Por Ricardo Frascara. El segundo gol de Racing frente al venezolano Táchira inspiró al cronista. Tomó un balde medio lleno de historia y una cuchara de albañil, para construir esta hoja futbolística y agasajar a una dupla que se eleva nítidamente en la primera fecha de la Copa Libertadores.
No es la primera vez que elogio a Diego Milito en esta sección. No es mi especialidad repartir elogios. Pero la doble pared que armaron entre este Diego blanquiceleste y su colega Bou, me hizo reír y llorar a la vez. Compusieron una de las obras de arte futbolísticas que nos deleitaban el siglo pasado, pero casi imposible de ver en las canchas de hoy, superpobladas de marca. Para llevarla a cabo con éxito, esta jugada letal para el arquero, porque nunca se entera quién va a patearle, tiene que concebirse con un gran entendimiento y una limpia claridad entre dos atacantes de calidad. A lo largo del último campeonato Bou y Milito dieron muestras de complementarse muy bien. Fueron goleadores y asistentes en partidos decisivos rumbo a la conquista del título. Y ahora, al abrirse las jornadas generalmente tumultuosas de la Copa Libertadores, encendieron la luz.
Hace unas semanas comparé al repatriado Milito con Humberto Maschio (década de 1960); hoy tengo que irme más atrás y poner en la cancha a una dupla racinguista sensacional: Rubén Bravo (1923-77) y Tucho Méndez (1923-98) (década de 1940). Con el ritmo del fútbol de esa época, Méndez-Bravo, como Pontoni-Martino (San Lorenzo), Labruna-Loustau (River), Erico-De la Mata (Independiente) o Corcuera-Sarlanga (Boca) eran parejas notorias de “albañiles”: levantaron paredes en todas las canchas sudamericanas. Y para construir sus paredes derrumbaban defensas. Deportivo Táchira es un equipo endeble quizás, pero me animo a apostar que en ningún otro partido de la Copa recibirá otros 5 goles. Lo que pasó fue que Racing elaboró un triunfo espectacular más allá de la oposición del rival. Hago otra apuesta: Racing volverá a golear este año en esa magnitud.
La pared, que lleva ese nombre porque cuando jugábamos en la calle avanzábamos con la pelota haciéndola rebotar en las paredes de las casas para eludir a los rivales, es una jugada que expresa picardía y coordinación, dos atributos esenciales del futbolista. Tiene que escucharse como el redoble de un tambor; saborearse como los manises calientes de nuestra niñez saltando en la boca. Así lo destacó en 1964, en el diario El Día, de La Plata, Guillermo Ortales, quien, citado por Dante Panzeri en Fútbol: Dinámica de lo Impensado –nuestra biblia–, escribió: “¿Cómo jugamos? Simplemente con espontaneidad, con soltura de cuerpo y de alma… Pisando, gambeteando, sirviéndonos de la pared del patio o de las edificaciones para desubicar al rival, sin prever que eso sería llamado con teórica pomposidad jugar en pared”.
Milito y Bou se han recibido, entonces, de albañiles, tras alzar una pared doble en San Cristóbal, Venezuela, para fortalecer y decorar una victoria con fútbol.