Por Simón Klemperer. El bielsismo de Klemperer lo llevó de vuelta a Chile, quería saber cómo se vive sin el ¨loco¨. El documental Ojos rojos cuenta los últimos diez años del futbol chileno y esta nota nos actualiza la historia.
Ojos
Quedo eternamente agradecido con el diario Marcha por haberme mandado a Chile como corresponsal de prensa del partido de los locales contra Argentina y por haberme alojado en un lujoso hotel cinco estrellas. Gracias ellos pude volver al país que adopté y me adoptó durante toda la era bielsista. También debo aclarar que he mentido, Marcha no me envió a ningún lado. Lo vi por la tevé. Sin embargo es verdad que con el país vecino nos adoptamos mutuamente durante muchos años, hasta que la desgracia se posó sobre nosotros y Bielsa se fue a enloquecer a otro país.
Chile vive en estos días una segunda y muy dolorosa metamorfosis. La primera la cuenta el documental Ojos rojos, sobre la selección chilena, que comenzaron a rodar, hace casi diez años, un grupo de tres jóvenes chilenos, Juan Pablo Sallato, Juan Ignacio Sabatini e Ismael Larraín. Se proponían entrar a la cancha con los jugadores y retratar lo que ahí sucedía. El objetivo era hacer un seguimiento al equipo en su camino al Mundial de Alemania 2006. Sin embargo Chile no fue al Mundial, se quedaba en Latinoamérica junto con Perú, Bolivia, Uruguay y otros pocos olvidados, mientras los grandes de siempre preparaban las maletas para irse a Europa. Después de cuatro años de rodaje todo el trabajo y las esperanzas se convertían en dudas y deudas. Era, en ese momento, un documental sin recursos para la postproducción y sin una historia para contar, salvo, la del fracaso.
Ahí, en el medio del dolor, la luz: los directores se dieron cuanta de que no había más opción que retratar lo que eran, de buscarse a ellos mismos entre tanta lágrima, de conocerse, interrogarse y retratarse en esa faceta tan propia: la derrota. Así nace Ojos rojos. Una radiografía del dolor, una genealogía del ser chileno y, por qué no, una eterna búsqueda del gol.
En aquel momento, cuando comenzaban las eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica 2010, nada estaba claro para estos tres jóvenes. El futuro era incierto y la realidad vidriosa tras los ojos húmedos del llanto. Así fue como decidieron dejar a un lado sus ojos y pedir prestada la mirada de los vecinos para poder verse a sí mismos, para verse con perspectiva y sentirse acompañados. Para saber lo que significaba ser chileno había que ser peruano, boliviano, paraguayo, argentino, brasilero, colombiano. Para esperar que se secaran los propios ojos había que verse con ojos verdes, amarillos, celestes, vinotintos, rayados, cruzados, atravesados.
Poco a poco el fútbol fue dejando de ser sólo eso, un hermoso deporte, y se fue convirtiendo en todo lo demás: la vida misma. Como dice Eduardo Galeano en el documental, “dime cómo juegas y te diré quién eres”. Ser chileno y estar rodeado de dinosaurios futboleros es un ejercicio de masoquismo. Ser vecino de Argentina y de Brasil, monstruos que dominan el balón como el horizonte su quietud es, y solo puede ser, una guerra contra lo imposible. Ser chileno, futbolero y no morir en el intento. De eso se trataba. Ojos rojos era ya una road movie en terreno latinoamericano, un ejercicio de resistencia.
Rojos
Cuando comenzaban a buscarle el gusto a la derrota, encontraron la victoria. En ese momento, la extrañeza de ganar los confundía en silencio, a los directores y a todos los habitantes del extenso país. Los ojos comenzaban a secarse y una sabia resignación de ser quienes eran los recorría. Dejaron de ser quienes eran y se transformaron. Cuando les consolaban y enriquecían las palabras de Eduardo Galeano, Juan Villoro y Evo Morales, entre tantos, y el terreno de la historia continental y las idiosincrasias nacionales afloraban, dando lugar a un más allá del deporte, Chile comenzó a jugar al fútbol. Los delanteros llegaban al arco sin miedo de perderse el gol. Cuando la madurez quería apoderarse de la mirada, apareció el fútbol, y la vida volvió a ser un juego. Estos tres jóvenes, que habiendo empezado a grabar a los veinte cumplían treinta, lograron ver, cámara en mano y desde la cancha misma, una de las mejores selecciones de la historia del país.
Un entrenador llamado Marcelo Bielsa, un fanático lo suficientemente loco, un metafísico del balón y alquimista de un pueblo, convirtió el llanto en festejo y la miseria en gol. El 10 de octubre de 2009 Chile gana cuatro a dos en Medellín y se clasifica como segundo lugar para el Mundial de Sudáfrica 2010.
Terminan las eliminatorias y, habiendo logrado la clasificación, Ojos rojos termina su perseverante tarea y da por finalizado su rodaje. La película es estrenada en la pantalla grande a lo largo de todo el país. Es al día de hoy el documental más visto en la historia del cine chileno. Fue estrenada la misma semana que Ironman. Semanas después el titular de un diario decía, en referencia a la audiencia: ¨El día que Bielsa supero a Ironman¨. Sin embargo, Ojos rojos sabe y supo siempre mejor que nadie que la historia es cíclica, que ahora se está arriba y se volverá a estar abajo. Que habrá que saber caer y volver a aceptarse tal cual somos, jugando como nunca y perdiendo como siempre.
La leyenda trasandina
Sin embargo, me comentan desde la patria trasandina los directores del documental, no hay manera de saber caer. El año 2011 comenzó sin Bielsa. El nuevo DT pasó a ser Claudio Borghi. Ahora todo es sufrimiento y dolor por volver a ser quienes fueron. Primero parecía que la cosa andaba bien. Después, cada modificación que Borghi hacía respecto al equipo del ¨loco¨ era lo más parecido a una catástrofe. Comenzando la segunda rueda de las Eliminatorias para Brasil 2014, Chile volvió a ser, sin más dilación ni engaño, el mismo pésimo equipo que fue antes.
Volvió la vida real e invadió la cancha. Volvieron los miedos, volvieron las especulaciones, el centro a la hoya y el pelotazo. Volvieron las declaraciones a la prensa, volvió la displicencia, volvieron la desesperación y las tarjetas rojas. Se acabó la cara de concentración. Ya no dan miedo, ya no intimidan. Ya no se escucha la música de Rocky al entrar a la cancha. Gary Medel ya no está en todas partes. Ya no parecen, como dijo Basile, quince jugadores contra once. Después de cinco años de trabajo Chile vuelve a ser Chile y Marcelo se retuerce en su su guarida bilbaína. Chile volvió a ser Chile y el DT prioriza la buena onda y los asados al trabajo. Prefiere la calma y el azar que el vértigo y el orden. Hagan lo que puedan, les habrá dicho. No repitió la alineación en ninguno de sus veinte partidos. Todo da igual. Pidan chori, morci, chinchu, entraña, asado, vacío, nalga o tortuguita. Osobuco también.
Ahora nadie corre, los partidos terminan con nueve jugadores, los jugadores hablan con la prensa y el país es un vestuario. Otra vez, todos somos Directores Técnicos y cada uno tira para su lado. Un conventillo. Pueblo chico infierno grande. Que fácil se convierte el vino en agua. Con que velocidad crece la estupidez. Para cualquier chileno amante del fútbol esto es el acabose y con él, el triste valor agregado de que los errores son los mismos de siempre. Ser aquella versión que ya se fue es más triste que la derrota y más fuerte que la frustración, es casi tan terrible como la nada, como la muerte. No hay nada más doloroso que verse a uno mismo y querer perder, perder por saber que no hay manera de ganar. Se acaba el fútbol, vuelve el masoquismo. Que se vayan todos.
Así, tras cada mala decisión de Borghi, y tras cada derrota de la selección chilena, los ojos se llenan de lagrimas, la vida trasandina vuelve a la normalidad y Ojos rojos, se hace leyenda.