apaches o un detective privado en la New York del año 2044. Policial, western, comedia romántica, ciencia ficción, espadas y guerreros, drama histórico, etc, etc. Ningún género le es ajeno. Dicho sea de paso, sus guiones han sido ilustrados por los más grandes: Mandrafina, Vogt, Breccia, Zanotto, Alcatena, Falugi, Carlos Gómez, Salinas…
Busquen, googleen (acá, por ejemplo), tampoco les puedo contar acá la historia del tipo, harían falta un par de libros. Una vida con un comienzo muy de abajo, desde su nacimiento en una colonia utópica en la selva paraguaya sin agua ni electricidad hasta su trabajo en los obrajes del Alto Paraná y sus inicios fabriles en la Buenos Aires de inicios de los años 60 hasta, una vez consolidado como guionista estrella de Columba, aventuras por los más diversos lugares del mundo, caravanas por el Sahara, vida en un junco en el puerto Hong Kong, asentamiento en Dinamarca, etc. Y sin parar de escribir en ningún lado. Además de en Argentina, sus trabajos fueron publicados en México, Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Italia, España, Alemania, Turquía y hasta Samoa. Hoy Dago sigue editándose con episodios originales en Italia, donde es un éxito.
En cuanto al arte del guion, Wood reivindica como sus maestros en primer lugar a Oesterheld, de quien es capaz de citar párrafos de memoria, y al “exagerado” Ray Collins. Dos tipos que, salvando las distancias, escribían lo suyo, aunque para el canon historietístico uno siga siendo un virtual desconocido.
Es que casi nada de producido por Editorial Columba está en el canon, a pesar de que fue la casa de historietas más grande del país durante muchos años, llegando a hacer tiradas de más de un millón de ejemplares. Está bien que ahora leer historietas es hasta cool, puede considerarse intelectual y se dan charlas sobre comics en la Facultad de Filosofía. Pero en los años 60 o 70 no era así. Consumir esas revistas de pésima calidad y colores estrepitosos que editaba Columba no era prestigioso sino una especie de vicio apenas tolerado que certificaba en el acto tanto la inmadurez del consumidor como su pobreza intelectual. Por suerte, se ve que mi padre no estaba muy pendiente de su prestigio porque en casa se apilaban Fantasías y Tonys, mechados con algún Intervalo, sin prisa y sin pausa. Pocas cosas he disfrutado más en la vida que esas tardes de magia con aquellas revistas polvorientas. Empezaba siempre por las de Wood, las leía y las volvía a leer, transportado al pasado, al futuro, a otras tierras, a donde fuera que anduvieran Nippur, Dago, Mark, Morgan, Gilgamesh, Dax, Mojado o Savaresse. Ah, la felicidad. Pura, perfecta, sin fisuras.
Robin Wood estuvo en Argentina para una entrevista para el programa de televisión de Juan Sasturain y por el homenaje que le rindieron en Mar del Plata, en la inauguración de la muestra en el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino de Mar del Plata, donde 30 artistas plásticos reinterpretan a algunos de sus personajes. La muestra se llama “Robin Wood, el inmortal” y se extenderá hasta el 10 de julio.
Todo muy lindo, sí, muy emotivo, pero yo todavía no lo había podido saludar. En un momento, luego de una ardua tarea de investigación y de proyectar un par de décadas sobre las fotos de Wood que recordaba, estaba casi seguro de que el tipo ese con el buzo rosa que acababa de tirar una taza al piso en el desayunador era él (Lo que rompa Robin está todo pago, dicho sea de paso). Cuando salió, con un librito de Maquiavelo en la mano, confirmé las sospechas y me acerqué a saludarlo y a agradecerle por todas esas horas de felicidad que le debía.
Luego, se ve que la emoción fue tan intensa que, tras el desmayo de rigor en el lobby del hotel, me fui a la muestra Animate 2012 (expo de comic, animé y humor gráfico) con una semana de anticipación. Recién al llegar al predio del Centro Miguelete y no ver muestras de la esperable invasión de ñoños me di cuenta de que en realidad el encuentro comiquero va a tener lugar los días 6, 7, 8 y 9 de julio. Entre otras actividades, el sábado 7 a las 19 está previsto un homenaje al maestro Ricardo Villagrán, dibujante, entre otras tantas cosas, de Nippur de Lagash.
Al fin y al cabo, la cuestión de agenda puede haber salvado mi vida ya que probablemente saludar en el mismo día a Wood y a Villagrán (es decir, casi como si el Errante en persona te estuviera dando la mano) hubiera sido más de lo que mi salud, estragada por las noches en vela leyendo comics mal impresos en sótanos pésimamente iluminados, hubiera podido soportar.