Por Carlos Javier Andujar* / Ilustración por Cabro
Durante ocho encuentros, recorrimos la economía política desde una mirada diferente, que nos aleja del puro mercantilismo y nos acerca a la de a pie, la cotidiana, la que llevamos adelante todas y todos. En esta última entrega, una mirada esperanzadora sobre otra economía posible.
El fin de año huele a compras,
enhorabuenas y postales
con votos de renovación;
y yo que sé del otro mundo
que pide vida en los portales,
me doy a hacer una canción.
La gente luce estar de acuerdo,
maravillosamente todo
parece afín al celebrar.
Unos festejan sus millones,
otros la camisita limpia
y hay quien no sabe qué es brindar.
Hace cuatro meses comenzamos a recorrer un camino que intentó, no sin dificultades, descolonizar la mirada sobre la economía política. Si hemos tenido algún grado de éxito, nuestros lectores y lectoras, es decir, ustedes, deberían haber acumulado nuevas preguntas y algunas, muy pocas, certezas.
Entre ellas pretendimos dejar en claro que cuando hablamos de economía lo hacemos siempre en referencia a la reproducción de la vida, es decir al ser humano vivo, necesitado y comunitario, que produce mediante el trabajo junto a otro ser humano lo que necesita para su existencia.
El problema central de la economía política no es nunca la escasez de bienes (que fue un invento teórico para legitimar las injusticias), sino las formas en que se produce, disputa y legitima la apropiación del excedente económico.
Nuestro intento fue dar la batalla cultural a algunas legitimaciones que sostienen y reproducen las injusticias más flagrantes, historizando lo que nos muestran como natural y humanizando los complejos modelos matemáticos a través de los cuales pretenden explicar la realidad.
En este sentido vimos cómo se nutren el machismo y las desigualdades de género invisibilizando y desvalorizando las actividades del cuidado y cómo nos enseñan desde chicos y chicas que los precios son el fruto del “libre juego” de la oferta y la demanda y que, por lo tanto, solo podemos adaptarnos a ellos. Pensamos al Estado como violador y a la vez garante de derechos y, por lo tanto, como espacio de disputa en sí mismo. En un mundo en el que el derrame sucede si se quiere derramar y el dinero no es sólo el facilitador del intercambio, sino principalmente fuente de acumulación y especulación, el desarrollo y el subdesarrollo se volvieron a encontrar no ya como caminos independientes sino, como diría Galeano, como derrotas que siempre estuvieron implícitas en victorias ajenas.
Se nos suele decir que el capitalismo es lo que hay y, más que correrlo un poco a la derecha o un poco a la izquierda, otra cosa no se puede hacer. Tal vez nos sea útil recurrir, como ya lo hemos hecho en otras oportunidades, a la historia. El neoliberalismo nos invita (nos empuja) a la inmediatez, a pensar una realidad sin historia y sin contexto. En rigor, el capitalismo como tal tiene, en el mejor de los casos, trescientos años. Escasos trescientos años de vida sobre diez mil de historia de la humanidad. Como dice Enrique Dussel, los burgueses, todavía minoría con respecto a la nobleza británica, hicieron la revolución inglesa a finales del siglo XVII, y desde la regulación del Estado implantaron el capitalismo como sistema económico hegemónico desde las puntuales experiencias exitosas anteriores.
Un sector informal que puja
Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud;
pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.
Por eso canto a quien no escucha,
a quien no dejan escucharme,
a quien ya nunca me escuchó:
al que su cotidiana lucha
me da razones para amarle:
a aquel que nadie le cantó.
No serán las contradicciones del sistema capitalista, otrora inexistente y ahora hegemónico, las que produzcan su caída. Tampoco harán lo propio las luchas sociales de las y los que las sufren día a día. Serán esas luchas ancladas en esas contradicciones las que nos permitirán construir una sociedad, posible y concreta, basada en la vida, la solidaridad y la justicia como principios rectores.
Muchas experiencias productivas que se desarrollan en la actualidad todavía en minoría en relación al hegemónico sistema capitalista, algunas de las cuales tienen raíces precoloniales y precapitalistas, ponen en cuestión el consumismo, la competencia, el comercio desigual, la apropiación del trabajo ajeno, la propiedad privada liberal y la destrucción de la naturaleza. Movimientos sociales y campesinos, empresas recuperadas, formas cooperativas y comunitarias, prácticas de la llamada economía social y popular ancladas en el denominado “sector informal”, entre otras, demuestran, día a día, no desde un academicismo estéril, sino desde la práctica, que otra economía es posible.
Estas luchas contrahegemónicas por una economía no capitalista no pueden prescindir, dejando en manos de quien hoy está, las regulaciones provenientes del poder estatal.
Tal vez sea conveniente recordar que el poder político reside siempre en la comunidad y sólo su institucionalización es lo que denominamos burocracia estatal. El poder hacer o deshacer, proteger o desproteger, distribuir o concentrar, afectar o desafectar, que tiene la burocracia estatal es siempre derivado y nunca originario.
Siguiendo nuevamente a Dussel, precisamente la corrupción política, por fuera de las visiones neoliberales y mediáticas instaladas, nace cuando ese poder político olvida que es siempre obedencial (que obedece a la comunidad que se lo otorgó provisoriamente) y se cree sede del mismo, se fetichiza y se corrompe. Dicha corrupción es siempre doble, de los funcionarios que se creen sede del poder y de la comunidad que se lo permite.
El final que es el comienzo
Por eso canto a quien no escucha,
a quien no dejan escucharme,
a quien ya nunca me escuchó:
al que su cotidiana lucha
me da razones para amarle:
a aquel que nadie le cantó.
Mi canción no es del cielo,
las estrellas, la luna,
porque a ti te la entrego,
que no tienes ninguna.
Mi canción no es tan sólo
de quien pueda escucharla,
porque a veces el sordo
lleva más para amarla**
Parte de los procesos de legitimación del sistema capitalista consisten en fortalecer un proyecto permanente, sostenido y hegemónico de desesperanza. Los neoliberales son especialistas en presentar sus políticas de ajuste como inevitables, hay que ajustarse el cinturón, hay que aguantar, nos suelen decir. Como dice Freire, la desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo. Obviamente que la esperanza necesita anclarse en la práctica para volverse historia concreta. Sin un mínimo de esperanza, nos decía el gran pedagogo brasileño, no podemos ni siquiera comenzar el embate, pero sin el embate la esperanza, como necesidad ontológica, se desordena, se tuerce y se convierte en desesperanza que a veces se alarga en trágica desesperación.
No queremos ser esperanzados por pura terquedad, queremos serlo, como Paulo lo fue, por imperativo existencial e histórico.
*Docente. Integrante del Colectivo Educativo Manuel Ugarte (CEMU) Contacto: fliaandujar@gmail.com
** Las estrofas pertenecen a “Canción de Navidad”, de Silvio Rodríguez