Por Nadia Fink. Estamos en la final, qué tanto. Y después de gritos y brindis, unas tímidas líneas que pretenden un análisis a puro teclado y corazón.
Escribir con el último grito atravesado en la garganta, se supone, no corresponde a un periodismo que puede tomar distancia para pensar, opinar, concluir, abrir nuevas posibilidades en la crítica.
Sentarse a tipear errores después de haber gritado hasta la afonía o de aguantar una lágrima que asoma tímida no corresponde, esta vez, a un hincha de fulbo que, se supone, “lo vive con pura pasión”.
Pero a veces esas aparentes contradicciones, esas personalidades desdobladas, pueden ir un rato de la mano y, con ojos empañados y corazón latiendo, meter dedos en el teclado y proyectar una final después de 24 años.
Primero, una imagen; o dos: la de la única selección en este Mundial que llora de emoción un pase a la final, que revolea la camiseta frente a la hinchada, que entona sus mismos cantos, aunque falte un alambrado que los espeje. La otra: el abrazo en el centro de la cancha antes de los penales. La modulación de Masche diciéndole a Chiquito: “Esta tarde el héroe sos vos”. Dos pinturas de los mejores del partido y de esta selección: el reflejo de un grupo unido, muchos de los que ya transitan su tercer mundial (además de haber compartido sub-20), donde la disposición del que está afuera o el que entra parece ser la misma.
Esa identidad que no abunda en el campo de juego se les siente en la intimidad deportiva. La imagen de un capitán cuya referencia va en aumento partido a partido. Y el miércoles lo demostró con creces cuando en lo personal dio hasta lo último después de la jugada más peligrosa de Holanda, Robben solo en el área, el cruce justo y el tirón que olvidó en cuestión de segundos para empujar al equipo desde bien atrás; cuando en lo colectivo se transformó en arenga y dador de confianza minutos antes de que empezaran los tiros desde los once pasos.
Y en su mayor virtud, se encuentra también el mayor defecto de la selección argentina: ese torito que empuja desde abajo termina tan retrasado que es casi un líbero y, lo sabemos, el líbero no suele pasar la mitad de la cancha. Entonces, Messi debe bajar tanto para ir a buscar la pelota que en su encare de magia por el medio ya habrá suficientes rivales poblándole el medio campo. La defensa fue afirmándose e hizo el miércoles su partido más correcto: la entrada de Demichelis en los últimos dos partidos terminó de darle una seguridad notoria (sobre todo a Garay), los laterales con las espaldas más cubiertas y con una proyección que no termina de explotar porque el equipo, eso sí, sigue mucho más tiradito hacia atrás.
Con un Pocho incansable, buscando y bajando para recuperar, que llegaba solo con la única posibilidad de un centro para Higuaín, la ausencia de Di María (por encare, por movilidad) se hizo sentir en un partido donde con la cancha tan rápida y la lluvia mojando la pelota. No hubo intentos de tiros desde afuera del área.
Sí, sí, vendrán los momentos para pensar si el estilo “pincha” no cubre el campo de juego de un estilo táctico defensivo pero con bajas posibilidades de contrataque. Revisaremos estilos de juego, desearemos ser más vistosos. Volveremos a recordar la última final a la que llegamos, hace 24 años, después de haber dejado atrás a Brasil en los octavos. Y que repique en el cantito más famoso del mundial: “El Diego los gambeteó, el Cani los vacunó, están llorando desde Italia hasta hoy”; un equipo deslucido, un juego que no aparecía, el Diego jugando en un solo pie… Pero, como el héroe que llega a la meta después de atravesar los desafíos más duros, necesitamos crear héroes desde la agonía, necesitamos festejar hasta el cansancio porque lo que se recibe al final vienen después del sufrimiento.
Y entonces los penales, representación máxima de lo agónico y lo sufriente: un enorme Chiquito (y sí, el periodismo deportivo clásico tenía que aparecer en alguna línea) para achicar el arco, recordar al Goyco y dar rebote sin que nos preocupara esta vez. Un Maxi Rodríguez que venimos reclamando (para que ayude a Masche en la subida después de recuperar, para que pruebe más desde afuera del área, para que arrastre marcas y libere a Higuaín) encargado del tiro definitorio: eso de que los que están afuera se brindan en el momento en que les toca.
Otra final que jugaremos con el mismo rival, y nos empezarán a surgir los tironeos de si Nuestra América o si Brasil bailado; de si la fría máquina alemana (porque sí, porque es un estigma como nosotros “jugadores de potrero”) aunque lleguen con cuatro al área o (acaso de las formas más perfectas de plantar a un equipo) defiendan y ataquen en bloque, o si la venganza contra el nazismo; de si buen juego y tiki tiki o si gol de Messi en el último minuto.
Y para esta altura de las líneas escritas, de los bocinazos que no dejan de sonar hasta la madrugada, de los sucesivos brindis y análisis con amigos y parientes, la periodista pierde el rumbo, grita eufórica, ya le va prendiendo una vela al Gauchito Gil y piensa que, como en otros órdenes de la vida, vale más poner cabeza y sentimientos en función de un sueño de esos que no se miden por victorias o derrotas sino por estar en el camino del soñar mismo, como un juego en el que (nos mentimos) no importa tanto el resultado, aunque el más preciado de todos siga siendo siempre el gol.