Por Alicia Morón. Los electrocutados, novela de J. P. Zooey (Barcelona, Alpha Decay, 2011).
La novela de Zooey procede por saturación. Por ejemplo, los nombres de los personajes pueden ser los de personas reales o personajes de otras ficciones, pero Zooey no alude a esas existencias y construye unos personajes nuevos, que sin embargo por sus nombres y por ciertos detalles siguen remitiendo a los otros.
De esa manera, leemos a la vez, como mínimo, dos textos, el de Zooey y el de la constelación de referencias visibles pero calladas sobre la que se monta. Con este proceder, Zooey traslada al lector de su novela el método de lectura de sus personajes, quienes leen al sistema solar, a los pájaros, al estallido de un trasbordador espacial, al cerebro de Lenin, a la estática de una pantalla de televisión, y buscan allí un mensaje más profundo, una frase secreta que debe ser descifrada. Sin embargo no se trata de la búsqueda del lenguaje científico, que se para ante un fenómeno complejo e intenta organizarlo. Lo que buscan los personajes de Los electrocutados es que el caos hable en tanto caos; no la palabra tranquilizadora de un orden posible, sino la fórmula de la inquietud que los corroe sin que puedan articularla. Los personajes de Zooey finalmente logran escuchar esas frases que no son respuestas ni preguntas; a partir de allí sólo les queda repetirlas con la indestructible perseverancia sin convicción de los impotentes.
Ahora bien, ¿para qué pedir al caos que nos diga su nombre? ¿Para qué escuchar la voz de la saturación, la fatiga y el ruido si esa voz no nos dirá otra cosa que saturación, fatiga y ruido?
La aventura que propone Los electrocutados parece ser la de pedirle a todo, sea persona o sea cosa (ya no importa la diferencia), que nos hable, que nos escriba. Y la situación se parece mucho a la de estar en soledad, mirando la pantalla de un teléfono o una computadora, contemplando en quietud pero con desesperación que alguien al fin nos diga algo, esperando no una revelación ni una pregunta, sino solamente un destello de luz o sonido que ocupe el vacío, que alguien, no importa quién, nos diga lo que sea, no importa qué, pero que nos haga saber que sabe que estamos acá, esperando, sometiéndonos a todo tipo de ensordecimientos y cegamientos sólo para intentar cumplir esa promesa de comunicación siempre insatisfecha que se nos ofrece como un sueño sin vigilia posible. A quienes gusten de esa sensación, o a quienes no gusten de ella pero igual deseen experimentarla otra vez, como probándose la capacidad de resistir el tedio, esta novela sin duda les va a gustar mucho. Y a quienes esa situación les parece no sólo triste, sino, más aún, aburridísima e insoportable, mejor les vendrá dejar que el caos siga siendo caos sin necesidad de articular palabras ni de darse por enterado de nuestras existencia; dejar que las palabras y la comunicación tengan un lugar tal vez más pequeño, pero seguramente más hermoso.