Por Ricardo Frascara
Tres equipos “de los buenos” de este campeonato de 30, en tres partidos distintos, y un solo gol, de casualidad. El veterano cronista no soporta esto y se anima a sugerir que se imponga la pena de suspensión, en un partido por fecha por lo menos, para el “goleador”, reconocido como tal, que no anote.
Es de no creer. Nuestros futbolistas de pronto se olvidan a qué juegan. El fútbol no te deja sin castigo. Los chicos que visten las camisetas de los tres del título de la nota así se sienten después del fin de semana pasado: castigados. Se preguntan, con toda seguridad: “¿Cómo puede ser que no haya entrado?”. A la pelota se refieren, porque ya ha sido aceptado por todos, incluyendo periodistas y pseudos, que la pelota tiene voluntad propia. Anda por donde quiere y “se mete” cuando se le antoja. Eso se desprende de ese habitual “no quiso entrar” con que explican un score en blanco.
Entonces estas pelotas de sábado y domingo últimos estuvieron más caprichosas que nunca. Yo vi a la lepra, los millos y los gauchos, y en 270 minutos (sumados, es claro, los tres partidos) ella solo “quiso” entrar una vez, y a regañadientes, en un cabezazo retorcido del chico Martínez, que saltó y le pegó con lo que pudo, sin medir, ni mirar, ni nada. Yo estaba ahí, frente a ellos, a través de la pantalla, claro, y puedo jurarme a mí mismo, que los jugadores cambiaban de partido a partido: no eran los mismos. Una vez eran Scocco y Maxi Rodríguez, otra Cauteruccio y Matos, y por último Mora y Viudez: y nada. Nada por aquí, nada por allá. Todo fue el mismo enredo, idéntica torpeza, insistente papelón. ¿Cómo puede ser que esos tipos, presuntos goleadores, no metan una? Lo más horrible de todo es que ahora ya casi no patean al arco. Le han errado tanto, pero tanto, que a sus pies les da vergüenza patear la pelota (porque me imagino que, como lo hace la pelotita, los pies son independientes, juegan por voluntad propia) y entonces la pasan y la vuelven a pasar, y yo veo ese deambular sin sentido ni destino y no puedo creerlo.
Newll’s Old Boys tiene un juego agradable, afiatado, por momentos daba gusto el espectáculo… Hasta que llega al área y sus hombres tropiezan con algo intangible, parece como si una cortina les velara los ojos, como si por un milisegundo el cerebro se les detuviera y se deshiciera todo lo que venían gestando.
Entonces llega San Lorenzo de Almagro y los que pueden jugar con algún sentido, terminan enrolándose en la carrera desesperada; parecen jugadores a resorte de una mesa de pimball… nadie para, ninguno mira, los pases son todos largos, pero ellos son tenaces, la recuperan en seguida… para nada. Villalba, por favor, pará un nanosegundo… esto es un juego asociado, pensado, con cambios de marcha, golpes de cintura, pases a los que tienen el mismo color de camiseta ¡por favor!
Y de postre de todo esto: River, el campeón desinflado. ¿Desmotivado?, dice Gallardo: ¡Nunca! ¿Cansado? ¿Aburrido? ¿Amnesiado? Si yo tuviera que pagar por ver a todos estos, me amasijo. Grito: ¡No hay picardía! ¡No hay sutileza! ¡No hay puntería! ¡Isaaaa… Ricardo!, no te quejés más, no ves que los muchachos “entregan” todo. ¡Me cagaría!… Entonces que se queden con algo, viejo. Esto es un desastre.
Hoy compadezco a todos los que tienen que explicar, juzgar, analizar esto. ¡Mamita! ¿Será por eso que pregonan lo del fútbol para todos? Todos, quizá seamos demasiados para repartir, y a mí, acaso por una cuestión de vejez avanzada, me toca un cachito tan chiquito de fútbol, que no lo puedo encontrar. ¿No me podrían avisar, señores de la pantalla, dónde podré ver fútbol con goles? Algo así como una placa en la TV que diga “¡AQUÍ! Bajo pena de suspensión, habrá fútbol con goles”. Aunque sea un solo partido por fecha. Para no morir de nostalgia.