Por Ricardo Maldonado. La mirada del hincha y la mirada del relator difieren considerablemente. El falso conocimiento del supuesto experto, del titulado, del periodista “deportivo” genera una nube de chantadas sin parangón.
El que ve futbol ve lo que no se ve, los relatores no ven lo que se ve. Termina el partido revancha de Boca con Central por la Sudamericana. Comienzan ese disparatado juego entre los periodistas para determinar quién fue el mejor jugador del partido. Se chicanean, se maltratan, es de bastante mal gusto la relación que mantienen los comentaristas y relatores con los que trabajan en el campo de juego.
Todos van coincidiendo (los profesionales del periodismo) en mencionar a Chávez. Aclara Niembro que es así por haber marcado dos goles. En la pantalla aparece pocos minutos después la opinión de los espectadores, y la elección recae en Melli con casi la mitad de los votos, lo sigue Gago y tercero Chávez, con menos de la mitad de los votantes de Melli. El periodista ve lo que está en el tanteador, el nombre de Chávez, el hincha ve lo que no se ve, el despliegue, la ubicación, de Melli. El relator nombra a un jugador por un nombre visiblemente distinto del suyo. Visiblemente porque por porte, color de cabello, posición, es notorio que no es el nombrado. La cámara lo toma en primer plano mientras se aleja de la jugada, en la espalda, impreso, otro nombre. Cobran por eso. Y algunos lo hacen bastante mal.
Un hincha festeja un pase que no termina en gol, ni siquiera fue un malabarismo virtuoso. Es, simplemente que el hincha vio algo que no está allí, es decir, algo que no tiene existencia material. Una abstracción. Romero de Lanús la pica en el penal contra Racing, lo que se ve es un disparo deficiente, lento, que cae adentro del arco, que parece que es gol sólo por la complicidad del arquero arrojado hacia un costado. Lo que no se ve con los ojos, es el riesgo de optar por ese tirito suave que cae dentro del arco luego de elevarse por arriba del arquero que se arroja hacia la nada.
Lo que no ven los relatores y ve el hincha es el conjunto de relaciones invisibles que unen los episodios. La belleza de compartir la abstracción del juego es la ratificación que la inteligencia humana está democráticamente distribuida. No así los reconocimientos institucionales y profesionales a la inteligencia, a la capacidad de inteligir. La inteligencia está parejamente distribuida, pero sólo se pone en funcionamiento con la pasión. La pasión por el fútbol, por el saber, incluso hasta la pasión por el dinero movilizan a la inteligencia.
Sorprende, a veces, la inteligencia, erudición y manejo de la lógica de los burreros. Me sorprende porque no soy burrero, y entonces, a la distancia, percibo mejor la cantidad de información que manejan diestramente: fechas, perfomances, linajes, hasta el porte del caballo conocen. También pasa con el hincha, pero al compartir la pasión me parece casi natural recordar el nombre de un tipo que hizo un gol en un partido intrascendente hace 4 años porque es igual a otro que vi la semana pasada.
El juicio sobre las capacidades intelectuales es previo a su comprobación fáctica. La mayoría de la población es considerada, y se considera a sí misma, poco culta e inteligente, porque sus saberes ya han sido juzgados y calificados, y porque conviene que nos pensemos así: preclaros los que dirigen, abombados los demás. Así como millones comparten el placer abstracto de entender el juego sin darse cuenta de este capital intelectual, los especialistas siguen siéndolo aún cuando sus opiniones no se reflejen en la realidad de las acciones que comentan, es decir, cuando le erran.
Hay dos fuerzas que permiten ver lo que no se ve, la inteligencia y la fe. Sólo que la primera, la inteligencia, es la única de esas fuerzas que se puede compartir democráticamente, debatir y sumar o restar voluntades. Y hay dos definiciones que me propongo traer al debate, a solicitar la atención y la inteligencia de los otros hinchas, no es tanto cada definición en si misma sino la forma de definirlas, la forma de definir sobrador y defensivo.
El equipo que se ubica sobre todo en su campo y ataca con pases largos y precisos, utilizando su velocidad física y mental, su precisión y su eficacia, si hace más goles que el rival no puede ser tildado de defensivo sino de equipo de precisión y espacios. Así como otros son equipos de sometimiento por la repetición. Por supuesto que esto requiere ver algo más que la posición en que están parados en la cancha sino también esos sucesos efímeros que se llaman pases. Que pueden ser largos o cortos. Cortos, los que podrían definirse como pases fáciles, ya que por algo existe el viejo dicho futbolero de “corazón y pases cortos” para ser aplicado en la adversidad. Y largos o más complejos, ya que están sometidos a muchos más inconvenientes. Esta forma de ver el futbol podría llevar a pensar que el Barcelona, por dar el ejemplo máximo, juega así (pases cortos en cantidad apabullante, baja eficacia) porque no puede jugar igual de bien de la otra manera (pases largos esporádicos con gran eficacia). Y que por lo tanto lo importante no es tanto hacer tal o cual cosa, sino hacer bien aquello para lo que estoy mejor dotado.
De igual manera, y mucho más en estos tiempos, me resuena la pregunta de cómo definir a un sobrador. En general se lo llama así al que hace algún firulete, pero se puede sobrar de muchas maneras. Porque sobrar (cargar, burlarse del contrario) es hacerlo en situación de superioridad. Es una cuestión de relaciones entre rivales, no de acciones particulares, ni de la utilidad de esas acciones, sino del marco, de las proporciones en que se realizan. Por eso sobrar o no sobrar a los rivales no depende de cada jugada en sí, si no de la ubicación de esa jugada en el contexto de todas las relaciones ocultas. Y puedo sobrar a los rivales tirando la pelota a la tribuna sin necesidad, mostrando que me doy el “lujo” de desperdiciarla y regalársela a ellos, porque son tan inferiores que no pueden usarla bien aunque se las regale.
Entonces hay caños ferozmente necesarios y puntinazos sobradores, dependen de las relaciones invisibles. El sobrador sería, desde esta perspectiva quien se abusa de su superioridad general o momentánea para despreciar. Porque si él sobra el otro se deprecia. Lo que sucede entonces es que quien más te respeta es quien te mata a goles, porque de alguna manera sigue considerándote un rival de cuidado al que hay que jugarle en serio aún con varios goles de ventaja. Y aunque doloroso, es así. Sobrador es también, el que despliega sus mejores galas cuando están de más, es decir cuando hay desproporción en el enfrentamiento, sea porque los equipos son ampliamente desiguales, o porque en ese momento se encuentran con esa desproporción (mucha diferencia en el marcador, desigualdad de jugadores por lesiones o expulsiones).
La contracara es el penal de Abreu en el Mundial 2010 frente a Ghana en cuartos de final, en definición por penales. El tirito que entró al arco fue una mierda, pero lo hizo bello el tremendo riesgo que se cargó al hombro al elegir hacerlo de esa manera. Y el hincha ve el disparo, pero también el riesgo. Y aplaude aunque no sea uruguayo, porque el coraje conmueve. Porque al fin y al cabo la belleza siempre es algo invisible para los no iniciados, una sublime posición llena de valentía, cuyo premio no paga el riesgo tomado, y se nos aparece como un regalo. Y damos las gracias.