Por Gabriel Casas
Querandíes, la calle de la Ciudad de Buenos Aires, que tuvo -que tiene- sus banderas en las tribunas de River y de Boca, que tuvo a dos hermanos enfrentados y unidos por los trapos, es recuperada en esta historia por el cronista. El barrio y el cariño frente a los barras bravas que abundan en el fútbol actual.
Una bandera en un estadio de fútbol significa mucho para quienes la portan. Su barrio, su identidad, sus sentimientos, sus orígenes, sus seres queridos, su ciudad, etc. No las confundamos con las banderas de las barras bravas. Esos mercenarios de las tribunas, que se jactan de tener la propiedad del denominado folklore. Acá hablaremos de amor genuino por un club y por la esencia del barrio donde jugábamos a la pelota desde chicos en las calles empedradas con nuestros amigos hasta bien entrada la noche.
A mediados de la década del ochenta, Juan Manuel, que era hincha fanático de River y lo seguía a todos lados, le comentó una idea a su hermano mayor Gustavo. Iba a hacer una bandera con los colores del club y con el nombre de la calle donde paraban siempre con todos sus amigos en su barrio de Almagro: Querandíes.
Gustavo, fana de Boca, se hizo el sota ante el comentario de su hermano, y se fue corriendo a la casa del Bana, un amigo en común desde la escuela primaria. Le contó lo que iba a hacer Juan y le dijo que tenía ganas de ganarle de mano con un trapo con los colores xeneizes. Así nacieron las banderas “Querandíes” (la de River) y “Querandíes es de Boca”.
El “Loco” Gustavo no pudo cumplir su propósito de anticiparse a su hermano, en complicidad con el Bana, Chichi y Gareca, la parte bostera del grupo de amigos en común. Porque Juan Manuel la hizo más rápido (quizás sospechaba algo) y la llevó primero junto al Apa, KB y Cuchillo (parecen apodos de barrabravas, pero les juro que no lo son) a La Bombonera el día que el Beto Alonso le hizo los dos goles a Gatti con la pelota naranja.
Incluso, el día en que estuvieron las dos banderas juntas por primera vez, en diferentes tribunas y en el Monumental, en un empate 1-1 una noche de verano de 1987 (goles del uruguayo Alzamendi y la Chancha Rinaldi), en el diario Clarín hicieron alusión a ellas. Sin tomarse el tiempo de buscar información –un mal que se sigue ejerciendo en el periodismo actual–, pusieron en la nota color que Querandíes era una “localidad” (sin citar tampoco su ubicación) dividida por la pasión de sus hinchas de River y Boca. Y no que era una calle de la Capital Federal.
Siempre me asombré de la devoción con que defienden los hinchas comunes a “su” bandera que llevan a la cancha. Son parte de ellos. No la pueden perder, no se la pueden robar (no al estilo mafioso de los barras), porque es como si les socavaran el orgullo. Y creo que la bandera es lo que los hace sentir parte involucrada en el espectáculo como partícipes secundarios. La de Querandíes de River, por ejemplo, ya es mítica en el club de Núñez. Hasta se destiñó su parte roja por tantos lugares y estadios del mundo que anduvo en las mejores o peores condiciones climáticas.
Además, Juan Manuel fue uno de los primeros integrantes de la Subcomisión del Hincha de River con el que hacía un trabajo social impresionante. Iba a las provincias, a los hospitales, a los lugares más humildes, llevando donaciones de ropa del club o juguetes. Organizaba eventos con la Red Solidaria de Juan Carr. Todo lo hacía ad honorem. Su sueño era ser un dirigente con un cargo importante para ayudar a la institución. No le hizo falta tanto para ser un ejemplo y ser recordado por todos los riverplatenses a casi diez años de su muerte por un problema cardíaco (había sido trasplantado de corazón en 1995 y falleció en 2008).
Un día después de que su nuevo corazón dijera basta, jugaban San Lorenzo y River por la Copa Libertadores en el Nuevo Gasómetro. Esa noche, una tribuna tan llena como triste, sólo puso dos banderas en todo el alambrado “Juan, siempre presente” y obvio, la de “Querandíes”. Hasta la barra brava demostró su respeto por una persona tan querida, sin poner sus banderas de “Los Borrachos del Tablón”, para acompañar al homenaje.
Su hermano Gustavo también había dejado este mundo, pero a principios de la década del noventa, en un accidente automovilístico en la ciudad norteña de Salta, donde vivía con su padre. Entonces, la bandera “Querandíes es de Boca” también perdió a uno de sus motores impulsores y no se hizo tan conocida por su fidelidad en La Bombonera o en otros estadios.
El fútbol también tiene este tipo de historias maravillosas. Si usted lector o lectora es un socio o socia asiduos a cualquier club de la Argentina, encontrará seguro a “otros Juan Manuel” con los colores que también ama en la tribuna. Con otros nombres en sus banderas elegidos por el motivo que sea. Y ojalá en el mundo, los hinchas argentinos fueran reconocidos por vidas apasionadas por una camiseta como la de Juan Manuel Grassi. Dando todo, sin pedir nada a cambio. Y no por las noticias trágicas sobre los barrabravas mercenarios y su violencia asesina.