Por Gabriel Casas
El cronista descubrió que “El Panadero”, trístemente célebre por haber arrojado el gas pimienta a los jugadores de River en el último superclásico, es su vecino. Y a pesar de que no quería escribir sobre el tema, los dedos tecleaban solos para contarnos la cotidianeidad de un tipo que decide lastimar a otros.
Resulta que Adrián “El Panadero” Napolitano vive en mi barrio. Esta mañana, cuando iba en el colectivo rumbo a trabajar, vi las cámaras de televisión enfrente de una panadería. Y pensé que quizás se trataba de un robo y de los medios que lo foguean. Al rato, ya en clase, recibí un mensaje de mi mujer que me decía: “el panadero es vecino nuestro”. Me extrañó el mensaje, y pensé. “Claro que es vecino, como el verdulero, el carnicero o el almacenero”.
Pero no. Y es que todo sobre el último Boca-River lo tenía negado. Me dio tanta tristeza y bronca que no quise escribir nada. Aquellos que me suelen leer, sabrán que no hice ni una mención. La tristeza era un acompañante a la resignación ante la remanida violencia. La bronca por la falta de solidaridad de los protagonistas. Porque yo no me la creo, eh. Así como fue deplorable la actitud de los jugadores, cuerpo técnico y dirigentes de Boca, pienso que si hubiera sido al revés, los de River habrían hecho el mismo despropósito.
Bueno, pero sobre eso ya habrán leído todas las historias posibles. El asunto es que cuando le dije a mi esposa que no había entendido su mensaje, me contestó: “¿Pero vos no sos periodista deportivo?, el panadero es el hincha que hizo el lío en Boca”. Y ahí recién me cayó la ficha. El barrio estaba convulsionado por el poder mediático de la noticia. Cuando fui a comprar cigarrillos, el kiosquero me lo confirmó y me sugirió: “Hay que cuidarse de los vecinos”.
Me imaginé a las señoras bien cuchicheando y diciendo que era seguro que en algo raro andaba. A los amigos defendiéndolo y a otros condenándolo. Yo no lo conocía, pero mi mujer dice que le parecía amable, que la saludaba cuando estaba con su hija, y me contó, entre otras cosas, que el tipo iba siempre con su abuelo a cierto bar.
A la noche, mi hija mayor Zoe me relataba, alterada: “Pasamos por la casa del hombre que tiró el gas pimienta”. El menor, Bruno, ingenuo, le reclamaba a la madre por qué no lo había denunciado a la policía. Esa misma que tiene sus patrulleros en la puerta de la morada del Panadero haciendo su actuación para las cámaras. Claro, porque si está prófugo seguro que ahí lo van a encontrar, ¿no?
Y esto me confirma que ciertos hinchas violentos -ya que El Panadero parece no dar el identikit del capo barrabrava- son en la semana tipos comunes a los que te cruzás en tu rutina diaria. Son invisibles hasta que algo nos los presenta. Una especie urbana de Doctor Jekyll y Mister Hyde.