Tras la muerte de Luca, dos de los ex Sumo comienzan un camino para superar el duelo, esta vez con música. 33 años pasaron de aquel debut de la banda Divididos.
Por Pablo Flores
Aclaración importante: gran parte de éstas líneas son producto de un intercambio con Rolo, un histórico fan de Sumo y de Divididos. Él tuvo la dicha de estar, desde cerca, en el tránsito de ese dolor que fue la muerte de Luca y de la desaparición material de Sumo, junto con Ricardo y Diego. Algunas frases son textuales, otras, propias de quien escribe. Gracias Alonso.
“Y allí estábamos todos, todos”
Invierno del 88’, el Plan Austral de Alfonsín y su ministro de Economía Sourrouille había fracasado y mientras tanto se preparaba, para octubre, un paquete de medidas ortodoxas que, como siempre, el pueblo iba a pagar las consecuencias. La democracia ya no alimentaba, ni curaba, ni educaba, pero la patria contratista y los partidos del orden ya estaban planificando su propuesta política para los años venideros. El muro de Berlín estaba por caer y un grupo de filósofos comenzaba a hablar sobre el final de la historia, la ideología y de las utopías. Mientras tanto, en un sótano del Palomar, dos veteranos de guerra dividían una enorme sala de ensayo, porque donde antes tocaban seis, ahora simplemente son dos.
Luca había muerto en el verano del 87’. Sin embargo, el último show de Sumo, sin el líder y a modo de homenaje, fue el 5 de marzo de 1988 en el Chateau Rock, Córdoba. A partir de ahí, los sobrevivientes toman caminos separados: Daffunchio y Troglio se quedan en las sierras de Nono, Pettinato empieza a planificar su viaje a Europa, mientras Mollo y Arnedo se vuelven para el Oeste. Luca ya había pasado del bar al cielo.
Cuando Diego y Ricardo hacen esa foto en la sala del Palomar, donde se encuentran ellos dos con una batería electrónica y la famosa lona que daba la sensación de achicar la sala, ya había una idea previa de lo que luego iban a hacer. Sin embargo, no eran sólo dos. Existía un grupo de pibes que se habían quedado huérfanos con la muerte de Luca y la obvia disolución de Sumo. Fueron los primeros santos en remera. Los que ayudaban a subir y bajar equipos, armar volantes, estar en la sala, organizar fechas. ¿Vuelven? Entonces volvemos. Volvemos sin amor por amor.
Empezar de “menos cero”
Para mayo de 1988 ya había nombre de la banda nueva y fecha de presentación. El debut iba a ser en Rouge Pub, en el barrio porteño de Flores. Inicialmente la fecha iba a ser el sábado 4 de junio, sin embargo, se pasó para el viernes 10 de junio. Pero antes de meterse de lleno en aquél día, es necesario reconstruir algunos elementos de los meses previos porque había que seguir, pero no se sabía cómo.
Esos cuatro meses transitados entre marzo y junio del 88 fueron la devastación. Era vital dejarse habitar por un doble duelo: el carnal y el espiritual. ¿Los duelos pueden llegar a ser eternos? Seguramente. Pero para ello existe la posibilidad de abordar las contradicciones. Y entonces, ahí, aparece la dialéctica: superar el duelo carnal con el duelo espiritual. Un duelo puede llegar a superarse con un buen espíritu. Entonces superar a Luca y a Sumo implicaba transformarse en una nueva energía. Ricardo y Diego inician su propio camino en un espacio donde no estaba más el líder que les mostró el camino, pero ellos tenían que hacerse el andar a lo machetazos. Había que empezar desde menos cero. Al principio esa nueva energía se llamó la División, después Divididos. El nombre tuvo que ver, exactamente, con su historia pasada, era una continuidad. Como se leyó una vez por ahí: “Si con Sumo nos hicimos marxistas, con Divididos nos hicimos gramscianos”.
Durante esos primero ensayos, donde se experimentaba y zapaba, había algo en plena gestación a partir de todo ese dolor. Tocar y empezar a recitar frases sueltas sin pensar, gritando como diarieros, porque ellos eran músicos, no cantantes. De hecho, Mollo, habiendo tomado la posta del micrófono, no cantaba, sino que gritaba. Y eso, lo había aprendido de Luca. Ricardo era el guitarrista que gritaba, pero con el tiempo la voz se fue acomodando. De esas primeras zapadas y con algunas ayudas, como la de ese taxista verborrágico que les había dicho que el rock era puro “besame, besame, da la vuelta y la besame”, salieron las primeras canciones de lo que luego serían parte de los repertorios en vivo y de próximos discos.
El gran ensayo de encontrar la eternidad
Cuando Divididos ya tenía fecha y lugar, Rolo (o Alonso para los muchachos) arma dos bocetos de volantes para promocionar a la banda. Hacia adentro, Diego, Ricardo y ese grupo de pibes, eran Sumo, siempre lo fueron y siempre lo van a ser. Sin embargo, hacia afuera había que invitar a la gente al nuevo proyecto, pero eran los “ex de algo”. Entonces en lo volantes se escribió “Divididos” y debajo, chiquito, “ex Sumo”.
De esos volantes hechos a mano se realizaron 300 fotocopias y eligieron un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota para invitar a la gente. Los días 13,14, 21 y 28 de mayo, y 4 de junio, los Redondos presentaban en el Teatro Bambalinas su tercer disco de estudio. Por aquellos años, ya eran una banda que prometía masividad, entonces decidieron ir a promocionar el recital de los ex Sumo a esa seguidilla de shows.
Llega el 10 de junio y a Mollo lo acompaña una fiebre de 40 grados. Parecía que se suspendía, pero no. Aparentemente las volanteadas previas no sirvieron de mucho, porque en el lugar las caras eran viejas y conocidas. Ese centenar de personas que se reunieron para el debut iban en búsqueda de rellenar ese hueco enorme que se había producido hace seis meses. El camino no iba a ser nada fácil. Estar en Rouge Bar, aquella noche, era volver a escuchar la potencia en un lugar pequeño pero con un corazón enorme.
Durante mucho tiempo se instaló el mito de que la gente esperaba que Luca saliera y diga que todo fue una joda. Pero quienes estuvieron ahí jamás manifestaron semejante sentimiento sino que, ese primer ensayo cortito con personas, no fue más que el inicio de un proceso largo del duelo, un duelo que no se buscaba saldar, porque quizás los duelos no se saldan nunca, pueden ser permanentes, se pueden transitar. El golpe bajo fue cuando sonaron los acordes de Estallando desde el océano (o “Bruce”, como se lo anotaba en las listas de Sumo) y ahí todo se desbandó. Allí se sintió un vacío en el pecho de todos aquellos que volvían a buscar el objeto perdido. El desorden y los llantos por el inicio del duelo se hicieron presentes. Luca no iba a salir, porque no estaba más. Y luego, cuando sonó Nextweek todo se fue al carajo.
También sonaron los primeros temas compuestos. Canciones que formaron parte de la primera obra de Divididos, 40 dibujos en el piso: Che, ¿qué esperas?, La mosca porteña, Haciendo cosas raras, Gargara larga, Un montón de huesos y Camarón Bombay (qué se hacía en los últimos shows de Sumo). Mención especial para ¿De qué diario sos? Dedicada a los medios de comunicación por cómo trataron la muerte de Luca. Mientras Sumo duró, los mercenarios del papel y la tinta jamás se acercaron a la banda. Pero muerto Luca, se amontonaban a los codazos para buscar la primicia, la notita.
Aquella noche de invierno en Flores, con el calor de la fiebre, fue el puntapié inicial que fundó una utopía y de una forma de hacer las cosas. Cuando se anunciaba el final de la historia, el viento dulce del Oeste había comenzado a soplar.
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La gloriosa semilla, sonidos, barro y piel
Con el 89’ llegó la hiperinflación, los saqueos y los 40 dibujos ahí en el piso. En los primeros 90’ de la convertibilidad, las privatizaciones y del nada que deba ser privado quedará en manos del estado don Ricardo nos gritaba que cleptocracia era lo que había. Pasaron los primeros Cemento, la seguidilla de los Obras y la masividad. Entonces, fue ahí cuando la industria les pedía hits para que roten en la radio. Le contestaron: “anda a lavarte el orto” e hicieron uno de los discos de culto más rockeros de la historia y la masa se alejó. Pero como eran consecuentes, siguieron adelante. Un día, el páncreas del Cóndor casi lo deja sin vuelo. Ya no había Paso del Rey ni micro hacia el Fantasio. Volvían con un nuevo sonido y la aplanadora ya tenía una nueva identidad. Aparecían las primeras puebladas y represiones de un Estado que vendió hasta las joyas de la abuela. La década terminaba y Divididos nos decía que esta tierra cero peso no era real y a su vez, nos alertaban sobre los medios de comunicación y de los reyes que se llevan puestos a los peones. Con el 2001 y el piquete y cacerola la lucha es una sola, tuvieron que suspender un recital. Pasó el infierno, pero en el 2002 nos dijeron que nos imaginemos alegres. Se tomaron ocho años para que florezcan las amapolas y sinteticen más de cincuenta años de rock nacional en una obra maestra: la madre de este invento fue la angustia.
Nunca les tembló el pulso de posicionarse de este lado de la línea. Desde colgarse el guardapolvo blanco para tocar en la Carpa Blanca de los docentes que ayunaban en el Congreso, hasta tocar para las Madres de Plaza de mayo. Desde levantar la whipala en cada recital, hasta colgarse el pañuelo verde en el pie del micrófono. Desde pedir justicia por Jorge Julio López y Santiago Maldonado, hasta repudiar la represión a las comunidades que defienden el agua y la montaña en Jachal y Famatima. Desde ponerse la camiseta de HIJOS hasta levantar en un show una remera que pedía basta de gatillo fácil. Porque el rock no puede ser neutral y mucho menos reaccionario.
La historia de Divididos es una historia de tropezones. Pasar de llevar instrumentos en la mano a altas horas de la madrugada por un recital que suspendió el dueño porque no había vendido ni una sola entrada a tocar en Tilcara gratis para más de diez mil personas en un escenario imposible no es suerte ni meritocracia. Fue la utopía que los hizo caminar, que los hizo mantener la humildad de ese subsuelo del oeste del conurbano bonaerense. Tocar, tocar y tocar. Como lo aprendieron de Luca, tocar con el corazón. En las buenas y en las malas mucho más. Desde el aula hasta el bar. Adelante, con todo.