Por Gonzalo Reartes
Con el 34,88% de los votos, el intendente Ángel Gustavo Posse es el jefe comunal con menos adhesiones en la Región Metropolitana Norte (Tigre, San Fernando, Vicente López y San Isidro). ¿Victoria con sabor amargo? ¿Inicio de fin de ciclo?
San Isidro es un municipio que fue manejado ininterrumpidamente por una dinastía de apellido único a lo largo de más de treinta años. En las siguientes líneas daremos cuenta de algunas características de la, ¿ideología? Possista: su pragmatismo fervoroso y sus acciones hacia los sectores populares y las clases subalternas.
La sed de poder
Manejado en una primera etapa por Melchor Posse, entre los años 1983 y 1999, y luego por su hijo, Gustavo Posse (actual jefe local), desde 1999 hasta esta fecha, San Isidro se ha convertido en una especie de virreinato donde priman las estructuras punteriles y los favores a los grandes empresariados privados. En el caso del actual intendente, su inagotable perspectiva pragmática de la política lo ha llevado a integrar boletas tan disímiles como impensadas. Es que el núcleo duro del possismo no tiene una ideología propia, lo cual facilita el trabajo a la hora de arreglar dónde insertar su boleta corta en épocas de elecciones. Su hambre por el poder es el motor que lo impulsa a integrar listas que van desde el kirchnerismo hasta el macrismo, pasando por el massismo y el denarvaismo. Se puede deducir que lo importante para Posse y sus secuaces es el poder político, cómo mantenerlo a toda costa, más allá de los matices ideológicos y de las definiciones políticas de fondo.
El poder político. Pero no en clave ideológica. Una especie de sed de poder que le cierra las puertas a todo aquel que quiera entrar a San Isidro, pero le impide al oficialismo salir. Recordemos los fallidos intentos de Gustavo Posse de ser electo gobernador. Al no verse bendecido por Sergio Massa, abandonó el Frente Renovador. Al no recibir el beneplácito de Mauricio Macri, quien privilegió a Vidal en la provincia, abandonó su campaña política para refugiarse en su San Isidro natal. Dejó a un lado a su pollo político, Carlos Castellano, actual presidente del Concejo Deliberante y a quien había nombrado, con lágrimas en los ojos, como su sucesor natural en la apertura de las sesiones de 2015. Y qué decir de sus declaraciones al respecto: “Asumo el desafío de esa disposición como si fuera la primera vez”, declaró en el Club Social Beccar ante cientos de empleados que la prensa local definió como “vecinos”.
Gustavo Posse ha dado claras muestras de privilegio de favores a una clase por sobre otra. Orientar la economía hacia el campo popular no parece ser una opción viable ni conveniente para alguien que gastó, entre otros despilfarros, $532.400 en la producción de un spot institucional (Decreto 2555, 19/08/2014), $800.000 en la coorganización de un partido de práctica de rugby de Los Pumas disputado en las instalaciones del C.A.S.I. (Decreto 1918, 15/07/2014) y $400.000 en gastos de organización para el campeonato mundial de Optimist 2014, llevado a cabo en el Club Náutico San Isidro (Decreto 3118, 26/09/2014).
Derechos Humanos: la eterna deuda
La Ordenanza aprobada en la sesión del 18 de abril de 2012 (Expte. N° 021-HCD-2006) afirma que, conforme a lo que establece la Ley Orgánica Municipal, corresponde a la función deliberativa municipal la imposición de nombres a las calles y a los sitios públicos; como así también la conservación de monumentos, paisajes y valores locales de interés tradicional, turístico e histórico. Dicha Ordenanza afirma: “Lamentablemente en la historia política del siglo pasado, los distintos golpes de Estado y sucesivos gobiernos de facto suprimieron los Concejos Deliberantes y por consecuencia eliminaron sus funciones, las que fueron asumidas por quienes detentaron el rol del Intendente municipal, en representación de aquellos gobiernos”.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo puede ser que en San Isidro haya calles que lleven nombres de dictadores? A los hechos remitirse: Gral. Aramburu y Tte. Lonardi, reconocidos emblemas de gobiernos dictatoriales que utilizaron la violencia y diversos métodos ilegales para “desperonizar” el país. El caso Aramburu es el que más indigna a los vecinos de Martínez, que juntaron firmas y presentaron diversas notas en el Concejo Deliberante para cambiar el nombre de esa calle por el nombre que llevaba previamente: Ombú.
Un poquito de historia para los desmemoriosos. Pedro Eugenio Aramburu fue un militar golpista devenido en político que encabezó un golpe militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955. Se autodesignó presidente entre 1955 y 1958 y durante su dictadura militar, denominada por sus cabecillas Revolución Libertadora, se derogó la Constitución Nacional de 1949, se suspendieron numerosos derechos civiles, fueron perseguidos y encarcelados dirigentes gremiales y políticos, se hizo desaparecer el cadáver de Eva Duarte, el Partido Justicialista fue proscripto (incluso se prohibió cantar “la marcha” o nombrar a Perón) y se realizaron los fusilamientos ilegales y clandestinos del General Valle, el Coronel Yrigoyen, el Capitán Costales y de otros civiles que fueron ejecutados a sangre fría en un basural de José León Suárez, entre el 9 y el 12 junio de 1956.
El golpe de Estado llevado a cabo por el Gral. Aramburu tuvo como propósito anular hasta el último vestigio de soberanía popular, eliminar los resortes defensivos de la economía y suprimir la justicia social modificando los términos de distribución de la riqueza en beneficio de una pequeña porción de la sociedad. La Revolución Libertadora, a la que pertenecieron Lonardi y Aramburu, no es sino una gran paradoja; en el sentido de que es paradojal ejercer la tiranía en nombre de la libertad y establecer la dictadura en nombre de la democracia. Paradojal es cada acto de dicha revolución con relación a su propia doctrina, del mismo modo que es paradojal fusilar después de repudiar la pena de muerte, y decir que la pena de muerte es uno de los actos distintivos de la tiranía del adversario.
Asimismo es, cuanto menos, paradojal que en este municipio sigan existiendo calles con nombres de personajes nefastos, golpistas y represores que contribuyeron a la historia más negra de nuestro país. Sobre todo, teniendo en cuenta que el 10 de junio de 2014, se realizó una ceremonia en Boulogne para conmemorar el 58º aniversario de la masacre de J. L. Suárez, donde el Intendente Gustavo Posse asistió junto familiares de las víctimas, funcionarios y concejales. Allí, el Intendente afirmó: “Vinimos a acompañar, como todos los años, a los familiares de Carranza y Garibotti, dos trabajadores que fueron asesinados en un hecho que –en principio– pasó al olvido pero hoy enaltece el sentido de la democracia”.