El presidente de la república italiana presentó su propuesta para salir de la crisis política post-elecciones. Doce “sabios” estudiarán la situación y propondrán soluciones. La vieja política de vuelta en el vértice a pesar de las urnas.
Italia intenta salir de la crisis institucional abierta luego de las elecciones del 24 y 25 de febrero con recetas un tanto polémicas. La falta de una mayoría clara en el Parlamento, condición básica para lograr la formación de un nuevo gobierno, está llevando a los vértices de los principales partidos políticos hacia una novela donde nadie parece ver un final feliz.
Para entender qué está pasando es necesario comprender el sistema institucional italiano, donde el presidente de la República, en este caso Giorgio Napolitano, toma un protagonismo casi absoluto sin detener en ningún caso el Poder Ejecutivo.
Napolitano es, en los papeles, el garante de la constitución, el que protege los derechos del pueblo y hace respetar las reglas de la democracia en el país. Luego de las elecciones, que sólo definen la composición del Parlamento, Napolitano comenzó las consultas, es decir reuniones donde evalúa la propuesta de cada uno de los líderes políticos representados en el poder legislativo, para dar el encargo de formar un nuevo gobierno al que le asegure estar en condiciones de llevar adelante un ejecutivo estable con apoyo parlamentario.
Si bien las últimas elecciones arrojaron un importante vacío en este sentido, Napolitano entregó el mandato a Pier Luigi Bersani, líder de la coalición de centroizquierda comandada por el Partido Democrático (PD). La centroizquierda resultó, por muy poco, la fuerza más votada de las últimas elecciones, con mayoría en diputados, aunque con ciertas complicaciones en el Senado.
Bersani a su vez comenzó sus consultas con las partes sociales. Sindicatos, empresarios, expresiones de la sociedad civil y otros partidos, se turnaron para exponer su visión ante el posible primer ministro, que luego de dos días hizo pública la imposibilidad de sostener un ejecutivo en la situación actual.
Bersani denunció durante el fin de semana pasado “requerimientos inaceptables” por parte de diferentes sectores políticos para acompañar su mandato en el Parlamento o, de mínima, no impedirlo. En particular, el centroderecha comandado por Silvio Berlusconi, habría exigido la elección de un hombre de su confianza para suceder a Napolitano, cuyo mandato vence en mayo y debe ser sustituido por elección parlamentaria.
Así la pelota volvió al presidente que lanzó un polémico plan de resurrección institucional, en lugar de encargar a otro líder de conformar un nuevo gobierno. Los agrupamientos políticos propusieron en una nueva ronda de consultas con Napolitano las soluciones más dispares.
Berlusconi propuso un gobierno de unidad nacional que incluyera al PD, su Popolo della Libertá (PdL), la Scelta Civica del ex premier Mario Monti, y la secesionista Liga del Norte, aliada con Il Cavaliere. Una solución que hubiese juntado a toda la ‘vieja política’ italiana, dejando por fuera el Movimento 5 Stelle (M5S) del cómico Beppe Grillo. Éste a su vez dejó en claro que no apoyaría ningún gobierno que esté conformado por un partido que no sea el suyo. Si bien los números no cierran para el M5S, su total oposición a ‘la casta’ de políticos profesionales lo llevó a transformarse en el malo de la película, impidiendo cualquier acuerdo de sus legisladores con otras fuerzas, actitud que ya está generando ruidos en sus propias filas.
Así Napolitano debió tomar la iniciativa y lanzó su solución. La conformación de dos equipos de “sabios”, seleccionados entre políticos, economistas y juristas, que trabajen en la redacción de un programa de gobierno que reúna las principales propuestas de todos los partidos representados en el parlamento, y avancen hacia una salida consensuada. Algo que dejó perplejo a más de uno.
Por un lado porque los doce sabios elegidos personalmente por Napolitano no dan cuenta de la necesidad de cambio que salió claramente expresada en las urnas. Forman parte de estas dos comisiones, una dedicada a los asuntos político-institucionales y otra a temas socio-económicos, viejos protagonistas de la política italiana -como Luciano Violante, ex presidente de la Cámara de Diputados para el centroizquierda, o senadores y diputados berlusconianos- e intelectuales con cargos ‘técnicos’ en el Estado -el presidente del instituto de estadísticas o el vicegobernador del banco de Italia-.
Pero también generó disgusto la idea de que Mario Monti, quien dimitió en diciembre aunque aún sigue en su cargo con poderes limitados, continúe al frente del gobierno interino mientras los sabios de Napolitano estudian la situación. “¿Para qué votamos?”, preguntaba ayer un cartel expuesto ante el Quirinale, la sede de la presidencia de la república en Roma. Es que la solución propuesta no deja a nadie contento, y de hecho retrotrae la situación política a antes de las elecciones, pero con una composición del parlamento diferente.
Napolitano, quien los medios internacionales daban por dimisionario antes de que diera a conocer su propuesta, también tiene las manos atadas. El presidente cuenta con la facultad de disolver el parlamento, en casos de crisis, y llamar a nuevas elecciones tal como lo hizo ante la dimisión presentada por Monti en diciembre. Sin embargo, para evitar que el presidente especule acerca de la composición del poder legislativo, esta posibilidad le es vedada antes del fin de su mandato, por lo tanto la falta de una mayoría clara continuará por lo menos hasta después de la elección del nuevo presidente de la república. Un evento que supone nuevas negociaciones, pedidos, exigencias, en un parlamento plagado de incertidumbres y peleas.