Por Javier Castellanos*
El inicio de la fase pública de los diálogos entre el gobierno colombiano y el ELN abre grandes retos y oportunidades para la participación del pueblo en el proceso de paz.
Con la buena noticia de la instalación de la fase pública de los diálogos de paz entre el gobierno colombiano el Ejército de Liberación Nacional (ELN) se avanza un paso más en el proceso de paz que se viene forjando. Tras dos años de conversaciones secretas, el Ejecutivo y el ELN han establecido un piso mínimo y unos acuerdos para avanzar en una negociación que, a partir de ahora y tal como anunciaron desde Venezuela hace unos días, se desarrollará de manera itinerante por cinco países (Ecuador, Venezuela, Chile, Brasil y Cuba).
Con condimentos novedosos y complementarios respecto a las negociaciones con las FARC en La Habana, las partes acordaron una agenda de seis puntos donde se destaca un mayor grado de apertura para la participación del pueblo colombiano. Los puntos 1. Participación de la sociedad en la construcción de Paz, 2. Democracia para la paz, 3. Transformaciones para la paz, 4. Víctimas, 5. Fin del conflicto armado y 6. Implementación, constituyen el temario que orientará el proceso que iniciará en Ecuador.
La posibilidad de participación supone un reto enorme para el movimiento social en aras de establecer mecanismos adecuados y eficaces para que ello sea posible; sobre todo porque la paz buscada cuenta con múltiples sentidos en disputa, de acuerdo a los diferentes intereses de los actores involucrados, pero sobre todo porque el establecimiento, a través de la fuerte alianza público–privada y con la balanza de poder a su favor, está mucho más coordinado, aceitado y organizado para instalar su noción de paz y “postconflicto”, como un asunto doméstico más no regional, sin discutir ni afectar el modelo económico actual ni otras causas estructurales del conflicto social, político y armado.
En la orilla del pueblo colombiano, de los de a pie, hay un ascenso, renovación y repunte socio organizativo importante y la emergencia de nuevos sectores, fuerzas políticas, organizaciones y movimientos populares suma con determinación a la larga tradición de lucha en el país cafetero. Sin duda, hay importantes avances que se reflejan en mayores grados de coordinación, madurez política y articulación para asumir las discusiones, y existen diversos escenarios que ya vienen conformándose como la Mesa Social para la Paz, Clamor por la paz, Frente Amplio por la Paz, asambleas y cumbres por la paz, así como muchas otras expresiones que se erigen sobre los acumulados de una gran y diversa movilización social por la paz duradera con justicia social.
Sin embargo, en medio de ese florecer prevalecen aun altos grados de atomización y fragmentación, lo cual se constituye en un desafío enorme para trasegar con éxito los retos de la participación del pueblo colombiano, tanto en este escenario de participación que se abre en el dialogo con los “Elenos”, como en el conjunto del proceso de paz, que debe ir mucho más allá de las negociaciones y acuerdos a los que lleguen conjuntamente el gobierno nacional y las guerrillas, a las cuales debe sumarse también el EPL.
Represión silenciada
La principal preocupación respecto al ambiente que rodea este proceso de paz en general y esta etapa de las negociaciones con la guerrillas en particular, es la violenta criminalización, persecución, represión y exterminio contra el movimiento social y los defensores y defensoras de derechos humanos que se intensificó paradójicamente durante los últimos dos años (138 líderes y lideresas sociales asesinadas en los últimos 18 meses es una cifra escandalosa e impresentable fuera y dentro de cualquier escenario de negociación).
Otra inquietud, no menor, es el alto distanciamiento y escepticismo predominante en el sentido común de las grandes mayorías con respecto al devenir del país, escepticismo no sólo relativo a la paz sino al ejercicio de la política en general, todo esto muy ligado a un desgaste histórico mediado por la violencia política, el manoseo, la politiquería, la corrupción y la degradación de la guerra, pero también gracias a la fuerte manipulación mediática de las grandes corporaciones que instalan y profundizan ese mensaje de incredulidad, inmediatez y vanalidad sobre los problemas del país.
De igual forma, incide el ambiente de miedo y polarización instalado por parte del aparato represor estatal y la ultraderecha con su incesante accionar paramilitar, pero lo que acentúa estas preocupaciones, es el verdadero triunfo del neoliberalismo en Colombia tras la apertura económica del 91, que fue pauperizar la precaria economía nacional y constituir a la vez dentro del pueblo una subjetividad individualista, ensimismada, inmediata y consumista, que en medio de condiciones adversas busca sobrevivir o subsistir en el día a día bajo la consigna, “acá no hay nada que hacer, lo que toca es trabajar y que cada uno haga y vea por lo suyo, porque no hay de otra”. Dicha postura que escuchamos cotidianamente como afirmación, es solo conveniente para esas clases privilegiadas que desde hace décadas manejan los destinos del país para beneficio propio y que en medio del río revuelto se aprovechan de ese “nimierdismo” instalado que presupone que: “La gente está cansada de la guerra, pero también ya está cansada de la paz”, mejor dicho: ni chicha ni limonada.
En esa misma línea de ideas, predomina también la noción de que gobierno y guerrillas están resolviendo bilateralmente “sus asuntos” y que eso es un escenario privado que no interpela a la gente. Ante eso se ha generado un imaginario colectivo de espectadores que esperan pasivamente el anuncio televisivo de tal o cual decisión, como si se tratara del “humo blanco del vaticano” o el fallo de un reality show (pero con mucho menor interés), lo cual también es contraproducente para los anhelos de una participación vinculante, deliberativa y porque no decisoria.
Como vemos son altos los retos y desafíos de esta mesa con el ELN, pero sobre todo del movimiento social y popular respecto a la participación del pueblo colombiano en el proceso de paz. En todo caso no se trata de afirmar que estamos ante un escenario apocalíptico, ni mucho menos que la gente es acrítica e ignorante, o se encuentra totalmente manipulada; por el contrario, muchos saberes propios, más “la malicia indígena” y la creatividad popular son lo que nos han permitido seguir adelante en medio de un escenario tan adverso y crudo como el colombiano. Interpelar esas potentes capacidades con ciertas dosis de realismo político e inventiva, es necesario para aprovechar la oportunidad política que se abre, sin hacer “cuentas alegres”, y afectar la desigual correlación de fuerzas en aras de democratizar el proceso de paz y el devenir del país.
Eso será labor necesaria, como continuidad de estas mesas y parte esencial del proceso de paz en su conjunto, para apostar a que el pueblo organizado logre sentar también al gobierno, en una mesa de negociación sociedad civil-Gobierno, y allí debatir y transformar los asuntos estructurales que hasta ahora Santos se niega a poner en discusión con las guerrillas (Nada más y nada menos qué: Modelo económico, estructura del Estado, Doctrina militar y política internacional). Lo hasta ahora avanzado con las FARC y el ELN, en cada escenario y paso a paso, deben ser peldaños que permitan avanzar en esa dirección, lo cual sería novedoso y fundamental no solo para la paz duradera de Colombia y la región, sino para dar un salto cualitativo en la historia de los procesos de negociación vividos en Latinoamérica.
*Militante del Congreso de los Pueblos – Capítulo Argentina.