Por Martín Estévez. La semana pasada se inició la séptima temporada de Peter Capusotto y sus videos por la Televisión Pública. Las novedades y las continuidades del ciclo.
El lunes 27 de agosto comenzó el ciclo 2012 de Peter Capusotto y sus videos. Con el mismo humor absurdo y delirante de siempre, Diego Capusotto y Pedro Saborido iniciaron una nueva temporada de 12 capítulos, que se desarrollará durante lo que resta del año.
El primer programa permitió observar la aparición de novedosos personajes poco relacionados con la cultura rockera -como Jorge Meconio-, aunque la persistencia descollante de Violencia Rivas, segmento con el que finalizó la primera emisión, demostró que algunas de las más entrañables creaciones de antaño continuarán otorgándonos ácidas e ingeniosas miradas que provocan carcajadas y reflexión en idénticas dosis.
Manteniendo la estructura tradicional que caracteriza al programa desde sus inicios, allá por el año 2006, los sketches humorísticos son prologados por un desopilante presentador encarnado por el propio Capusotto, y se alternan con los poco menos que incunables videos musicales provistos por Marcelo Iacomidis, que siguen conservando su reconocida calidad y extrañeza.
Como mencionamos, entre las continuidades del ciclo se destaca Violencia Rivas. Fiel a su estilo, esta “creadora del punk” apela una vez más a sus memorables y fulminantes acusaciones contra el capitalismo. Así es que la oímos decir que en este mundo nos encontramos sumergidos “bajo el chorro del sifón de bosta que manejan los hijos de puta que siguen aceitando la máquina” en la que vivimos; y gritar que está harta “de sobar la gris banana del aburrimiento que te sirven como postre del menú ejecutivo del fracaso de este restorán, donde te dan de comer la carne podrida de esta sociedad de mierda.”
Finalmente, Violencia se sincera y plantea: “Yo ya de joven quería ser esto que soy, una vieja de mierda”, antes de encabezar la toma de un edificio público junto con otros jubilados, por la mala atención que reciben. “Yo les voy a enseñar a tratar bien a la tercera edad, ¿se creen que el mundo es de ustedes? Yo ya lo sufrí antes”, les expresa a los burócratas estatales. A sus compañeros, en cambio, les aconseja: “¡Corcho para todos! Vénguense de haber vivido. ¡Subversión!”.
Ya -un poco- más calma, en su casa, rememora los acontecimientos: “Les pido disculpas por todos los daños provocados, pero también les digo a todos: hagan que las cosas sean distintas para los viejos, porque mañana ustedes van a ser los viejos que vivan aislados y agradeciendo la existencia de la televisión y la radio, como si la compañía de un viejo la pueda dar un electrodoméstico, porque los hijos no tienen tiempo, porque estamos obligados a seguir produciendo y negociando que nos coman el culo para tomar la triste leche de la insatisfacción, sorbiendo la teta de esta cerda y puta civilización decadente y enferma!”.
La crítica televisiva suele hablar de la desmesura de Violencia Rivas… sí, algo de eso hay en su lenguaje, en sus modismos, en la ira descargada contra sus mascotas, pero pocos pueden negar la precisión conceptual de sus discursos.
Como es costumbre en el programa, diversas secciones apuntan sin mediaciones contra la vida urbana y proponen desde la comicidad una aguda crítica al sistema. La publicidad de “Robotril” -nombre que remite claramente al famoso ansiolítico Rivotril– es un ejemplo de ellas. Se trata de una especie de superhéroe al revés que controla las crisis nerviosas de los habitantes de nuestra sociedad con el fin de que no generen inconvenientes en sus lugares de trabajo “y por lo tanto en la economía y al sistema capitalista en general.”
Cuando un oficinista está a punto de mandar literalmente al carajo su vida monótona al servicio de una empresa, la oportuna aparición de Robotril dispara dos comprimidos de 50 gramos de tranquilizante que inducen una “química alegría” e idiotizan al sujeto para que continúe reproduciendo su vida y el régimen social en el que está inserto. Este invento de Laboratorios RROPE “hace que todo siga funcionando sin cuestionamientos, porque lo que no te da la vida, te lo puede dar la industria farmacéutica.” Cualquier similitud con la medicina actual no es pura coincidencia.
Lo mismo podemos plantear de la presencia inaugural de Jorge Meconio, personaje con el que empezó el ciclo este año y que esperamos sus creadores desarrollen un poco más durante algunos de los próximos programas. Más allá de que sus canciones resultaron demasiado básicas, su propuesta sobre la necesidad de recurrir a la ambición y el egoísmo para lograr la felicidad resulta un abierto rechazo a la popularidad de los gurúes de autoayuda que pululan por la televisión argentina y cuyos libros y revistas se venden en cantidades industriales.
Meconio asevera que su éxito se basa en ser “un reverendo hijo de puta” y que “está comprobado que si sos una buena persona la pasás bien, pero si sos un sorete la pasás mejor y te divertís más.” Para convencer a sus seguidores, insiste: “Esta es una buena época para ser hijo de puta, porque la gente ya no le da pelota ni a la religión, ni a los grandes ideales humanitarios ni al comunismo, ni a toda esa mierda que son algunos de los grandes generadores de ética.”
Sus discos y libros: “Si no cagás, te cagan”, “Él sufre, yo no”, “Me recontracago en todo”, con los que conquistó a miles de fans, rememoran frases hechas que seguramente le escuchamos a algún pariente en una cena familiar y que forman parte del mezquino sentido común del “sálvese quien pueda” impuesto por la cultura hegemónica.
A través de estos personajes, Capusotto y Saborido parodian formas de pensar, conductas y acciones que corrientemente observamos alrededor nuestro y en algunas ocasiones, en nosotros mismos. Su humor nos interpela en tanto sujetos sociales inmersos en una comunidad en la cual lo que esta dupla muestra es visto a diario, lejos del absurdo delirio que nos llama la atención.
De esta forma, la risa nos permite indagar sobre la falta de tolerancia, la discriminación, el individualismo, la demanda de diversas drogas para sostener un ritmo de vida oprobioso, la violencia contenida, la carencia de perspectivas y lo ridículo de las rutinas diarias que irreflexivamente continuamos reproduciendo.
Así, como diría el genial y perseguido intelectual soviético Miguelito Bajtín, la risa conserva su rol transgresor ante la autoridad y el status quo, ante el modo de organización social en el que vivimos. Y nos permite inquirir en nosotros mismos y en la comunidad que construimos diariamente, desde un sentido cuestionador pero a la vez entretenido.
Esta clase de humor lleva al extremo actitudes que reconocemos fácilmente. Si en un comienzo la base fue la música, en particular el rock, eje en torno del cual giraba la mayoría de sus personajes, actualmente Capusotto y Saborido parecen continuar un desplazamiento -que vienen realizando desde temporadas atrás- hacia situaciones generales del ciudadano argentino y sus instituciones.
Volvió Capusotto nomás. Como siempre, viene de a poco, insinuando lo que tiene para los futuros programas, pero dejando en claro su vigencia, su desparpajo, su ironía y su ácida mirada del mundo contemporáneo, que le otorgan a su propuesta un carácter distintivo -y corrosivo- en la televisión abierta.
Como diría Carlitos FapFar, el compañero de Bombita Rodríguez: ¡¡¡Fabulósico, ea ea jotapepe!!!!