Por Claudia Korol
Mirá cómo nos ponemos. Nos ponemos rabiosas, hacemos eco de todas las denuncias que de pronto se desbordan, porque las llevamos tatuadas como heridas en nuestros cuerpos, en nuestras memorias. Nos ponemos en modo “ya basta”. Nos ponemos en modo “nos creemos”. Nos ponemos en modo… “si no hay justicia hay escrache”.
La llamada “justicia” una y mil veces nos dio la espalda. Aprendimos a los golpes que no es justicia para nosotras. Es justicia creada por ellos, para cuidarse entre ellos. No es justicia. Es un pacto patriarcal, misógino, racista, capitalista, que a las mujeres empobrecidas, a las originarias, a las racializadas, a las lesbianas, a las trans y travestis, sólo ha traído revictimización e incluso miedos y culpas. Por eso nos ponemos como nos ponemos.
En el Tribunal Ético Popular Feminista, hubo un desfile interminable de denuncias que daban muestras de cómo la justicia patriarcal legitima y naturaliza las violencias machistas y las violencias homo-lesbo-trans-travesti-odiantes. En estos días, después de la sentencia absolutoria de los asesinos de Lucía, y de las denuncias que se sucedieron a la de las Actrices Argentinas, sentimos cada denuncia escrita donde se pudo, dicha donde se pudo, dolores de heridas abiertas en los cuerpos de de mujeres y lesbianas, trans, travestis, como un golpe, pero también como muchas maneras de liberarnos de entripados que nos ahogaban. Escuchándonos unas a otras rompimos el silencio impuesto en siglos de colonialismo. Decir lo que nos sucede, lo que nos lastima, lo que nos arrasó la alegría, no es escrache. Es hacer visible el pacto patriarcal. Pero también hacemos escraches colectivos, cuando después de nombrar la violencia recibida, un grupo de compañeras y compañeres se organiza y dice: “si no hay justicia, hay escrache”.
Se vuelca entonces sobre nosotras un manual de buenos modales. Incluso hay mujeres que desde algunos lugares que no son los nuestros nos dicen que no nos pongamos así. Impugnan nuestros modos de decir, de nombrar, de denunciar. El resultado es inhibir nuestras voces, y represar a la marea feminista, invitando a que sigamos repitiendo el código patriarcal que supuestamente garantiza la “igualdad de oportunidades” para violadores, femicidas, pedófilos. Las víctimas ya no pueden responder, en muchas ocasiones. Las que pueden hacerlo, sienten que salen de un infierno que las tenía maniatadas ¿De qué igualdad de oportunidades hablan?
Nos ponemos así, porque en el camino de los buenos modales perdimos muchas vidas. Porque es intolerable saber de tantas vidas asesinadas, desaparecidas, y de tantas vidas que seguimos viviendo con esos tatuajes como heridas.
“Si no hay justicia hay escrache”. No lo inventamos nosotras, les decimos a las compañeras que nos cuestionan nuestras básicas herramientas de lucha. El escrache fue inventado por los hijos e hijas de desaparecidos y desaparecidas, cuando la impunidad garantizaba la libertad de los genocidas.
¿El escrache vale para los genocidas y no para los femicidas, para los que nos violaron, mataron, o asediaron?
¿Lo permitido para los hijos no lo es para las hijas? ¿O volvemos a una jerarquía de dolores, que nos impiden decir: “mirá cómo nos ponemos”?
Justicia no es punitivismo. No nos interesa castigar. Nos interesa sí, defender nuestros cuerpos y vidas de las agresiones. Eso puede significar, cuando no hay otros modos, visibilizar a los violentos, para que no puedan gozar de la impunidad que les ofreció el sistema de justicia patriarcal, y para que sus víctimas no vivan aterradas, para que no haya nuevas víctimas. Quienes por eso nos dicen punitivistas, tienen que hacer propuestas concretas para garantizarnos la vida, y una vida sin miedo. Si no tienen esa respuesta, respeten por favor las formas de lucha colectiva que la marea feminista, que la revolución feminista va encontrando. Escuchar, acompañar, creer en nosotras mismas.
Juzgarnos, compararnos con los agresores, los violentos de siempre, es violencia. Es más de lo mismo. La identificamos rápido, porque la hemos vivido siempre y decidimos no callarnos más.
Mirá cómo nos ponemos. No aceptamos más impunidad. Somos las hijas y las nietas de las brujas que no pudieron quemar. Queremos una vida en libertad para nosotras, para nuestras hijas y nietas. Queremos justicia para nuestras madres y abuelas. Nos queremos libres, rebeldes. Vivas nos queremos.