Por Ricardo Frascara. A veces las variables que componen un partido de fútbol, se mezclan de una manera que, como el último Boca-River, no llevan a ninguna parte. Sin embargo, si se mira en profundidad, se encontrará una línea conductora con buen rumbo.
Pasó el superclásico con más pena que gloria. No lo registramos en estas páginas. Y eso ya es una opinión. Nos quedamos mudos de ver tanto esfuerzo inútil en un campo imposible. Luego, los comentarios más sabrosos giraron en torno del árbitro. Del partido en sí no quedó nada, fue sólo un chapuzón infame. Afortunadamente la TV y el almanaque me eximen de ir a la cancha. ¿Qué pasó? ¿Cómo demonios un River-Boca, lo máximo, se diluyó sin remedio en ese desatino? El peor error de hombre del pito –silbato me suena ridículo- fue haberlo soplado para el puntapié inicial. Allí, en ese segundo trágico, probó su falta de seguridad, de autoridad, de idoneidad y unos cuantos “dad” más. Lo mató la presión de un público estoico y empapado, de la AFA desgobernada, de la TV con las cámaras en ristre, del gobierno, que hubiera perdido la publicidad en pantalla de un River-Boca, nada menos. De ahí en adelante Vigliano tocó un concierto desconcertante de pito. Él sabía que el ritmo del partido marcaba el sonido agudo de un pitido cada tres minutos y así siguió su partitura. Sordo a todas las protestas –cosa que está bien-, ciego a todas las razones del reglamento –cosa que está mal- nos dejó inválidos, ingrávidos, insípidos, y tantas esdrújulas más.
Afortunadamente al día siguiente el director del Colegio de Árbitros descubrió que el partido no debía haberse jugado. Y yo digo, para aumentar el desconcierto y sumirnos en el espanto, ¿por qué la AFA, para justificar su existencia, no lo declara nulo de toda nulidad, al partido, y listo? Y podríamos abocarnos -y arriverarnos- todos, clubes, periodistas, TV y gobierno para promover un River-Boca en serio para uno de estos días, o para el verano, o para el Día de los Reyes Magos… Todos lo necesitamos. Y con entrada gratis, por supuesto. No podemos tomar en serio esa farsa del domingo en Núñez… ¿Y los pobres muchachos que garparon hasta 10 mil pesos, por ver chapotear 22 tipos queriendo acertar la dirección de una pelota? También merecen una atención de la casa… Si yo lamento los 80 mangos que me gasté en una botella de whisky, me imagino cómo estarán ellos. ¡Cornudos y apaleados!, como diría mi abuela. Y aunque no hayamos puesto uno por uno esos billetes y sólo nos haya costado incorporar el HD a la TV para ver un partido fuera de serie como si se jugara en el jardín de casa, ¡estamos frustrados! Yo, por lo menos, me quedé con unas ganas bárbaras de ver frente a frente esos equipos reinventados por el Muñe y el Vasco. Me dio tanta bronca que tapé el whisky hasta que vuelvan a jugar el superclásico (*) de veras. Y me fui a la cama, y es claro, soñé.
¿Vieron que cuando uno sueña es como si todo fuera virgen? Las cosas, los lugares, los hombres, las mujeres; está todo ahí, a la mano, sin tiempos. Así que yo me encontré sentado en la platea de la Bombonera, viendo el Boca-River que más me gustó, en directo, con mis ojos y todos mis sentidos, con la ilusión de mis 20 años, refregándome las manos, oliendo la humedad dulzona del pasto… Y salían los jugadores y la cancha explotaba, la Boca vibraba entera… hasta provocar olas imposibles de imaginar en el Riachuelo. Ya estaban formados los equipos y me asombró que River tuviera ahí, en tremendo partido, en el círculo central de la cancha del odiado rival a dos pibes, un par de enanos. (Es un sueño, me dije, todo vale). Se movió la pelota y los enanos comenzaron una danza futbolística desbocada. River, sin el yorugua Walter Gómez ni Angelito Labruna, no renqueaba, como los boquenses esperaban, para nada. Al terminar el primer tiempo, me corrí hasta el palco de periodistas y le pregunté a mi viejo quienes eran esos enanitos de jardín que estaban rompiendo la cancha. Miró un papel y me dijo “Se llaman (porque todavía no eran, sólo se llamaban) Norberto Menéndez y Enrique Sívori (**)…” Yo era testigo de la historia y no lo sabía… Esa tarde River ganó 1 a 0 con gol de Eliseo Prado, pero los diarios al día siguiente hablaron sólo del dúo de esos enanitos de 18 años. Pese a la derrota, Boca fue campeón de ese año. Pero lo siguió un triplete de River, del ’55 al ’57. De aquél partido volví a casa bañado en fútbol, porque hay que decir que en la defensa de Boca había grandes como Eliseo Mouriño, Natalio Pescia, Juan Carlos Colman, que contrarrestaron con su experiencia la explosión de los enanos. Fue en julio de 1954, el milagro de un sueño de 60 años.
(*) Jugaron 188 partidos. Boca Juniors ganó 69 y anotó 259 goles. RiverPlate ganó 62 y anotó 246 goles. Empataron 57.
(**) Enrique Omar Sívori (1935-2005) fue la estrella máxima del RiverPlate de los ’50. Guió a River al tricampeonato, y en esa campaña anotó 28 goles en 63 partidos. Al final del tercer campeonato, en el ’57, fue transferido a la Juventus, de Italia, por 10 millones de aquellos pesos, con lo que RiverPlate pudo construir la cuarta tribuna de su cancha, dejando así guardada en la historia la que fuera célebre “herradura”.