Por Redacción Marcha | Fotos: Rocío Prim
Hace tiempo que están sonando las alarmas: hablas del capital habilitan el daño. Legitiman el alarde y la celebración de la crueldad. Embriaguez de la fuerza. Marcelo Percia
Esa sangre en el ojo, esa mueca tensa sí que se puede ver. Es venganza. El show de la violencia televisada solo ofrece una promesa: la euforia de la destrucción. Todo lo que represente un obstáculo para el mercado, ¡afuera! Aunque sean vidas. Ninguna libertad puede estar abanderada de odio, ni de celebración de la crueldad. Cada vez que tengamos que explicar que nuestras vidas importan es porque la sociedad que componemos tolera un poco más de daño y perdemos otro poco más el vivir en común. No hay luz al final del túnel, no hay esfuerzo que valga más vidas en nombre de ningún progreso, y no hay ningún progreso que tenga como proyecto de futuro el retorno al Siglo XIX.
Cada minuto de aire que exhibió el “freak show” de violencia corrió el límite de “lo decible”, cuando creíamos que todavía estaba mal despreciar explicitamente la vida de alguien en prime time. Pero cada vez estuvo menos mal, tanto que se convirtió en campaña y después en presidente. ¿A qué medios de comunicación le pedimos que visibilicen que no hubo una tragedia por un incendio en Barracas porque Pamela, Roxana y Andrea murieron por un crimen de odio? Somos un montón en las plazas cuando nos arrebatan la vida de una trava, de una lesbiana, de una marica. Le exigimos a quienes nos miran que no sean indiferentes porque se mata a las lesbianas, maricas, trans y travas en la cara de la gente. Les pedimos que no bajen la mirada y que interrumpan la cadena de deshumanización que gobierna, por nosotrxs y porque un día la ilusión individualista se estrellará contra el suelo y la mano que tal vez te sostenga de esa caída sea colectiva como las que hoy se entrelazan para marchar por Pamela, Roxana, Andrea y Sofía víctimas de un crimen de odio. No fue un accidente ni una tragedia, fue un acto deliberado de tirar una molotov en la habitación mientras dormían. Agustina Ramos pudo reconstruir para Agencia Presentes los relatos de agresiones previas, todas dirigidas por el desprecio a la orientación sexual de las dos parejas. Nos tocó aprender y a diferencia del vocero presidencial sabemos que un crimen de odio no es solo contra la víctima, sino que busca intimidar a todo un colectivo.
El odio que las prendió fuego a las cuatro lesbianas por ser lesbianas no es exclusivo de este gobierno, pero la novedad es que esta gestión alienta el odio. Sus funcionarios y allegados se sienten cómodos en ese rol y se sienten con respaldo para hacer alarde de la violencia de un régimen hetero patriarcal. Cuentan con las instituciones, pero las usan para despedir trabajadoras y trabajadoras; para desmantelar políticas públicas que debieran prevenir crímenes de odio, o contener a sus sobrevivientes. Los funcionarios porteños no se quedan atrás y parecen ir en la misma línea de desprecio de la vida. Hace unos días el Jefe de gobierno, Jorge Macri, homologaba en una campaña publicitaria la basura en la calle a las personas en situación de calle. A la pensión de la calle Olavarría en Barracas llegaba gente que ya había sido desplazada de derechos y oportunidades. Pamela, Roxana, Andrea y Sofía vivían hacinadas en una habitación y compartían cocina y baño con el resto de los habitantes del piso. En una ciudad que orienta sus políticas de vivienda a merced de la especulación inmobiliaria el derecho a una vivienda digna queda completamente relegado y afecta especialmente a mujeres, lesbianas, travestis, trans y maricas. La violencia económica va de la mano de la violencia patriarcal y ambas precarizan la vida cotidianamente.
Ayer centenares de personas recorrieron las calles de Barracas, llevaron velitas, armaron un altar en memoria de las tres lesbianas asesinadas, pusieron flores y carteles con sus nombres, se abrazaron y lloraron. Se tomaron de las manos en una ceremonia común para sanar, jurarse no olvidar y sostener la protesta frente a un régimen de odio.