Por Farelis Silva y Mariela Velárdez / Foto: Florencia Bertolini
Cada Encuentro es diferente. Pero si hay algo que se repite es esta sensación de aire fresco, de libertad que vuelve con una, esta renovación de deseo de cambiarlo todo, de una vez.
En uno de esos momentos de distensión, cuando el taller ya terminó y las compañeras van llegando con el mate y la feria artesanal/ cultural explota en la plaza, mirábamos unas muñecas extraordinarias: personajes de la historia nuestroamericana hechas muñecas, todas con sus pañuelitos verdes, todas con su historia a cuestas.
Entre esas muñecas había brujas. Brujas pequeñas, brujitas. Brujas blancas, coloradas y brujas negras. Las quemadas, las odiadas y silenciadas por la historia y la inquisición, renaciendo no solo en los cánticos y en los relatos. Estaban allí, hechas de tela, todas con su llama encendida de vida.
Otro rescate del feminismo, pensamos. Muñecas de nuestra historia verdadera. Muñecas para nuestrxs hijxs, para que la historia florezca desde el principio. Y así, casi sin querer, en ese momento de intercambio, surgió otra verdad. Nosotras no fuimos brujas. A nosotras no nos quemaron en la hoguera. Nosotras éramos explotadas, violadas, comercializadas e incinerados sin ceremonias.
Yo tenía la brujita negra en la mano cuando vi que venía caminando por la plaza mi compañera. Ella es negra. Y ahí, el feminismo que nos atravesó hace años ya, cambiando nuestras vidas para siempre, volvía a romper todo, para iluminar, nuevamente, con su luz. Al volver de Trelew quisimos volcar ese “enunciado” de manera más contundente, buscando la forma de poder compartirlo y aprenderlo, para seguir creciendo. De allí surge este relato, en la búsqueda de seguir encontrándonos.
Recuperando nuestra historia
Hace años el feminismo viene avanzando, masificándose, posicionando reclamos que reivindican a más de la mitad de habitantes de este mundo… El feminismo tiene un fervor por extenderse más allá de lo individual y singular, va alimentándose de las experiencias compartidas, muchas mujeres bajo muchas opresiones han ido moviéndose y saltándose las cadenas que nos cauterizan en el lugar del silencio, así abanderamos nuestros reclamos y no nos callamos más.
Las lesbianas, fundamentales en este movimiento que dentro de una cultura de sometimiento a ser las mujeres “de tal” o de “tal familia”, van revelando una confrontación directa con el hito de pertenencia, en primera medida; pero también cuando la visibilización de las mujeres nos queda chica, las lesbianas levantaron la voz, expresando otra sexualidad, una pertenencia de sí mismas, que debió ser nombrada. Y a ellas les siguieron ellxs, y elles y cada día vamos (des)aprendiendo más y vislumbrando otras identidades.
Pero esta “suerte” de poder posicionarse para no ser “las de tal hombre o de tal familia”, ha sido una historia compartida y menos socializada con las mujeres esclavizadas bajo el comando colonialista, que desterritorializó a mujeres y comunidades enteras originarias de nuestro Abya Yala, pero además bajo sudor, sangre y brutal castigo, se llevaron consigo otras miles de millones de vidas africanas en el tránsito y en el mismo hecho de comercialización esclavo.
Además de los miles y millares de muertes que trajo este doloroso proceso de nuestra historia latinoamericana, existe una memoria corporal en las mujeres originarias y africanas cuyos cuerpos fueron entregados a la esclavitud y a las violaciones sistemáticas. Esa memoria se gestó año tras año, vida tras vida, a pura resistencia, donde apropiarse del cuerpo como territorio ha sido una construcción colectiva, importante y necesaria para lograr compartir una lucha ancestral, incorporando así esta bandera de lucha al feminismo actual.
La esclavitud fue abolida de manera teórica a mediados del siglo XIX, porque la población negra no equiparó sus derechos con los del resto de la población hasta fechas tan recientes como lo son los finales del siglo XX, aunque la racialización del cuerpo negro es aún vigente. Las negras también fueron llamadas “brujas” por practicar religiones que no reivindicaban la divinidad católica.
Ahora bien, cuando decimos que “somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”, estamos hablando de alrededor de 30.000 mujeres y lesbianas que durante la inquisición de la Iglesia Católica en la Edad Media (siglos del V al XV), fueron perseguidas, torturadas y quemadas en hogueras: un verdadero genocidio. Estos datos fueron aportados por el Vaticano, hace unos cuantos años ya, en el libro “La Inquisición”. En la presentación del mismo advirtieron que los datos no son completos, ya que hay muchas escrituras sobre las cuales aún no se ha tenido acceso.
Pero estos días vino Silvia Federici, autora de “Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, y en su visita a la villa 21, pudimos entrarle a la duda: la invasión a las poblaciones de América -su exterminio-, fue acompañado por otra cacería, el de las chamanas – mujeres sabias, practicantes de la medicina ancestral-. Federici, en su investigación, calcula que fueron quemadas cientos de miles de mujeres acusadas de brujerías en todo el mundo.
Somos todas
Cuando revisamos toda la historia, nuestras historias de opresión, nos genera profunda bronca, dolor, desesperación; sobre todo porque la Iglesia católica sigue teniendo un gran peso político sobre las decisiones de nuestros cuerpos y ha exterminado todo lo que contradiga su lugar de poder.
Esa indignación profunda de todas las mujeres del mundo. Reconociendo nuestras múltiples historias de opresión. Las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar en las hogueras, las sobrevivientes de la esclavitud, las chamanas, ahora nos reconocemos brujas, para acuerparnos, todas.
Si hay algo que el feminismo nos regala es este repensar constante. Es el poder rescatar las otras partes de la historia y rescatar los genocidios de nuestros otros pueblos, el genocidio de comunidades africanas durante y posteriormente a los miles de procesos de saqueo de nuestros, cuerpos, territorios, tierras, todo: la explotación del continente entero ha sido muy minimizado e invisibilizado, en gran parte de la colonización. Las originarias, las que habitábamos las tierras americanas hemos sido esclavizadas y violadas por los colonos en el despojamiento de América. También la historia nos quiere silenciar cuando se habla de “descubrimiento”.
Ahora bien, ¿cómo recordarnos y acuerpamos a esas chamanas americanas que fueron exterminadas por colonos? Cuando decimos somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar, estamos con toda franqueza hablando de un hecho histórico, un hecho de mujeres blancas y europeas, que nos conmueve a todas, pero que no reivindica la historia de todas y de esto también se hace la ola: de feminismos presentes de todas las apuestas políticas que se escapan de la hegemonía y el silenciamiento de nuestras historias.
Pero sí hay tránsitos comunes, el acuerpamiento. Porque en esa indignación profunda de todas las mujeres del mundo, reconociendo nuestras múltiples historias de opresión, las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar en las hogueras, las sobrevivientes de la esclavitud, las chamanas, ahora nos reconocemos brujas, para contar nuestras historias, todas.
Entonces así, en los momentos cotidianos, como cuando paseamos por la feria del 33° E(P)NM realizado en Trelew, construimos el feminismo sin pensar ni evaluar, nace una nueva mirada, se abre otra puerta, que ya estaba allí. Sembrando, regando. Así estamos las mujeres, las lesbianas, las brujas, las esclavas, todas. Estuvimos allí, estamos aquí hoy: somos la historia viva.