Por Ricardo Frascara
En la edición de 2015 del Premio Olimpia instituido en 1954 por el Círculo de Periodistas Deportivos, el jurado otorgó el Olimpia de Oro a la judoca Paula Pareto, ganadora del último campeonato mundial del deporte que ella practica desde sus 9 años. Esa noche, al contacto de su mirada triunfal, con el trofeo en sus manos, brilló nítidamente su estrella en el firmamento de los grandes del deporte argentino.
No habría más que decir. Pero la vi a Paula levantar la estatuilla de los periodistas deportivos, un premio de larga tradición, que tiene en su historia a los más excelsos deportistas de la Argentina, a partir del inigualable Juan Manuel Fangio y, digo, se me humedecieron los ojos. Porque Paula Pareto, la Gran Peque, es un ejemplo. Ese es el motivo principal de su premio. Se lo acordaron este año por haber ganado el campeonato mundial de yudo, gran mérito, pero a eso hay que sumarle una trayectoria a través de la cual se ha subido a los podios de todos los torneos en que actuó, desde su medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Beijing, hasta torneos nacionales, panamericanos, sudamericanos, lo que fuere. Y este año el mundial de Astana.
El mes próximo cumple los 30 años. Entonces alguien puede pensar que atravesaría su mente la posibilidad de colgar las pilchas de judoca. Para nada, hay que seguir apostando por Paula: estará en primera fila en los Juegos Olímpicos de Río 16. Quizás hasta sea la abanderada del equipo, como lo fue otra grande: Lucha Aymar. La rosarina y la tigrense se consagraron con este premio del Círculo de Cronistas Deportivos (como las tenistas Norma Baylon y Gabriela Sabatini o la patinadora Norma Vega) sobre una mayoría de hombres. Ese es un valor agregado.
La noche de la entrga Paula ya estaba chispeante con el quinto Olimpia de Plata en sus manos. Pero cuando sonó su nombre, tras un final cabeza a cabeza con el nadador casildense Federico Gabrich, los aplausos explotaron con naturalidad. Porque vista así, con su traje de noche con un hombro desnudo, Paula era la antítesis de Atlas. Y ahí está su gracia: es capaz de revolear a cualquiera por el aire exhibiendo la más agradable de sus sonrisas. Esta chica –no aparenta los inminentes 30– que pesa sólo 48 kg. es la reina de un deporte sin gran tradición en el país, y a mí me conmueve. Campeona de la sencillez, de la cordialidad, de la charla amigable, de la vida familiar, de la devoción por el estudio (es médica), de la entrega en el entrenamiento, del orgullo de ganar, de la inocencia de no sentirse campeona.
El deporte tiene estas cosas que el fútbol que nos obnubila, nos oculta. Vivimos dominados por la pelotita rodando desquiciada por el verde césped de nuestros sueños infantiles. Pero el deporte vital, el deporte saludable –espiritual y anímicamente hablando–, brilla en pistas, pedanas y canchas ajenas a la explosión de las tribunas. El deporte que construye hombres y mujeres sanos física y mentalmente, tiene otros marcos, distintas ilusiones. Aun los desvirtuados Juegos Olímpicos, a causa del exitismo y la injerencia de las naciones, sigue siendo íntimamente la cima máxima de todo deportista.
Y es que ahí donde se practica un deporte sano, hay que buscar al hombre y a la mujer enteros, dispuestos, y gloriosos si llegan al podio. Nadie, ninguno de los medallistas olímpicos –como lo es Pareto– pudo transformar en palabras la sensación por sus éxitos. Hay que buscarla en sus miradas. Allí adentro de ellos y ellas está alojado el premio más grande y más puro. No hay ninguna duda de que ese premio es el sentirse bien con uno mismo. Paula Pareto nos entregó la otra noche esa mirada.