Por Sebastián Tafuro. El fútbol del ascenso tiene múltiples historias mínimas. Allí donde las luces no brillan, se esconden héroes anónimos cuya trascendencia oscila entre lo nulo y lo fugaz. Uno de ellos fue Darío Dubois, alguien que se animó a desafiar ciertas convenciones y cuya vida oscila entre la risa y la tragedia.
Loco lindo. Esas son las dos primeras palabras que surgen para definir a Darío Dubois, un mítico personaje del ascenso argentino. En esta primera entrega de las historias mínimas sobre quienes dejaron su huella en numerosas canchas del fútbol de nuestro país (esas en las cuales hay poco de césped y mucho más de tierra), recordaremos a este marcador central aguerrido, que vistió la camiseta de clubes como Yupanqui, Midland, Deportivo Riestra o Victoriano Arenas y que no dudó en llamar la atención a través de cierta excentricidad, así como a través de una voz que siempre se alzó en contra de las injusticias que le tocaba vivir en el mundo de la redonda.
Dubois fue un hombre que siempre llevó en su cabeza, la conociera o no, la frase que la Bersuit popularizó: “no hay fracaso más rotundo que haberse venido al mundo pa’ morirse y nada más”. Con el sacrificio del laburante que doblega esfuerzos para poder ejercer la práctica deportiva más linda, el pelilargo jugador se propuso en cada acción, en cada palabra ir un paso más allá de lo establecido. En lo que podría marcarse como una payasada o en aquello que a veces provoca el silencio resignado antes que la denuncia en voz alta.
Actuando para Midland, a Dubois un día se le ocurrió: ¿por qué no pintarse la cara para salir a jugar? Al fin y al cabo de eso se trata el fútbol y hay que desdramatizarlo: no es nada más que un juego. Influenciado por sus gustos musicales, ligados al Black Metal, Dubois -quien además formó parte de dos bandas tributo, una a Vox Dei y la otra a Reef- utilizó maquillaje blanco y negro y entró a disputar un clásico con Argentino de Merlo de esa forma. Repetiría la acción en otros 13 partidos, hasta que la AFA (sí, la asociación madre del fútbol argentino) sacó una ley impensada tiempo antes, que prohibía jugar al fútbol con la cara pintada.
“Esto me da polenta, vos te pintas la cara y salís a guerrear. Sé que los rivales se van a asustar, pero el reglamento no lo prohíbe. Yo escucho black metal, bien podrido, una música que me parte la cabeza y tengo ganas de jugar así, como soy”. Así como era, el “Loco” Dubois se mostraba. Quizás una rebeldía sin causa, pero también una forma de descontracturar un ámbito que él alguna vez definió como “fascista”. Pero también eso que podía parecer una acción bizarra (y que llevó a incrementar la presencia de hinchas en las respectivas canchas donde se presentaba “el que se pinta la cara”, además de convocar a más medios de lo habitual en torno a ese suceso), tuvo un acompañamiento en posiciones de confrontación contra intereses más poderosos. A la manera de Dubois, eso sí.
En 1995, una gente de la zona le ofrece al plantel de Lugano colocar una publicidad en su camiseta a cambio de 40 pesos por triunfo para cada jugador. Al cabo de 3 victorias consecutivas el dinero no aparecía. El Loco consideró que era suficiente tiempo para expresar su rechazo al sponsor y decidió llevar una cinta aisladora negra para entrar a la cancha con la marca tapada. Pero se la olvidó. En consecuencia, y en un contexto de lluvia y barro, Dubois agarró un poco de este último y se lo esparció por la parte de la remera donde figuraba quien los auspiciaba. “El sponsor se cagaba de risa de nosotros, ¿entendés? No nos pagaban, y yo con esa guita viajaba. Después en la semana, la comisión se juntó y me querían suspender, pero no lo hicieron“, expresó.
La otra gran anécdota, entre tantas, que involucra a este defensor de 146 partidos y 13 goles (nada mal para el puesto en el que se desempeñaba), admirador de Ernesto Guevara, es la que sucedió tras una de las pocas expulsiones en su carrera. En un duelo entre Midland y Excursionistas, en pleno Bajo Belgrano, el árbitro Juan Carlos Moreno le saca la segunda amarilla y decreta la expulsión. En el preciso instante en que Moreno saca de su bolsillo la tarjeta se le caen 500 pesos al césped. ¿Se preguntan qué hizo Dubois? Sí, lo que sospechaban. Lean sus propias palabras: “Me zambullí al suelo, agarré la guita y me fui corriendo. Me seguían todos: el árbitro, los jugadores, cuerpo técnico, se armó un quilombo que ni te cuento. Adentro de la manga, rodeado, le dije al juez: ‘Este es el premio que vos me das por echarme, hijo de puta’”. Luego, le devolvería el dinero porque, como confesó, se hubiera visto afectado por una sanción de 20 fechas (por lo menos).
Personaje entrañable, también alguna vez, con la camiseta de Victoriano Arenas, se animó a denunciar al dirigente de Juventud Unida Juan José Castro, que les ofreció dinero para perder, para que ellos ganasen y él pudiera asegurarse una reelección en el distrito de San Miguel. Lo calificó como “rata inmunda” y aseguró que ellos jugaban gratis y para ganar.
Lamentablemente, el Loco Dubois también estuvo signado por la tragedia. En 2005 se vio obligado a retirarse del fútbol por una rotura de ligamentos de la cual no pudo operarse ya que ni su club (en ese entonces Victoriano Arenas) ni Futbolistas Argentinos Agremiados accedieron a costearle los gastos necesarios para la intervención y su posterior recuperación. En marzo de 2008, cuando salía de su trabajo como operador de sonido en un local en el conurbano bonaerense donde tocaban bandas de rock, lo quisieron asaltar y lo balearon en las piernas y el estómago. Tras varios días de agonía, falleció a los 37 años. El payaso que se pinta la cara pero que se mata por la camiseta, como alguna vez se definió, dejó de sonreír muy temprano. Su recuerdo se mantiene intacto en el mundo del otro fútbol, ese de pocas luces y mucho pero mucho corazón.