Por Agustín y Leandro en el Colectivo De Pies a Cabeza. Se viene el Mundial. Se viene el agite. Se vienen las protestas y la represión también. Sin embargo, no es contra el fútbol que se agita, es desde el fútbol. ¿O no?
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Brasil es un equipo de fútbol en el que todos juegan pero arman un equipo horrible que juega horrible y gana. Horrible: apuestan a lo horrible, a lo mezquino, calculando que la genialidad aparecerá como emergencia mínima suficiente. Nunca apuestan a organizarse como equipo, como un nosotros orgánico, desde la premisa constante de esa genialidad. No juegan a la belleza. Su máquina, su equipo marca-Brasil, explota vilmente la belleza que portan los cuerpos que lo componen. Explota la belleza vilmente, sin soltarle la rienda ni tampoco alentarla con voluntad para que rija. Una voluntad horrible.
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El año pasado hubo agites muy fuertes en Brasil, que con menos prensa aún continúan y que pusieron al Mundial en el centro de la escena de un modo inesperado. A las plazas centrales, palacios de Gobierno, templos religiosos, embajadas extranjeras, palacios de Justicia, viviendas particulares de algunos funcionarios, a las comisarías y destacamentos militares, se hacen las manifestaciones políticas desde centurias. Los brasileños no: ellos agregaron, como sitio de concentración de libido política, los estadios de fútbol. Pasó a ser a los estadios donde hay que llevar los cuerpos y las palabras de la disidencia.
Estas movilizaciones nacieron esencialmente improgramadas, y por tanto exentas de tradición militante. No heredaban consignas, proclamas y cánticos de manera obvia y lineal. Había que inventarlas. En una postal conmovedora, entonces, los gritos del nosotros brasileño usaron, para marchar a los estadios a protestar contra el Mundial, la melodía inconfundible y la entonación palmaria de las canciones de cancha.
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Es interesante que el disparador del estallido haya sido el boleto del colectivo. O, digamos, el transporte como problema.
La jornada laboral no es ya el ámbito por excelencia del conflicto. Porque es la vida misma, entera, sin “afuera”, la que está puesta al servicio de la valorización mercantil. Un extractivismo que no es solo de los recursos de la naturaleza, sino de la vida humana urbana misma como fuente de valor. Toda la vida como insumo de la maquinaria mercantil. Es la vida, por lo tanto (y no solo el trabajo), el problema político fundamental.
Hay muchos que viven al fútbol como –o evitan vivirlo por considerarlo un- operador del extractivismo vital. El fútbol es visto, en Brasil, pero también en AFA plus para todos, como argumento para que se modernice la dominación. Pero amamos el fútbol no sólo porque la bocha no se mancha, sino porque permite visibilizar las operaciones de mercantilización y de control.
No es contra el fútbol que se agitó en la red metropolitana brasileña; no: es desde el fútbol. Como ejemplo, un mail enviado desde Brasil en los días más fuertes de las movilizaciones (y la Copa Confederaciones): “Un amigo fue hace unos días a ver un partido al Maracaná recién reformado, y volvió con el corazón en la mano. A partir de ahora, decía, una marcha como la de ayer iba a ser de las pocas ocasiones en las que se iba a poder sentir la vibración que se sentía en el viejo estadio cuando gritaban los hinchas de tu equipo y del otro, porque al nuevo Maracaná, por convenio con la FIFA, le metieron una acústica que deja todo en un cono de silencio.”
Sentir la vibración de los otros; ser informado por la vibración de los otros. Una experiencia de la igualdad. Se ve, en ese testimonio, al fútbol como experiencia de tierra propia, tierra materna (tan masculino) que provee los parámetros y las imágenes con las que medir también las intensidades de la pasión política. El fulbo señala y activa preguntas: ¿En qué ciudad queremos vivir? ¿Para qué vidas están haciéndose las ciudades?
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El Mundial es un escenario de guerra. Objetiva, estratégicamente, el mundial, que llegó hace rato, es un escenario de guerra: “Brasil usa aviones no tripulados que pueden atacar sin orden de Dilma. Podrán derribar aeronaves sospechosas. Sin permiso presidencial. Pero temen que los usen para controlar manifestaciones. Son drones que ya vigilan la Copa Confederaciones, y los utilizarán en la visita del Papa y en el Mundial.”
En las movilizaciones del año pasado hubo algunos episodios de represión. Pero hubo un tipo de movilización especialmente que produjo represión de la más alta violencia: la que intentaba acercarse a los estadios durante los partidos de la Copa Confederaciones.
Un axioma reza que “si el poder reprime algunos movimientos, aquellos que no son reprimidos no amenazaban entonces al poder”. Las movilizaciones que imponen la presencia de la multitud en las ciudades parecen ser tolerables, mal que mal, para el orden. El imperio de lo obvio es flexible, aprende. En cambio, las que imponían esa presencia atacando de modo directo los partidos de la Copa, debían ser impedidas, con la violencia que fuese necesaria.
Parece que incluso el Palacio Legislativo tiene menos valor para la constelación de poder gubernamental que los estadios que alojan la Copa. La realización de los partidos de Copa era cuestión de Estado, parte del orden de la Nueva Roma con colmillos policiales.