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    Sin categoría

    Padres e hijos

    4 octubre, 20137 Mins Read
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    Padres e hijos

    El vendedor de humo. Segunda entrega de esta columna donde el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.

    –Y a todo esto, ¿qué se habrá hecho de Stepok, el niño de la estepa rusa?

    La pregunta, dirigida por el Profesor Nefertiti a su retoño, no esperaba ningún tipo de respuesta: en parte porque el destinatario se encontraba demasiado ocupado en aporrear un patito de goma y en parte porque Stepok (un nombre evocado vaya saberse debido a qué misterioso mecanismo) era un dato que nadie que no fuera el profesor podría jactarse de conocer en un radio de cuatrocientos kilómetros a la redonda; y esto sólo en su condición de presidente y único socio del Cine Club Chascomús. Pero la costumbre de lanzar preguntas retóricas hacia el infinito estaba tan afianzada en él como el feo hábito de hurgarse la
    nariz con el dedo.

    –Lo ignoro -fue, a pesar de todo, la rápida respuesta del lactante-. El actor Vitya Kartashov no ha dejado mayores datos en la bibliografía disponible. Sin embargo, el inefable Jay Leyda, en “Kino”, su historia del cine soviético, cuenta la historia de primera mano.

    –¡Sapristi! -musitó el Profesor, menos sorprendido por la dicción impecable del bebé que por la mención del nombre de Leyda-. ¡Troncho, carajo, puñeta! Leyda estuvo ahí, por supuesto: era asistente y alumno de Eisenstein cuando el famoso director de cine comenzó la producción de su malograda “El Prado de Bezhin”.

    –En efecto, papá -continuó la criatura mientras un espumarajo de leche salido de sus labios se deslizaba papada abajo-, pero no debemos olvidar las circunstancias de ese rodaje: Eisenstein, hasta ayer gloria de la cinematografía soviética, era visto en 1935 como un formalista pegajoso y decadente, más fascinado con las delectaciones intelectuales de su “montaje ideológico” que por las simples verdades del “realismo socialista”. Todos sus nuevos proyectos habían quedado en la nada. Imaginemos su entusiasmo cuando el Partido da luz verde al último y lo lanza en una búsqueda frenética por toda la Unión de su protagonista perfecto: aquel que encarnaría al pequeño Stepok.

    –Una búsqueda desesperada, si recuerdo bien… -interrumpió el anciano, enjugándose un lagrimón en el pañuelo-. Cientos de niños desechados hasta hallar al ideal. ¿Y todo para qué? Dos años de rodaje y el Partido suspende el asunto bajo el cargo de “desviación ideológica”. Luego, un bombardeo durante la Segunda Guerra destruye el metraje existente, privándonos para siempre de una de las obras acaso más bellas del período. ¡Imbéciles!

    El bebé, encaramado a un viejo proyector inutilizado, contempló a su progenitor con una displicencia sospechosa.

    –Sin embargo, tuvieron sus razones para detener el proyecto, como explica el mismo Leyda. Eisenstein podría revestirse con una pátina futurista para la gilada, pero no nos engañemos: abajo estaba el clásico, el académico estudioso de los cánones de la tragedia y del mito. Según Leyda, la trama original (un campesino rico mata a su hijo comunista) en manos de Serguéi terminó cobrando un tono de parábola religiosa: el Padre sacrificando al Hijo acaso aluda a la historia bíblica de Abraham, citada en la película, pero también funciona como una metáfora del mismo misterio teológico que pone al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo participando en una misma intriga.

    –Creo que recuerdo ese párrafo -respondió el Profesor, algo ofuscado por la suficiencia que demostraba poseer la criatura-. Se le había encargado una obra didáctica acerca de la colectivización, en donde se deberían mostrar claramente los intereses políticos y económicos que se oponían al proceso. Pero algo en él propendía fatalmente a la alegoría. Claro, era un artista: nunca podría rebajarse a producir un simple folleto.

    –Bueno, papá -eructó el infante-. Es que el pobre tipo era un místico, al menos en cuanto artista. O quizás fuera al revés, quién sabe.

    –¡Bah, bah! Algo de eso ya se veía venir en la famosa secuencia del sacrificio del buey que vemos en su primera película, “La Huelga”, leída también como una metáfora plástica del Cristo, y que… y que…

    –… Y que fuera homenajeada por Francis Ford Coppola en “Apocalypse Now”, ¿verdad? -remató el bebé, mostrando de golpe toda su horrible erudición de cineclub-. ¡Ahí es precisamente adonde quería llegar!

    El profesor se sobresaltó.

    –Bueno, el “homenaje” es una figura socialmente aceptada desde mediados de los 60. De Palma, por ejemplo, nos ha hecho reír a todos con…

    –¡No me refiero al homenaje en sí mismo, imbécil, sino a la función que cumple aquí! En tanto montaje paralelo…

    –…Sí, claro -admitió el Profesor con cautela, mientras un sudor frío le corría por el cuello-. El montaje paralelo es una reconocida debilidad de Francis Ford. Déjame ver… el buey funcionaría entonces como una viñeta descriptiva del Cristo en la cruz. Los nativos, celebrando alguna especie de ceremonia, lo matan en el momento en el que el narrador “sacrifica” a Kurtz. Según esta simpática teoría tuya, Kurtz constituiría una figura análoga a la de Jesucristo, el Hijo, que una vez bajado a tierra “enloquece” y empieza a operar por su cuenta… para luego ser eliminado por el Padre mediante una especie de Judas de ocasión. Se trataría de un ritual que trasciende a sus actores, naturalmente. ¿Voy bien?

    –No mal del todo -gruñó la pequeña bestia, mientras se chupaba el dedo con displicencia-. “El corazón de las tinieblas”, el cuento original de Joseph Conrad de donde sale “Apocalypse…”, da para todo. Orson Welles pensó en filmarlo en la década del 40 y todo lo que podía ver ahí era, previsiblemente, una parábola sobre el fascismo…

    –…Y Coppola, con su obsesión más bien decorativa con las iglesias y los monaguillos, lo transformó en algo que oscila entre una misa y un comercial de shampoo. Creo que comienzo a comprenderte -continuó el Profesor con los ojos llenos de lágrimas.

    De pronto, la mirada del sexagenario brilló con una luz nueva.

    –Espera un momento -graznó-, espera: todos sabemos que el Departamento de Estado norteamericano financió esa película, o que por lo menos puso una parte importante de la torta. De alguna manera, la consideraba parte de su maquinaria de propaganda. Pero… ¿por qué? ¿Por qué financiar “Apocalypse” si terminaría siendo exactamente el mismo tipo de pastiche religioso que le costó la vida al “Prado de Bezhin”? ¿Por qué no se produce la misma reacción en este caso? ¿Puedes contestarme eso, mocoso del demonio? ¿Es que acaso la CIA será más sensible que el Politburó soviético a las inquietudes artísticas o es que… que…

    –…O es que, simplemente, lo que resultaba funcional en un caso no lo era en el otro, alcornoque.

    El implacable bebé fulminó a su progenitor con una mueca de reprobación, antes de cometer el error final de darle la espalda y proseguir su cháchara.

    –Los motivos que el Partido Comunista Soviético estaba interesado en exponer no existen para el Pentágono. Vietnam, en el fondo, es una causa sagrada: no hay razones políticas o económicas que lo expliquen, como tampoco los hubo en la conquista del Oeste Americano, Oriente Medio o lo que se ponga a tiro. Las misiones divinas (que son las de una nación, en definitiva) no se discuten. ¿Comprendes ahora, querido papitín? -el lactante hizo una pausa, saboreando su triunfo por anticipado-. La historia se repite, idéntica, una y mil veces, y sin embargo la tomamos por nueva. Acaso ahora, tú…

    Se volvió de un salto. Pero el Profesor Nefertiti ya no se hallaba en su silla, y el pequeño dedo índice del bebé (un golpe de efecto final) quedó apuntando en vano al aire viciado del recinto.

    Fue entonces cuando el pesado armario cayó de lleno sobre él. Tarkovsky, Filmografía Completa.

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