Los cuentos de la mexicana Olivia Teroba llegaron a la Argentina revisados y con nuevo título, bajo el sello editorial chileno Overol. Los ocho relatos de El fin del mundo y el inicio, son protagonizados casi en su totalidad por mujeres de diferentes edades, orígenes y personalidades; todas enfrentando procesos de búsqueda personal en contextos complejos atravesados por la violencia.
Entrevistamos a Teroba sobre la experiencia de adaptar sus cuentos para el público sudamericano, su proceso de escritura y los desafíos que enfrentan las escritoras en América Latina.
Por Paula Rey / Fotografía: Mónica Garrido
¿Cómo fue el proceso para editar este libro de cuentos para Argentina y Chile?
El trabajo editorial tuvo que ver con pensar otro orden para los cuentos y cómo se podía leer fuera de México. El cambio de título fue porque el cuento El fin del mundo y el inicio ocurre en Argentina, entonces quería pues ponerlo más en el centro. Pero más allá del orden y el título, fue un trabajo de edición muy acompañada, como un nuevo libro.
Yo soy muy obsesiva con mi escritura y la edición en México ocurrió muy rápido porque el libro ganó un concurso. Entonces tenía ganas de releerlo, de darle otra mirada. Creo que cambia también el trabajo que se hace en Chile y en Argentina. No digo que uno sea mejor que otro, sino que hay detalles en los que algunos se fijan y otros no. Los editores de Overol escriben poesía y creo que eso se reflejó en las observaciones que me hacían. Fue muy interesante el proceso de revisión con ellos, conversamos mucho sobre los textos.
Estos cuentos tienen en común que la mayoría están protagonizados por mujeres y todos tienen de alguna manera un contexto violento de fondo. ¿Cómo fue tu proceso de escritura? ¿Surgieron así o había una decisión tomada con anticipación?
Fíjate que ahí vienen otras súper diferencias que creo que hay entre la literatura que se hace en México y en otros lugares de Latinoamérica. Aquí tenemos muchos apoyos de becas, lo cual es muy bueno, pero también nos llega a limitar en el sentido de que nos piden proyectos. Un proyecto es la idea de un libro que aún no existe y evidentemente el proceso creativo no se puede planear, pero tienes que fingir que sí para pedir la beca. Cuando empecé este libro el plan era seguir el proyecto y, como siempre pasa, me fui por otro lado, pero creo que conservan la esencia y tienen que ver con la violencia, que atraviesa toda mi escritura.
La idea era narrar la violencia que ocurre en mi país, sin caer en el lugar común de hablar desde quienes ejercen la violencia. Ni acercarme directamente a las víctimas, porque es algo que creo que hace muy bien el periodismo. Entonces intenté centrarme, por así decirlo, al lado, en personas que ven la violencia de cerca, que son familiares de quienes sufrieron violencia o viven en un entorno donde no se sienten seguros ni pueden salir a la calle. Quise pensar cómo se vive cotidianamente esa violencia. Nunca pensé que fueran sólo mujeres, había hombres protagonistas en mi proyecto. Pero ya te digo, al final hay una parte que sí se planea y otra donde la escritura va fluyendo por caminos inesperados. Eran 12, pero quedaron estos 8 cuentos.
¿Por qué crees que en estos 8 cuentos que quedaron, la mayoría de las protagonistas son mujeres?
Creo que tiene que ver con otros aspectos de mi escritura. Cuando hice este proyecto estaba a punto de publicar Un lugar seguro, donde me hago muchas interrogantes sobre cómo es crecer siendo mujer en México. Estaba leyendo sobre feminismo, tomando cursos de feminismo, en ese momento de la pandemia que nos metimos en cursos de todo. Y también me interesaba hablar de cómo se vive la violencia en la intimidad. No necesariamente la violencia que ocurre entre dos personas, sino la que ocurre en todo el entorno. Cómo afecta la intimidad, cómo crece el miedo, la paranoia, esta sensación de no estar a salvo en ningún sitio en el espacio público. Yo la reconozco más en el género donde me identifico porque las mujeres en México no vivimos seguras. Eso es muy obvio y muy evidente. Y quise hablar no sólo de la violencia más explícita, sino también de la idea, de esta sensación de que siempre puede ocurrir algo malo, que permea nuestra cotidianidad.
Pasa otra cosa con tus cuentos y es que, en términos de estructura, todos tienen final abierto que se presentan además casi como una pausa del relato, más que como finales. ¿Eso también es una búsqueda?
Sí, totalmente. Mi interés es mostrar que realmente no es importante lo que pasa después. Sigo mucho a (Raymond) Carver acá, sobre esta idea de que somos procesos de sensaciones, de sentimientos y la realidad es algo que está ocurriendo siempre. En estos pedacitos que se alcanzan a vislumbrar de estos personajes, la situación ya está dada e incluso muchas veces la respuesta ya está dentro del texto. Mi estilo de cuentos sigue mucho a (Ernest) Hemingway y su iceberg. Te voy a mostrar una parte, pero la idea es que tú también pienses e imagines hacia donde podría seguir esta historia.
¿Cuándo supiste que querías dedicarte a escribir?
Como muchos escritores, cuando era niña leía libros, me encantaban y llegué a imaginarme siendo escritora, antes de saber qué significaba serlo. Luego, más profesionalmente, fue cuando estaba en la universidad, donde hice por primera vez un taller de escritura y me fascinó. Me sentí muy cómoda, muy cerca de la gente que escribía. Como si estuviera en el círculo donde quería estar.
Y, esto va a sonar increíble, pero también incidió un viaje a Buenos Aires, en 2010, para un intercambio en la Universidad de Quilmes. Estuve cuatro meses viviendo allí y fue algo que reafirmó muchísimo mi vocación literaria, al darme cuenta de cómo la literatura permeaba toda la ciudad, es algo de lo que se conversa muchísimo y hay tantas actividades y eventos en torno a la cultura…Pensé “yo también puedo dedicarle mi tiempo y mi vida a esto”.
¿Qué cosas o qué personas te inspiran para ponerte a escribir? Ya sea del mundo literario o no.
Me inspira mucho pensar en escritoras del siglo XX, conocer sus historias, sus vidas. Escritoras latinoamericanas como la mexicana Elena Garro, o Yolanda Ramos, una costarricense que me encanta. Y pensar en lo buenas escritoras que fueron con el entorno tan complicado que tuvieron.
Por otro lado, algo que me gusta es ir a escuchar música en vivo con mis amistades. A veces estoy ahí sentada y empiezo a pensar en un montón de otras cosas, porque es otro lenguaje que apela también al ritmo, a la sensibilidad y a veces uno se la pasa pensando en palabras. De cierta forma me inspira el buscar los espacios donde se digan cosas con otros símbolos.
Ya que mencionaste escritoras del siglo XX, ¿qué cosas te parece que ya superamos y cuáles seguimos enfrentando las mujeres en el mundo literario?
En lo que concierne a la escritura, las mujeres estamos en un momento donde hay conciencia de que llevamos un montón de tiempo leyendo más literatura masculina que escrita por mujeres. Para mí es un punto de inicio, falta un montón de camino por recorrer.
No es lo mismo que se editen más escritoras a que se lean, y la manera en que se leen puede perjudicar más que ayudar a que se sigan publicando. Con manera de leer me refiero a pensarlas como una excepción a la norma o como alguien que solo escribió un libro y lo hizo por ocio. Nos falta todavía juicio lector para llegar a un momento donde podamos leer a las escritoras como escritoras, como personas artífices de la palabra, sin ponerles etiquetas de ningún tipo encima.
Es complicado porque nos tenemos que deshacer de prejuicios que vienen desde hace siglos. Muchas veces quienes leen se dejan llevar por ciertas tendencias y dicen “es que ahora solo publican mujeres”, pero, al menos en México, si te pones a ver las estadísticas, se siguen leyendo más autores hombres. Tal vez haya algunas más en mesa de novedades o se vean en redes, pero eso no quiere decir que a la gente de verdad le interese leer otras literaturas fuera del canon masculino.
¿Y crees que existe la literatura femenina como tal?
No, para nada. Creo que en eso también hay que pensar en la teoría de género, ¿no? El género es la manera en la que se socializa, tiene que ver con prácticas y costumbres. Quienes hemos crecido llevando la vida de alguien que se identifica como mujer, tenemos cierto tipo de experiencias, pero esto no implica que por el hecho de ser mujer yo quiera escribir sobre mi intimidad, por ejemplo.
No es como si estuviera en nuestros genes escribir sobre algo, más bien tiene que ver con la socialización, con lo que aceptamos que es literatura y a veces a una falta de atrevimiento. A veces quienes escribimos nos acomodamos en ciertos temas, en ciertas ideas de lo que es lo literario, cuando hay mucho por explorar en otros lugares.
¿Cuándo comenzaste a definirte o posicionarte públicamente como feminista?
Curiosamente fue después de publicar Un lugar seguro. Antes había leído textos sobre feminismo, pero no sabía si quería o podía decirme feminista. El libro se publicó un poco antes de la pandemia, durante la cual empecé a leer más, a conocer más agrupaciones que estaban haciendo muchas actividades en internet y eso me permitió entender el feminismo de una forma más abierta, entender que había varios feminismos, por ejemplo, y por lo tanto ya podía yo también sentirme libre de llamarme de esta forma.