Por Laura Cabrera. Ernesto, Lucrecia, Mercedes, los experimentos con animales y las pruebas químicas en seres humanos. ¿Qué pasaría si en un futuro existieran los zombies? La paranoia se expande, los muertos siguen siendo muertos. Nuevo relato inédito de la autora.
De vez en cuando fijaban un lugar en común y se encontraban a charlar. Ernesto, Lucrecia y Mercedes son amigos desde hace varias décadas. Se conocieron durante la primaria, continuaron juntos durante la secundaria. Al finalizar esa etapa sus caminos fueron distintos, aunque compartían la forma de pensar el mundo, motivo que los llevaba por largas charlas cada vez que se veían.
Las inquietudes variaban dependiendo de la situación económica, política o cultural del momento, a estos pibes les gustaba charlar sobre lo que veían a su alrededor. Muchas veces se indignaban y sus charlas finalizaban con un “hagamos algo, cambiemos todo esto”. Otras veces simplemente recordaban viejas anécdotas o personas del pasado y se reían a carcajadas.
Pero esa noche de verano había sido distinta. El trabajo, el estudio y la vida misma les habían impedido verse por casi dos meses. Mensaje va, mensaje viene, los jóvenes organizaron juntada. Otra ronda de historias comenzaría esa noche en el patio de la casa de Lucrecia.
El calor era sofocante, los mosquitos insoportables. Lucrecia, Ernesto y Mercedes se sentaron en el viejo banco de cemento (ese que durante años fue confesionario de estos amigos), debajo de la parra. Algo de comer, algo de tomar, muchas historias, muchas cosas para contar. Pero a pesar de todo esto, hubo una preocupación central que hizo que estos tres idealistas caigan en un estado de pánico extremo y sin sentido aparente.
Esa noche les preocupó el futuro. Pero no era la economía lo que los hacía pensar, no era el deterioro y abandono de centros culturales ni la sociedad alienada, automatizada y egoísta. No. ¿Por dónde vino la cuestión entonces? Por la ciencia, esa de la que dicen “¡qué avanzada!” para estos jóvenes fue una preocupación. Cantidades de experimentos científicos en animales, pruebas químicas en seres humanos que toman pastillas para estudiar reacciones. La pregunta era ¿cómo combatir a un zombie en caso de ataques? (insisto, siempre querían cambiar las cosas).
Lucrecia: -¿Vieron la serie de los zombies? La estuve mirando y la verdad que me generó cierta preocupación.
Mercedes: -A mí me pasó lo mismo. Pensé que era porque la serie me había atrapado, después me puse a pensar en lo que pasaría si un zombie muerde a un flaco y ese a otro y a otro…y así hasta que queden pocos humanos tratando de sobrevivir a la nada misma.
Ernesto: -Ya están hablando boludeces. ¿Cómo se les ocurre que los zombies van a atacarnos?
L: -Pensalo un poquito. Con la cantidad de experimentos científicos que se están haciendo no es nada loco pensar que algún especialista se puede mandar una cagada y crear un zombie. Se levanta un tipo de esos diciendo “guuuugggffrrr” y quién lo para.
M: -En ese caso tenemos que estar preparados para lo peor. Tenemos que saber cómo se mata a un zombie.
L: -Yo aprendí cómo hacerlo cuando vi esta serie.
Ernesto se mantuvo en silencio. Nunca vio la serie, nunca pensó en la existencia de zombies y mucho menos en estar preparado para eliminarlos.
M: -Vos hacete el distraído, cuando vengan no vas a saber cómo matarlos.
E: -No necesito saber cómo matarlos, no van a venir.
L: -Hagamos una prueba simple. ¿Creés en el los vampiros?
E: -No.
L: -¿Sabés cómo matarlos?
E: -Sí. Clavándoles una estaca en el corazón.
L: -¡Ahí está el punto!, son cosas que hay que saber. No creés en ellos, pero por las dudas lo sabés.
E: -Es algo que se sabe en todo el mundo, no me jodas.
M: -No, tiene razón. Con los zombies es lo mismo. Tenés que saber cómo se hace y qué precauciones debés tomar. Pasa lo mismo con el hombre lobo.
E: -¿Y a ese cómo lo matás?
Aunque no lo reconocía e intentaba demostrar que en verdad lo que hacía era seguirles el juego a sus amigas, Ernesto comenzaba a preocuparse.
L: -Llegan a venir todos juntos y él va a ser el primero al que se morfen.
M: -Hay que entrenarlo, no puede andar así por la calle.
L:- Bueno, arranquemos.
M: -Ya sabés cómo matar a un vampiro. Vamos con el hombre lobo.
L: -Lo matás con una bala de plata o con una común sumergida en agua bendita.
E: -O sea que tengo que llevar balas de plata, agua bendita y una estaca…¿cómo llevo todo eso?
M: -Escuchame, siempre andás con esa mochila gigante al hombro, siempre la llevás vacía o con pavadas…¡poné las cosas ahí!
Ernesto se quedó pensando, mientras que Lucrecia y Mercedes le explicaban con seriedad lo que debía hacer. Ninguno de los tres estaba seguro de que esa charla iba a ser de utilidad en algún momento, pero de a poco empezaron a preocuparse, incluso Ernesto, quien al principio se burlaba de la situación.
Por momentos los tres quedaban en silencio, como pensando o quizá imaginando cómo sería. Esos silencios eran disparadores de nuevas problemáticas que podrían surgir al desatarse un ataque zombie. Esa noche, lo vecinos de Lucrecia escuchaban a “Los Palmeras”. La música estaba bastante alta.
M: -Ojo con la música. A los zombies les llama la atención el ruido, si hacés mucho, se acercan de a montones.
E: -Bueno, ¿entonces cómo los mato?
L: -¡Viste!, te estás preocupando.
M: -Con un golpe que le rompa la cabeza, el problema está en el cerebro. Tenés que recordar bien con qué matar a cada uno. Por ejemplo, si le tirás agua bendita a un zombie no se muere, se te caga de risa.
L: -Che, ¿se imaginan el quilombo que se arma si un zombie muerde a un vampiro?
M: -¿Y si al vampiro lo muerde el hombre lobo?
E: -¿Un vampiro dos veces inmortal?, ¿al cerebro o al corazón?…¿un vampiro peludo? Esto es un quilombo. Ahora estoy mareado. No voy a saber cómo carajo matar a todos esos tipos.
L: -Vamos a repasar. Si viene el hombre lobo y te ataca, ¿cómo lo matás?
E: -Con una bala de plata.
M: -¡Bien!
L: -¿Y si aparece un zombie?
E: -Hay que pegarle en la cabeza para romperle el cerebro.
L: -Claro. Ahora, ¿si viene un vampiro?
E: -En ese caso le clavás una estaca en el corazón. También le podés tirar agua bendita, a eso sí lo sé.
L: -Sí, pero ojo con malgastar los recursos. Porque, por ejemplo, si un zombie muerde a un cura no vas a tener a nadie que se encargue de bendecir el agua.
M: -Creo que ya estás listo para salir a la calle.
L: -Sí, pero sin hacer ruido, no seas gil.
E: -Lo voy a tener en cuenta.
Después de esa charla, volvió el silencio. Más tarde apareció el sueño. Los tres volvieron a la cruel realidad. Era martes a la madrugada y el miércoles había que madrugar para ir a laburar, para salir en manada, caminar lento y chocarse con la gente (como harían los zombies).
A pesar de saber que esa noche hablaron de cuestiones poco probables, no podían dejar de pensar en esas bestias.
E: -Bueno, me voy a casa.
M: -¿Me acompañás a la mía?, tengo miedo.
E: -Bueno, dale, pero no te defiendo. No tengo nada a mano.
M: -Dale, el asunto es estar con alguien por el camino, como para que otra persona sepa si alguien fue mordido o no.
L: -Loco, tengan cuidado. Yo voy a cerrar todo por las dudas.
E: -Cualquier cosa, te llamamos.
M: -Ernesto, ¿qué decís?, si te aparece un zombie, un vampiro o el hombre lobo no vas a poder marcar del cagazo que te va a agarrar.
L: -Bueno, vayan con cuidado.
Ernesto y Mercedes caminaron cinco cuadras. Él la acompañó hasta la puerta de su casa, en donde charlaron unos segundos entre grillos y mosquitos.
M: -Hay que matar a los grillos, hacen mucho ruido, atraen a los zombies.
E: -¡Uh, qué cagada!, los grillos me caen bien.
M: -Una pena.
E: -Y sí…
M: -Bueno, avisame cuando llegues así sé que estás bien.
E: -No me jodas, me puedo defender solo.
M: -¡Avisame!
E: -Bueno, te aviso.
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