Por Pedro Perucca.- La moda zombie conquista la Perla del Caribe. ¿Qué pasaría si, en vez de a los Estados Unidos, Cuba debiera enfrentarse al apocalipsis zombie? Juan de los muertos, el héroe más improbable, tiene la respuesta.
Los zombies están de moda, aceptémoslo. Hoy hay de todo, desde instrucciones de Centro Para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos para enfrentar un “apocalipsis zombie” hasta una versión de Don Quijote Z. Pese a que las versiones “en serio” parecen seguir en auge, desde The walking dead a 28 días después, pasando por Resident Evil, REC y decenas y decenas de otros productos más o menos mediocres que aprovechan la zombimanía (desde 2010 a la fecha se produjeron más de 100 películas sobre el tema, incluyendo títulos tan increíbles como Pride and Prejudice and Zombies, Ninja zombies o Atom the Amazing Zombie Killer), lo cierto es que los zombies ya no asustan demasiado. Así que, inevitablemente, el género parió la parodia que necesitaba, con la señera Shaun of the deads (de Edgar Wright, 2004) y la divertidísima Zombieland (de Ruben Fleischer, 2009).
Ahora la cubana Juan de los muertos (2011) se suma dignamente al novísimo género de comedia de muertos vivos (zomedy o zom com). Se trata del segundo largo del director cubano Alejandro Brugues y de la primera película cubana de zombis. Fue financiada por productoras locales y españolas, aunque también contó con el apoyo del Instituto de Cine de la isla (lo que no ha impedido que su director aproveche a promocionarla provocadoramente como “la primera producción independiente en los 53 años de historia que tiene el gobierno cubano”).
El Juan en cuestión es nada más que un vivillo, un lumpen, un típico buscavidas cubano al que en la primera escena podemos ver en una balsa, pero no intentando escapar de la isla sino pescando cerca de la costa de La Habana, tomando sol y comentando con su amigo: “Qué te dije, Lázaro, este es el paraíso y nada lo va a cambiar”. Plena paz caribeña hasta que un zombie intenta comérselos a él y a su compadre. Curiosamente, el primer muerto vivo lleva el típico uniforme naranja de los prisioneros de Guantánamo sugiriendo que la plaga puede venir de allí, aunque nunca se explicará claramente su génesis.
Pero un zombie más o menos no va a amedrentar a Juan: “Sobreviví al Mariel, sobreviví a Angola, sobreviví al Período especial y a la cosa esta que vino después”. Así que su primer reacción es tratar de que las autoridades no se enteren de lo sucedido hasta que, ya cuando los comedores de cerebro atacan la reunión del Comité de Defensa de la Revolución de su barrio, comienza a quedar claro que algo no está funcionando de acuerdo a la rutina caribeña, pese a que los noticieros insistan con que se trata de “alteraciones en la disciplina social” atribuidas a “grupúsculos de disidentes pagados por el gobierno de los Estados Unidos”.
Claramente, Juan no cree en la versión oficial acerca de la muerte de su vecino: “Mario no es ningún disidente. En mi vida he visto un gordo más chivato y más maricón que ese”. Pero a río revuelto, ganancia de pescadores, dicen. Y en la Ciudad vieja no hay mejores pescadores que Juan (el increíble Alexis Díaz de Villegas), su amigo Lázaro (el también director Jorge Molina) y una heterogénea pandilla de marginales simpáticos compuesta por Camila, la hija de Juan recién llegada de España (en una pésima interpretación de Andrea Duro), Vladi California (el cancherísimo Andros Perugorría), la China (la letal travesti personificada por Jazz Vila) y su amante y socio de combate, el Primo, un gigante moreno que se desmaya ridículamente a la vista de sangre (Elicer Ramírez). Una troupe de inmorales, sin dudas, adorable pero perfectamente capaz de robarle la silla de ruedas a un anciano, dejándolo a merced de los muertos vivos, para transportar elementos de primera necesidad para la resistencia (ron).
Así, la respuesta a la crisis de estos personajes (que el director quiere presentar como representativos de una típica mentalidad cubana) en principio no será ni la huída a Miami ni la lucha colectiva en defensa de su ciudad (o de la humanidad) sino la búsqueda del provecho personal. Entonces montarán en la terraza de su casa havanera un negocio lucrativo y necesario como pocos en épocas de apocalipsis zombie, una empresita de exterminio con el infalible y pegadizo slogan de: “Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos. ¿En qué podemos ayudarlo?”
Está claro ya desde su título (tal como acepta su mismo director) que el film reconoce influencias de Shaun of the deads. Sin embargo, Brugues buscó conscientemente no transitar por los esperables caminos del gore: “Es que la película es una comedia, no quería que fuera gore. Lo más interesante de hacer cine de género es poder hablar de lo que te interesa, tener un subtexto, en ese sentido intentamos hacer algo más que una película de zombis. Que se pudiera disfrutar como película de zombis, y que también se pudiera disfrutar si no eres fan de las películas de zombis. En ese sentido el exceso de gore podía alienar a un público que yo quería tener”.
Y es precisamente el subtexto el que ha generado más polémicas y debates en la isla y fuera de ella. Está claro que el género zombies se presta particularmente para la metáfora social. Y también cae de maduro que un producto cubano no iba a tener el mismo enfoque de crítica al capitalismo en países desarrollados que le pudo dar, por ejemplo, el maestro George A. Romero. Una de zombies en la isla debía jugar con otros elementos. Así, las víctimas de la parodia van a ser los ciudadanos conformes con el socialismo cubano (al mirar la manifestación convocada por el Gobierno frente a la Tribuna antiimperialista, que ya está siendo diezmada por las hordas zombies, los amigos de Juan comentan: “Yo no veo ninguna diferencia”), los medios de comunicación (que siguen sostienendo que la agitación de los grupúsculos financiados por Estados Unidos ha pasado y “todo ha vuelto a la normalidad” cuando sólo mirando por la ventana se comprueba que la plaga es incontenible) y el régimen en general (“Esta vez los malos no son los yanquis sino un enemigo real. Y está aquí, entre nosotros. Por lo que sabemos, a esta gente no hay quien la pare. Quieren comer, como cuando en el Período especial, pero no se limitan solamente a los gatos”).
Este “subtexto” nada sutil ha generado, por un lado, repudio de cubanos y cubanas en diversos foros “por la forma en que se presenta al país ante el resto del mundo” y una pequeña y negativa reseña en los medios oficiales y, por otro, varios premios en festivales internacionales y una calurosa acogida entre los jóvenes cubanos que la llevó a ganar el premio de la popularidad en el reciente Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, realizado en La Habana.
Obviamente, se ha acusado a la película de anticubana y proimperialista, aunque tampoco queden bien parados los yanquis en ningún momento del film (de hecho, el típico predicador norteamericano que dice contar con un plan para salvar a Cuba no acaba nada bien). En realidad la película es más posmoderna, cínica y escéptica políticamente que otra cosa. Se critica al régimen cubano y a sus defensores acríticos, claro que sí, y a veces demasiado subrayada y groseramente, pero no necesariamente se habla a favor de EEUU. Cuando ya la situación parece desesperada y se evalúa la opción de abandonar la isla, Juan dice: “A Miami si no queda más remedio”. E inmediatamente, mirando resignadamente hacia el horizonte: “Coño, al final el capitalismo va a pasarnos la cuenta”. Y el final, en hermosa estética comic, es por lo menos ambiguo en cuanto al dilema de irse o quedarse.
Sin embargo, más allá de la (pertinente) polémica ideológica y de cierto humor grosero y bastante homofóbico que a veces recorre la película, es un producto más que sólido y disfrutable del género y, ciertamente, consigue varios momentos hilarantes, apoyándose en la hipótesis buscavidas de la empresita limpiazombies y en el impresionante empaque con que Alexis Díaz de Villegas ha sabido dotar a su inmoral Juan de los muertos, aún en medio de las más ridículas coreografías de combate, aplastando cabezas zombies con su remo en el Malecón de La Habana o en la Plaza de la Revolución, bajo la mirada siempre atenta del Che Guevara.