Por Mariano Pacheco.
Este jueves se presenta en Buenos Aires Rojo amor, la primera novela de Aníbal Jarkowski, recientemente reeditada por Clubcinco editores.
Este jueves 16 de julio, desde las 19 horas, Soledad Quereilhac dialogará con Aníbal Jarkowski en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez, situada en el 1° piso de Carlos Calvo 4.319, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El motivo: la celebración por la reedición de su primera novela, publicada por primera vez en 1993.
En Rojo amor, el escritor y crítico argentino Aníbal Karkowski construye una historia de amor bolchevique en nuestros pagos. Por supuesto, estoy haciendo una simplificación en una frase. Es que me interesa detenerme en ciertos puntos y no en el argumento, la trama, la forma de construcción de la novela. Quisiera rescatar, sobre todo, el aporte que el libro realiza, tanto en su momento de publicación como en esta reedición. Es que si bien han pasado más de dos décadas, y el país y el mundo han cambiado demasiado, la novela no deja de aportar un sesgo de inactualidad, de necesaria persistencia, de mirada a contrapelo del capitalismo que, tanto entonces como ahora, no deja de presentarse como único sistema social posible.
En plena ofensiva del capital sobre el trabajo, en el mundo entero, en pleno apogeo de los consensos neoliberales en nuestro país, cuando ya la historia había llegado supuestamente a su fin, cuando se postulaba que la democracia occidental era cuasi perfecta, el mejor modelo de gobierno que conocía la humanidad, cuando, en fin, tantas estupideces fueron dichas así, impunemente, porque prácticamente no había quienes se opusieran a tantas habladurías, Jarkowski vienese propuso y consiguió narrar una historia de amor y, en ese amor, una historia de esperanzas. Dos bolcheviques, que no son stalinistas y, por tanto, se ven forzados a abandonar su querida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), terminan en Buenos Aires. Adiós al good bye Lenin. Lenin otra vez entre nosotros.
Pasadas casi dos décadas de la publicación de la novela, ni la figura de Lenin, ni las ideas del socialismo están en la misma situación. La crisis financiera internacional desatada en 2008-2009, los cambios en las coyunturas de diversos países Latinoamericanos primeros y luego en otras latitudes del mundo, han colocado a la discusión de la barbarie capitalista en otro sitio.
Por supuesto, Rojo amor no es un tratado de filosofía, ni una monografía sociológica ni un ensayo político. Es una ficción. Pero como recientemente sucedió con El camino de Ida, la última novela de Ricardo Piglia –y como sucedió también con algunas de las novelas de Martín Kohan– es un texto literario que contribuye a repensar la historia, el presente y devenir de los ideales revolucionarios. Es, Rojo amor –además– un texto pionero en cuanto a la importancia de la presencia femenina en la literatura y la política Argentina. “Sus ojos eran pura mirada bolchevique… Ese sentimiento era su forma de ver las cosas y los sucesos del mundo; unas gafas rojas que ella llevaba como otros llevan el dinero delante de sus ojos”, puede leerse en un tramo en el que se describe a la heroína de la novela.
Como en los grandes textos literarios que huyen a las pretensiones didácticas y propagandísticas, Rojo amor logra ejercer la crítica de un modo que termina aportando tanto o más a la reflexión que un simple panfleto.
“Interpretar la realidad comienza a bastarte. Crees hacer política. Todo es político te dices y te lo repites. Pero ¿hay política si no se disputa el verdaderamente el poder? Yo veo que no hay experiencia de uno sólo como no hay socialismo en un solo país. No veo el mérito de revolucionar el cuarto si luego no cambia la casa. Y nuestra casa es el mundo. También dese afuera podemos apedrear a los burócratas, ese no es el problema sino saber con quién se está. De qué lado se está. Hasta los burgueses de cuando en cuando se renuevan. Desordenan un poco su futuro, cambian de lugar las alfombras y desde las ventanas te saludan. “¡Ey, camarada! ¿Eres revolucionario? ¡Pues mira como yo también estoy por el cambio!”. No son tontos. Te ven cruzar la calle nervioso, te moran y gritan “¡Cada uno debe uno debe comenzar por su interior, camarada! ¿Me estás escuchando? Nadie puede amar a los demás si primero no se ama a sí mismo. Todavía no puedo luchar por los demás. Discúlpame. No puedo todavía. Mi alma me llevará un buen tiempo aún. Pero dile a los pobres que me esperen. Ya iré, claro que sí. ¡Te asombrarás de mí! Cada día falta menos. Diles que me esperen. No voy a defraudarlos. ¡Todos queremos el cambio!”. Y no se equivocan. Están cambiando el tapizado a sus sillones, han comprado escritorio nuevo y viajarán a un país desconocido el año próximo. Es muy instructivo viajar. Fortalece el corazón. Pero yo no estoy con ellos. Uno, dos, tres octubres precisamos…”.
Consigna guevariano-leninista que no deja de resonar en nuestros oídos, como música maravillosa que contribuye a reinstalar en la actualidad la hipótesis comunista, esa que sencillamente podría definirse como la estructuración de la sociedad regida por otra lógica, antagónica a la que se basa en la explotación del capital sobre el trabajo.
“Acabará el siglo y aún habrá explotadores en el mundo… Prepara el olfato por si llega ese día, muchacho, y no te cargues de pena si sucede. Se puede comenzar de nuevo”. La frase, que puede leerse en Rojo amor, de Aníbal Jarkowski, sonó en los 90 como bandera plantada en la trinchera, en plena retaguardia. Hoy se impone como desafío en nuestros actuales campos de batallas… lo s estéticos, los políticos, los sociales. Insumo para repensar nuestra realidad y repensar las formas en que nosotros intervenimos en ella.