Grecia deberá esperar hasta octubre para saber si recibirá nuevas ayudas económicas. Así lo decidieron los nuevos ‘jefes’ de la UE, Merkel y Hollande, que mientras tanto ablandaron sus diferencias.
Francia y Alemania dejaron en suspenso la decisión acerca de la continuidad de Grecia en la zona euro, hasta la concluya de la misión de la Troika en Atenas. Este es el resultado del encuentro que Ángela Merkel y Francoise Hollande mantuvieron ayer en Berlín, al final del cual anunciaron en una conferencia de prensa conjunta que no tomarán cartas en el asunto hasta que los enviados de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional hayan elaborado su evaluación final de las cuentas griegas.
El anuncio no es casual. El primer ministro griego, Antonis Samaras, había pedido el miércoles pasado “más tiempo” para la aplicación de las reformas económicas exigidas por los organismos de crédito internacionales a cambio de los paquetes de rescate que el país helénico viene recibiendo desde hace dos años aproximadamente. “Lo único que queremos es un poco de aire para respirar, para poner de nuevo en marcha la economía y aumentar los ingresos del Estado. Más tiempo no significa automáticamente más dinero”, había afirmado el premier griego en declaraciones a la prensa alemana, tras una entrevista con el Presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker.
Las declaraciones conjuntas de los mandatarios de Francia y Alemania llegan entonces en un momento agitado para los griegos. Los principales referentes de la Unión Europea pidieron que Atenas “continúe el camino de las reformas”. El mismo Hollande, que se había perfilado hasta hace unas semanas como el principal contrincante de la línea dura de Merkel, salió a pedir nuevos “esfuerzos” para el pueblo griego, lo que significa soportar los ajustes y esperar hasta octubre. Recién en ese momento Atenas sabrá qué será de su futuro. Mientras tanto, Samaras deberá acelerar los tiempos para llegar a ese entonces con, al menos, la mayoría de los requerimientos de la troika cumplidos. Pero la actitud de las dos potencias continentales cambió. Si hasta hace un mes los representantes alemanes aseguraban que poco importaba la continuidad de Grecia en el euro, la conferencia de ayer abrió algún tipo de esperanza en el gobierno heleno. “Grecia debe quedarse en la eurozona”, aseguraron ayer Merkel y Hollande. Entre mañana y pasado, el primer ministro griego visitará ambos mandatarios, con la esperanza de conseguir mayor apoyo político ante la crítica situación en su país.
Los duros menos puros
Este cambio de actitud general se está haciendo cada vez más fuerte. Europa parece entrar en un momento de mayor calma luego de las tensiones veraniegas que sacudieron las bolsas de todo el continente. Los principales factores de cambio son el miedo causado por la posibilidad de la caída de la moneda única y la cercanía de las elecciones pautadas para 2013, especialmente las que se llevarán a cabo en Alemania. Merkel teme que la rígida postura que ha mantenido desde el comienzo de la crisis pueda repercutir en las urnas, y las últimas consultas populares no han dado un buen resultado para la canciller. Lo mismo sucede con los principales mandatarios del norte europeo, que han comenzado a aflojar sus discursos con respecto a las políticas a seguir ante la crisis.
El primer ministro de los Países Bajos, el socialista Emile Roemer -que deberá ratificar su mandato en las elecciones previstas para dentro de menos de un mes-, llegó a poner en duda la factibilidad de las reformas que deberían llevar a todos los países a cumplir con el ‘pacto fiscal’ firmado hace un año, es decir la reducción del déficit de todos los países de la UE al 3% de su PBI para el 2014. Se trata del mismo acuerdo que llevó a la renuncia al gobierno holandés y que obligó a España a impulsar el más importante ajuste económico de su historia. Los países del norte fueron justamente los que más presionaron para que este tipo de políticas se aplicaran en toda la unión, pero ahora, viendo el fracaso de sus propias recetas, comienzan a volcarse hacia un pragmatismo más comprensivo, algo fuertemente exigido por los países del sur, que viven más de cerca los embates de la crisis económica.