Por Luciana Mignoli | Foto Gustavo Gzain
El historiador, escritor y periodista cumple 90 años con merecidos festejos y homenajes. Pero gran parte de su intensa actividad se la debemos a una persona que lo cuida, lo sostiene y lo acompaña desde hace tres décadas. Y hasta hoy, permaneció en el anonimato.
Las redes se van a inundar de fotos de Osvaldo Bayer. Y los medios van a llenar páginas con su historia. No es para menos, cumple 90 años de dignidad. Pero poco o nada dirán de la persona, que desde el más profundo amor y respeto, lo acompañó durante estas últimas tres décadas en sus periódicas estadías por estas tierras.
Porque si pudimos disfrutar de Osvaldo en cuanta jornada, charla, evento y marcha se lo invitara, es en gran medida gracias a él. A su amigo inseparable. Quien le sostiene el brazo al caminar. Quien le acerca el vaso de agua y la silla. Quien lo acompañó en auto, micro y avión a participar en luchas por todo el territorio nacional.
Se llama Raúl Gerónimo Fernández pero le dicen “El Negro” o “El Indio”, por sus rasgos curtidos al sol de su Salta natal. Y es músico, poeta, militante de derechos humanos y un gran compositor.
Se conocen hace 30 años. El Negro le había pedido a él y a Eduardo Galeano que le prologaran “Te contamos de nosotros”, un libro en el que niños y niñas del noroeste rescatan y escriben cuentos y leyendas de la zona. Un proyecto que se proponía resistir al borramiento de la historia originaria que fuerzan los manuales escolares. Y así se conocieron. Y esas luchas compartidas los enlazaron para siempre.
“Fue un amor a primera vista”, reconoce Raúl.
Osvaldo había vuelto de su exilio en Alemania, pero su familia prefirió quedarse allá. Con lo cual, vivió intermitentemente algunos meses en Buenos Aires y otros en Linz am Rhein. Y en sus estadías en Argentina, Osvaldo y Raúl empezaron a caminar juntos en cuanta lucha los convocara.
“Me acuerdo de un jueves que estábamos en Plaza de Mayo. Recién había terminado la ronda de las Madres. Y me dijo que quería ir a hacer un escupitajo al monumento Roca todos los jueves. Yo le dije que tenía una bocina y que me parecía mejor dar charlas. Y así fue que empezamos el largo camino contra Roca… Y fuimos viendo cómo se empezaban a cambiar el nombre de las calles, avenidas y escuelas. Y nosotros íbamos juntos a cada acto con mucha alegría. Yo digo que era la piedra en el estanque, porque no sabe hasta dónde va a llegar la oleada”, rememora.
Raúl lo acompaña a turnos médicos, lo llama los 365 días del año para ver si necesita algo y, cuando puede y sin que lo vea, le echa un chorrito de agua a su copa de vino para que no se maree. Aunque sabe que “si el viejo se entera, ¡me mata!”.
Raúl fue quien lo abrazó fuerte cuando Osvaldo se enteró que Marlies Joos, su esposa, había muerto en Alemania; y fue con quien compartió esas largas tardes y noches de Tugurio (el nombre que Osvaldo Soriano le puso a la casa de Bayer) leyendo poesías y componiendo música.
“Nos podemos pasar toda la noche hablando de Kant, Goethe, Hölderlin, Schiller. Y él empezaba a recitarme en alemán. Y a mí se me ponía la piel de gallina. Y entonces yo le pedía que me lo recitara en español. Y la emoción era la misma. En Osvaldo, las palabras tienen un sentido y una música, que te traspasa”.
Y él lo acompaña y lo protege, transcendiendo las imposiciones que indican que las tareas de cuidado son “cosa de mujeres”. Para Raúl, cuidar no es una tarea menor y mucho menos debería ser una cuestión que tenga género. O sí, “El Indio” está convencido que cuidar “es una tarea noble y digna que es propia del género humano”.
Pocas veces vi a dos hombres amarse así, tan genuinamente. A Osvaldo le llegaron muchos y muy reconocidos homenaje por su trayectoria y coherencia. Y este es mi forma de hacer pública mi admiración por la silenciosa tarea de Raúl, un hombre comprometido, leal y luminoso.
– Osvaldo, si vos te morís no te van a querer en ningún lado.
– ¿Cómo es eso?
– Mirá, para el cielo sos un hereje. Un anarquista que defendía a las putas, a los obreros… No te van a querer ahí porque los vas a convencer que Dios no existe.
– ¿Y en el infierno?, pregunta pensativo.
– Menos que menos. El diablo va a decir: ‘Este enseguida habla con los diablitos sobre la opresión y la rebeldía, los proletariza y me organizan un levantamiento en cinco minutos’.
Osvaldo estalla de risa y retruca: – ¿Entonces qué hago cuando muera?
– Y, vamos a ir saltando de nube en nube, charlando con cuanta gente nos encontremos, como hicimos siempre.
– ¿Y vos me vas a acompañar?
– Claro amigo. Nunca te voy a dejar solo.