Por Maru Correa // Foto: documental “Las formas de nacer”
Pisak es un apellido conocido en Misiones. Quien lo porta se convertió en una luchadora por el parto respetado a partir de haber sido atravesado violencia obstétrica. Su historia, reflejada en un documental, es un pedido de que “nunca más” haya víctimas de avasallamiento institucional.
Paula me pide que le escriba lo que le quiero preguntar. Entonces anoto en mi cuaderno, se lo muestro y lee: “A partir de la experiencia que viviste, ¿cuál es tu desafío?”. Con su voz potente y hermosa contesta que lo único que quiere es “justicia” y poder llegar a otras mujeres para que “nunca más” le ocurra a nadie lo que a ella le ocurrió.
Paula Pisak tiene 36 años, vive en el municipio posadeño de Jardín América, es docente de literatura y madre de dos niñas. La más grande de sus hijas es Agustina, a quien dio a luz por cesárea en noviembre de 2004 en la Clínica Privada Candia. El trato que recibió como parturienta derivó en descompensaciones, hipoacusia y parálisis muscular. Si bien puede hablar, no puede oír, y camina con mucha dificultad. Es un caso más de violencia obstétrica.
En 2005, Paula y su familia iniciaron acciones legales contra el centro de salud y los médicos que tenían la responsabilidad de recibirla y atenderla. La demanda incluye una causa civil y una penal, pero aún la Justicia no la resuelve.
La crónica inne-cesárea
Paula cuenta que aquella vez, lo que le practicaron fue una “inne-cesárea”, porque cuando llegó al sanatorio sus condiciones físicas estaban óptimas para tener un parto natural. Sin embargo, los médicos decidieron intervenirla quirúrgicamente sin darle ninguna explicación certera. El profesional que estuvo a cargo fue Sergio López Atrio.
El 16 de noviembre de 2004 a la tarde, rompió bolsa y fue a ese sanatorio junto a su compañero. La internaron y comenzó con las contracciones, que naturalmente se hacían cada vez más fuertes, pero la dejaron en la habitación y solo era visitada por los profesionales cuando venían a hacerle tacto.
A la medianoche, la obstetra le comunicó que habían registrado “sufrimiento fetal” -sin dar más precisiones- y que por ese motivo debían practicarle cesárea. Alejada de toda felicidad y placer, nació la pequeña. Otra vez la trasladaron a la habitación, donde estuvo consciente apenas 15 minutos porque vomitaba y le dolía la cabeza. En la madrugada comenzó con dificultades para respirar y sentía que se asfixiaba y se ahogaba con su propia saliva, tenía zumbidos en los oídos, no podía abrir los ojos ni hablar ni moverse.
Esa noche no había guardia médica y los respiradores no funcionaban, por lo que hubo que ir a buscar uno al nosocomio de la zona, pero allí tampoco consiguieron, de modo que la derivaron al Sanatorio Integral IOT, de Posadas (a 100 kilómetros de Jardín América), donde estuvo diez días internada en terapia intensiva, hasta que la trasladaron a Buenos Aires y la internaron en el Instituto Fleni (Fundación para la Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia).
Un milagro, me dijeron
Paula rememora: “Según los peritajes médicos, (la grave secuela física) se debió a que me perforaron la médula con la epidural, y sumado al abandono, terminó en esto; porque si se daban cuenta a tiempo y me atendían con parches sanguíneos y un control responsable, se remediaba. Pero nadie estuvo allí conmigo, solo sobreviví. Un milagro, me dijeron en el Fleni”.
Su historia es relatada a lo largo del documental en formación “Las formas de nacer. Historias de mujeres por el parto respetado”, de la Cooperativa de Comunicación Superficie de Misiones, que aborda la violencia obstétrica y el derecho de las mujeres a vivir un alumbramiento humanizado y consciente. Otra vez le arrimo el anotador: “¿Algún médico o directivo de la Clínica Candia respondió por tu caso, especialmente después del documental?”, leyó. “Se presentó en mi pueblo hace días. No supe nada, pero jamás tuve respuesta de ninguna índole, ni siquiera de lo que me sucedió, jamás me hablaron, hay un hermetismo total”, aseguró, y agregó que después de que se intervino la sala quirúrgica donde le practicaron la cesárea porque “había remedios vencidos, infecciones, entre otras cosas que los peritos pudieron detectar”.
“Y del gobierno provincial, ¿alguna novedad?”, insistí. La respuesta comenzó con un suspiro que esbozó el cincuenta por ciento de la situación. “No, porque justamente la dueña de la clínica en la que me sucedió esto es prima hermana de la senadora Sandra Giménez -del bloque Frente para la Victoria-. Entonces está politizada mi causa también, y es por eso que lleva tantos años, creo yo. Quisieron llegar a un acuerdo alguna vez con dinero, pero me negué porque yo lo que quiero es justicia, no el dinero, a mí nadie me devuelve los oídos ni el tiempo perdido, y nadie me va a poder jamás explicar cómo es la voz de mi hija. El daño que me hicieron es irreparable”.
Sin embargo, lejos de cualquier síntoma de pesimismo, ella ríe permanentemente, asegura estar “feliz” de participar junto a su mamá y sus hijas de las presentaciones del film y de sentirse acompañada en su lucha para que en nuestro país no haya más rastros de violencia institucional, y dentro de ella, obstétrica.
Al respecto, reflexionó que en aquel momento tal vez le haya faltado informarse más sobre este tipo de maltratos invisibilizados y tener el espíritu fuerte para negarse a que la clínica privada negocie con su cuerpo y haga lo que quiera sin su consentimiento.