¿Cuál es el rol del fotoperiodismo y la fotografía documental cuando retrata la realidad? La necesidad planter que entre quien toma la foto y quien aparece en ella, no es un lente en el medio sino el encuentro de dos historias.
Texto y foto* por Magalí Druscovich
La fotografía no es inocente y no es una simple extensión de la vista. Cada fotografía es el resultado de un conjunto de decisiones y saberes. La fotografía que se propone documentar la realidad no es la realidad. Es una construcción. Y a esta tarea de obreros y obreras, los fotógrafos y fotógrafas documentales, le dedicamos nuestra vida. Por eso, si a mí me dicen que la fotografía o el periodismo se está muriendo, no lo acepto acríticamente, en vez salgo, camino, observo, retrato, reflexiono, e intento hacer algo mejor de lo que ya hice.
Se habla y escribe mucho sobre finales o cambios estructurales de la fotografía. Sin embargo, deberíamos dedicarnos más tiempo para reflexionar sobre la fotografía documental que no se acerca, que no pregunta, que aleja más de lo que empatiza y que se cree inocente. Para mí lo que se debería terminar son publicaciones y posteos en Facebook e Instagram de fotógrafos y fotógrafas con fotos de personas en situación de calle desde lejos, sin historias, sin miradas, sin nombres, edades, con el fotógrafo o la fotógrafa escondida o de cerca y ocultando la cámara. ¿Por qué es tan superficial la visión? ¿Muerde preguntar el nombre? ¿Edad? ¿Por qué está ahí? ¿Cuánto zoom hay que hacer para sacar una foto de un chico saliendo de un contenedor de basura? Yo, si no tengo tiempo para detenerme, preguntar nombre, edad, como está, cuál es su historia, y pedir permiso, no hago la foto. Y no tiene nada de malo no hacer una foto. No hacer es también respetar. No hacer es también una decisión política (y ética).
Un hombre o mujer en situación de calle también tiene sueños, anhelos, deseos, nombre y apellido. Y eso es lo que una fotografía documental debería decirnos, usando el recurso que sea, simbólico o no, abstracto o no, detalle o no. ¿Las fotos de personas en situación de calle que circulan constantemente, nos acercan o nos alejan más de esa realidad? Yo creo que alejan; generan una visualización de la pobreza que no comunica. Es una figurita repetida, rutinaria, fácil de ignorar. No aporta nuevos elementos y vulnera a esas personas aún más. Entonces, como constructores de imágenes documentales, ¿cuál es nuestra responsabilidad ética y moral al retratar la realidad?
La solución, obviamente, no es dejar de hacer fotos de personas en situación de calle. Pero ¿qué fotos debiéramos hacer? En un texto publicado hace una semana por un fotógrafo argentino de gran trayectoria, el autor propone el fin de la fotografía simbólica en contraposición con la fotografía “real”. Las fotos que ilustran el artículo para ejemplificar lo “real” son de personas en situación de calle con un epígrafe de la fecha de la toma. ¿Qué nos dejan esas fotos? ¿Qué me cuentan de esa persona? Sí, me cuentan de una realidad argentina de la que todxs sabemos y vemos constantemente, pero, ¿cómo contribuyen a la humanización de esa persona?
No pretendo que una persona que camina por Florida se pare a preguntarle a Betty que tiene cuatro hijos, a quien su marido dejó y quien va al centro por las tardes para pedir ayuda porque en la oficina que limpiaba la echaron al no poder ir a trabajar con su bebé. Pero sí espero que un fotógrafo o fotógrafa documental o periodista se pare y pregunte. Y si no tiene tiempo, pero tiene el deseo de ese retrato y contar esa realidad, va a saber encontrar la manera de volver.
La práctica cotidiana del fotoperiodismo encuentra al trabajador y trabajadora al servicio de diversos momentos con diferentes reglas, en los cuales será el profesional quien evalué si levantar la cámara antes de pedir permiso o pedir permiso antes de retratar. Es aquí donde la actitud del profesional será determinante. Pero la ética siempre debe estar presente. Expongo a la fotografía de personas en situación de calle como un ejemplo para reflexionar sobre nuestra ética y práctica profesional.
Humanizar a la persona es más que un simple “click”. Reflejar sin profundizar nos aleja en vez de acercarnos a la humanidad del otro. El antropólogo Cliford Geerz se rebeló contra la antropología colonialista de su tiempo y hablo de la necesidad de “descripciones densas” de culturas ajenas. Él decía que para realmente entender a un grupo humano hay que entenderlo en todas sus dimensiones, no simplemente retratarlo, sino describirlo en toda su densidad. Lo mismo ocurre en la fotografía que busca la empatía y la movilización. Es cierto que acercarnos a preguntar el nombre y la edad no humanizan de por sí, pero abren un diálogo e inician un acercamiento real. La fotógrafa mexicana Lourdes Gorbet, en su ensayo sobre fotografiar la miseria dice que: “No es suficiente sentir una conciencia social para profundizar en una tragedia tan compleja porque las posibilidades de tratar el tema son tantas que se logran resultados muy diferentes.”
Pensar en el fin de un tipo de arte es pensar en el fin del arte de unx porque todxs necesitamos del arte de todxs. El Guernica describe los horrores de la guerra y se convirtió en símbolo del pacifismo, y es abstracto. De eso también aprendemos. Es verdad que hacer fotos de peras para representar las desapariciones es un lujo de clase. Pero sacar fotos de la miseria sin empatizar, sin tejer contacto humano tampoco sirve. No podemos ser un eslabón más en la cadena de vulnerabilización.
Los fotógrafos y fotógrafas partimos de una posición de privilegio. Privilegio implica responsabilidad. Mas aún, el privilegio de poder transmitir y lanzar al espacio público elementos que enmarcan y condicionan debates sociales. Reconocer nuestros privilegios cambia la forma en que enfocamos el trabajo y cómo hacemos preguntas. Siendo conscientes de nuestros puntos de vista, nos convertimos en mejores profesionales
Todxs necesitamos del arte de todxs y yo, personalmente, no quiero que ninguna fotografía se muera. En vez, quisiera que siga creciendo la fotografía documental que me conecta con la totalidad del otro sin deshumanizar ni robarle a la gente su historia.

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