Por Mariano Pacheco. Recordando las leyendas y enseñanzas surgidas de las comunidades indígenas zapatistas, este relato entrecruza los nuevos anuncios del EZLN con la lucha histórica y permanente en el sureste mexicano.
Creo no equivocarme al afirmar que “el largo adiós” del Subcomandante Marcos nos dejó a todos sus seguidores -mujeres y hombres atentos a las prácticas y las reflexiones sostenidas por las comunidades indígenas en el sureste de la Selva Lacandona- no digo un sabor amargo -porque hemos comprendido la sabia apuesta, y la compartimos–, pero sí un dejo de nostalgia, de la mano de la incertidumbre de cómo esa fuerza política insurgente se comunicará con el resto del planeta ahora que ese poeta-combatiente ya no será su vocero.
Para no extrañar tanto su pluma (o el producto del resonar de las teclas de su notebook, tal vez deberíamos decir), una breve glosa de aquel hermoso texto (“Poema en dos tiempos y un final subversivo”, publicado el 22 de septiembre de 1994 en el suplemento especial de La Jornada, México), en el que Marcos y el Viejo Antonio conversan acerca de cuál será el color que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) elegirá para sus pasamontañas.
En el principio era el agua de la noche
“Una noche, una lluvia, un frío. Diciembre de 1984…
El viejo Antonio mira la luz. En la hoguera el fuego espera…”
Antonio cuenta que en el principio todo era agua, noche. Y que tanto los dioses como los hombres andaban tropezando y cayendo porque no había la luz para ver, ni tierra para acostar el cansancio y el amor. No era bueno el mundo así, le cuenta a Marcos. Luego el Sub trasmite al mundo entero eso que Antonio le detalló: los dioses, enojados, comenzaron a pelear y a decirse palabras fuertes, que espantaron las orejas de los hombres y las mujeres murciélago, que entonces se escondieron del ruido de los grandes enojos de los dioses. Entonces, los dioses se pusieron de acuerdo: iban a soñar. Y soñaron juntos nomás. Fuego fue el nombre de esa imagen que soñaron.
Ya tenían lo que necesitaban, luz y calor. Pero no se ponían de acuerdo sobre quién llevaría el fuego al cielo, para que el agua-noche no lo alcanzara. Entonces hicieron una asamblea general. Y fue finalmente el más negro y más feo de los dioses quien llevó para arriba al fuego y se quemó con el fuego. “Y negro se puso y gris después y blanco y amarillo y naranja después y rojo luego y fuego se hizo”. El viejo Antonio separó con sus manos un tizón de la hoguera, se lo da y le cuenta a Marcos que el tizón sigue el camino inverso que el señor negro del cuento: naranja, amarillo, blanco, gris, negro. “Recuerda que el rostro cubierto de negro esconde la luz y el calor que le harán falta a este mundo”, dice finalmente.
El fuego y la palabra
“Otra noche, otra lluvia, otro frío. 17 de noviembre de 1993…
Décimo aniversario de la formación del EZLN. El Estado Mayor zapatista se agolpa en torno al fogón… Está también el viejo Antonio, es el único que puede franquear todas las postas zapatistas…”
Los oficiales zapatistas con grado de Mayor debaten sobre cuál será el color de los pasamontañas que han elegido para identificarse. “Café… como la gorra”, dicen unos. Verde, plantean otros. El Viejo Antonio llama a Marcos y le pregunta si aún conserva el tizón que le dio. El Sub contesta que sí y lo busca. Se lo da. El Viejo Antonio tira el tizón al fuego. “Primero gris, blanco, amarillo, naranja, rojo, fuego. El tizón es ya fuego y luz. El Viejo Antonio me mira otra vez y se va por entre la niebla… Todos quedamos mirando el tizón, el fuego, la luz”. El fuego y la palabra. Marcos propone que los pasamontañas sean de color negro. Nadie se opone…
Morir para vivir
“Otra noche, otra lluvia, otro frío. 30 de diciembre de 1993…
Las últimas tropas inician su marcha para tomar posición. Un camión se atasca en el lodazal, los combatientes empujan para sacarlo…”
El Viejo Antonio, con un cigarro apagado en la boca, se acerca a Marcos. Le pregunta al Sub cuándo será la presentación pública del zapatismo ante el mundo, luego de haber permanecido en las montañas, organizándose, por una década. Marcos le dice que, si llegan, el alzamiento será al otro día, cuando México firme el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Y le muestra el pasamontañas negro. Antonio lo toma y le pregunta por el tizón, que a Marcos se le hizo fuego esa noche, un mes y medio atrás. “No quedó nada”, dice Marcos apenado. “Así es de por sí”, contesta el Viejo Antonio con la voz quebrada. Y agrega: “Morir para vivir”.
El camión se desatascó. El Viejo Antonio ya no estaba. La voz de los zapatistas se prepara para decirle al mundo “Ya basta”. Y dar testimonio de nuevas rebeldías.