Por Marcha y Biodiversidad * | Ilustración: Ximena Astudillo
Nélida Almeida es una joven trabajadora de la tierra de la provincia de Misiones y forma parte de Productores Independientes de Puerto Piray (PIP), una organización que reúne a más de 70 familias productoras que hoy integra la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT). A su vez, la UTT nuclea a más de 22 mil familias campesinas en 18 provincias del país cuya producción es principalmente agrícola, frutihortícola y de cría de animales.
Una lucha histórica de la UTT es por el acceso a la tierra para que familias, pequeños y pequeñas productoras puedan, mediante un crédito asequible, tener la titularidad de la tierra para trabajarla y vivir en condiciones dignas. El proyecto busca también promover el modelo agroecológico ante el avance del agronegocio, es decir, potenciar la producción de alimentos sanos, saludables y que puedan ser comercializados a precios justos para el pueblo. A pesar de los claros beneficios del proyecto y de tratarse de una demanda impostergable, el Congreso argentino aún no le dio tratamiento a la iniciativa que fue presentada por primera vez en el año 2016 [1].
Con 26 años, Nely, como le dicen sus compañeras, ya cuenta con una intensa experiencia de lucha campesina y forma parte de la genealogía de defensoras de su comunidad en Puerto Piray, provincia de Misiones, límite noreste de Argentina con Brasil. Allí el 70 por ciento de las tierras fue usurpado por Arauco (ex Alto Paraná), una multinacional forestal de capitales chilenos que expandió el monocultivo de pino en la zona y expulsó a las familias campesinas e indígenas de sus territorios.
En 2013, tras casi 20 años de lucha, las mujeres de la comunidad encabezaron la organización que logró recuperar las tierras para las familias con la sanción de una ley que ordenó la expropiación de 600 hectáreas de la empresa para ser destinadas a la agricultura familiar. Sin embargo, a 8 años de la sanción de la ley, la empresa aún no cumple con la restitución del total de las tierras. En 2017, Arauco entregó a las familias las primeras 166 hectáreas y a comienzos de 2021 el gobernador Oscar Herrera Ahuad y la empresa firmaron las escrituras que reconocen formalmente la propiedad de las tierras a las familias que la trabajan.
Como en cada caso donde se expande el monocultivo, Arauco llevó pobreza y enfermedades a quienes integran las comunidades de la zona. Plantó árboles de pino en una zona tropical y alteró el ecosistema. La flora y la fauna se vieron afectadas y las consecuencias del uso de agrotóxicos se comenzaron a propagar. Progresivamente, las familias campesinas van sanando la tierra que el desmonte dejó infértil: Desde la recuperación, las y los productores de PIP-UTT se dedicaron a “curar la tierra” y diversificaron los cultivos en sus colonias. Hoy producen maíz, porotos, batata, mandioca, sandía y otros alimentos sanos y sin agrotóxicos que comercializan a través de redes de comercio justo para todo el país.
Conocimos a Nely en el Segundo Encuentro de Mujeres Trabajadoras de la Tierra, en 2021, y allí pudimos intercambiar las primeras reflexiones y retomamos la conversación a distancia, entre Misiones y Buenos Aires, durante los meses posteriores en el marco del proceso de investigación periodística para la Serie Defensoras. La vida en el centro. Ese día, Nely había tenido una larga jornada laboral pero igual nos regaló su tiempo, que no le sobra, y desde la casa de su vecina, donde llega la red de Wi-Fi, pudimos conversar y ver caer la tarde a la cercanía del río. Con su tereré en la mano y con las intenciones de hacer una cálida charla a pesar de la pantalla que nos separaba, fue encontrando las palabras para contarnos la experiencia de las mujeres de Puerto Piray. Hablamos hasta que la luz del sol terminó de ocultarse en el horizonte y dejamos de verla en la pantalla.
La voz de Nelly, esa joven defensora de los territorios y el buen vivir de los pueblos, nos devuelve la esperanza: Las defensoras construyen genealogías y continuidad para defender la vida.
–¿Cuándo comenzó el conflicto con Arauco y cómo fue la lucha que llevaron adelante?
–La historia que tenemos, la lucha por la tierra, tiene más de 20 años. Yo tenía 5 años cuando comenzó; mi abuela formaba parte, mi tía. Esto empezó con la llegada de una empresa, de una multinacional que se llamaba Alto Paraná en su momento, y que ahora es Arauco, de capital chileno. Ellos instalaron el monocultivo de pino acá en nuestra colonia: estamos en Misiones, en el Dorado, a unos 15 km del centro. Es una una colonia donde somos aproximadamente 400 familias, de las cuales a la organización pertenecemos 110. Le decimos “familias” a los socios porque detrás de esos 110 socios hay muchas personas, son cinco o seis por cada familia. Estamos en el kilómetro 44 y esta colonia está nucleada en tres barrios: Santos de Teresa, Barrio Unión y el kilómetro 18. A partir del kilómetro 40 y pico empezaron a desaparecer de a poquito cuando vino esta empresa porque los compañeros y las compañeras empiezan a quedarse sin trabajo, les empiezan a contaminar y a fumigar porque instalan el monocultivo de pinos. Nosotros estamos en un clima tropical, hace mucho calor, los pinos acá no crecen, no es natural ver pinos en Misiones. Y bueno, para que esto crezca tenían que fumigar y envenenar, envenenarnos, contaminar el aire y la tierra, todo.
Algo que tengo grabado en la cabeza es cuando una compañera contaba, hace muchos años, que cuando empezaban a fumigar, hasta las víboras, los animalitos, empezaban a salir a correr porque les hacía mal, ¡imagínate a nosotros! Después, hubo estudios que iban demostrando que todo lo que nosotros denunciamos y decíamos, que nos estaban enfermando, era verdad. Porque tuvo una comprobación científica cuando se empezó a demostrar más lo que causaban los agrotóxicos: compañeras que ya no están, compañeras con cáncer, compañeros que se siguen tratando, que van a Buenos Aires porque acá no hay tratamiento en la provincia. En época de floración de los pinos, de agosto a septiembre, empiezan todas las enfermedades pulmonares y de la piel. Tenemos compañeras que sus hijes tienen malformaciones, problemas en los huesos. Pero nunca les sabían decir por qué era, y era por los agrotóxicos, que recién ahora se están prestando a hablar de eso.
Nuestra organización PIP surge, en primera instancia, como una organización campesina de mujeres. Porque con la llegada de la empresa, los varones se van afuera a buscar trabajo, a Corrientes, a Formosa, a Buenos Aires, y las mujeres se empezaron a quedar, y empezaron a charlar, como hacemos acá todas las tardes: te preparás un tereré o un mate, y te vas a charlar con la vecina. Y ahí empezaron a contar que sus hijos se enfermaban . Que a la mañana se levantaban y los muebles estaban todo tapados, era como una alfombra, de polen, todo amarillo, que eso era de los pinos, que las ollas cuando la destapaban arriba era toda una capa amarilla… Se empezaron a dar cuenta de la contaminación del agua, de los animalitos. Y de que no traían trabajo, porque nos decían que esta empresa iba a traer trabajo a la colonia, que iba a crecer más, y pasó exactamente todo lo contrario: lo único que nos trajo fue pobreza y que los compañeros se tengan que irse a buscar trabajo y que los jóvenes tengan que irse también, porque acá no teníamos tierra, no había trabajo, no había nada. Y mientras tanto nos estábamos dando cuenta de cómo los demás kilómetros, que eran barrios, empezaban a desaparecer; antes había escuelas, había salitas de salud y ahora no hay más. Cuando pasás por ahí te das cuenta de que antes vivían personas, porque están todas las bases de esas casas, de esas escuelas. Y luego venía esta empresa y les ofrecía trabajo afuera, o les decía que le vendan las tierras porque no iba pasar más el transporte, que iban a quedar solos ahí. Las comunidades se empezaron a ir porque no había trabajo; entonces tenían que emigrar a la ciudad.
La empresa se aprovechaba también del contexto de necesidad y de vulnerabilidad de las personas que vivían ahí hace mucho tiempo y le terminaban cediendo las tierras, muchas veces cambiando o muchas veces “vendiendo”, porque en realidad no era lo que valían esas tierras, sino que se las vendían muy baratas, por todo el miedo que instalan.
Es un desalojo indirecto, porque no los echaron, pero sí se aprovecharon del contexto. Entonces ahí las mujeres se empezaron a juntar y a salir a denunciar, públicamente, primero fue conquistar a los vecinos, hacerles entender que esta empresa no estaba trayendo trabajo, sino que lo único que estaba haciendo era desalojar, porque lo que hacían antes los compañeros y las personas que vivían acá que tenían changas, lo terminaba haciendo una máquina. Fue un desafío porque teníamos que conquistar los corazones de los compañeros y de las compañeras. De los vecinos, que empezaran a ver todo lo que estaba causando esta empresa y después empezar a salir por los medios. Nosotros hacíamos un corte y empezábamos a denunciar, hablábamos de la salud de los vecinos, hablábamos de nuestres hijes.
Y así, poco a poco, eso se fue haciendo público y ya los medios nos empezaban a hacer notas. Las compañeras empezaron a contar más, empezaron a denunciar públicamente. Después de hacernos conocidas y de decir lo que esta empresa hacía con nuestros territorios, sufrimos también mucha persecución, amenazas, denuncias de que estábamos tomando parte de sus tierras cuando nunca nos acercamos un metro, era todo mentira. Pero lo que querían hacer era que la sociedad diga: “estas personas nos quieren tomar tierras y se quieren apropiar de nuestras cosas”, como demonizando, lo que hacen siempre con los que salimos a luchar.
–¿Y cómo lograron la expropiación de las 600 hectáreas en ese contexto tan adverso?
–De a poquito. En 2013 salió la LEY XXIV – NRO. 11 que es la Ley de expropiación de 600 hectáreas, es decir que esta empresa nos tiene que ceder 600 hectáreas. Salió esta ley y se empieza a decir por todos los medios que esta empresa ya nos había entregado las tierras, pero era mentira; recién en 2016 nos dieron la primera etapa de tierra, encima teníamos que salir a desmentir todo eso. Y era en los canales, en la televisión diciendo, bueno, se les entregaron las tierras a la familia de Puerto Piray y era mentira, nosotros no teníamos ni un pedacito de tierra. Digo la primera etapa de tierras, porque eran 600 pero estas tierras tienen pino, y hay algunos que todavía no estaban para cortar, porque necesitás 15 años para que esa madera se pueda cosechar. Entonces nosotros también haciéndoles el favor propusimos ir por etapas de corte para que nos vayan entregando..
En el 2016 se nos dió la primera etapa, que son 166 hectáreas. Cuando empezamos a trabajar de manera agroecológica, de manera cooperativa, nuestra bandera de lucha siempre fue la lucha por la tierra. Después, mucho tiempo después, nosotros empezamos a hablar sobre agroecología. Algo que como concepto no lo entendíamos porque en realidad era algo que siempre venimos haciendo, sobre todas las mujeres, que desde siempre protegimos los territorios, denunciamos al agronegocio, pero era eran un montón de conceptos y de cosas que estábamos haciendo sin saberlo. Después, a medida que nos hicimos más conocidos, fuimos empapándonos más sobre el tema, vinculándonos más con otras organizaciones, fuimos entendiendo cuál era nuestro rol dentro de nuestros territorios, y qué importante era, sobre todo de las mujeres.
Por eso el PIP significa productores y ahora, también, productoras. Lo estamos llamando otra vez así porque no teníamos mucha inclusión o la mirada de las mujeres, entonces era solo “productores”. Ahora decimos “PIP, productores y productoras independientes de Piray”.
“Tenemos que salir a explicar que esas tierras necesitan regenerarse, que la tierra es vida, que no es mercancía”
–¿Y qué hicieron después de que les dieron la tierra a la cooperativa?
–En una Asamblea decidimos que se les iba a entregar una hectárea de tierra a cada compañero socio de la cooperativa con la condición de que la trabaje de manera agroecológica y de que esas tierras sean comunitarias. Cuando este compañero ya no las necesite más, que las vuelva a ceder a la cooperativa y se les pueda ceder a otra familia. Pero mientras vos la trabajes de manera agroecológica y produzcas, no hay problema. Otro porcentaje de tierra, que serían 45 hectáreas, se trabaja de manera conjunta cooperativa, como organización. Ahí producimos plantaciones anuales, que siempre fue nuestro fuerte, mandioca, zapallo, batata, poroto, producimos maní también y ahora recién nos estamos tirando más a lo que es horticultura, la verdura de hoja, porque antes no era así; no teníamos tierra para poder empezar a pensar en otras producciones.
Aparte de esas hectáreas, el resto son zonas improductivas. Porque hay tierras dentro de esas 166 que no nos dieron, que son infértiles, que no son cultivables porque ponés una rama de mandioca y no te crece nada, porque están degradadas y contaminadas. Entonces, lo que estamos haciendo desde la organización es también esa tarea, no solos de tener que recuperar la tierra, sino también dejar que se regenere, dejar que crezca el yuyo, que crezca toda afuera; hemos puesto encima carteles que dicen: “estas tierras están en zona de recuperación”. Porque pasa la empresa y nos quiere hacer quedar mal otra vez o denunciar: “para qué querían tierras”, y tenemos que salir a explicar que esas tierras necesitan regenerarse, que la tierra es vida, que no es mercancía. Después hay zonas en donde hay bañado que no la utilizamos, humedales o zonas donde hay muchas piedras que no se pueden plantar, entonces ahí en esa zona ya estamos pensando qué se puede hacer.
Esas tierras, las pocas que tenemos, las estamos trabajando así, y nos estamos capacitando también a la vez para poder tener más técnicos dentro de lo que es COTEPO (Consultorio Técnico Popular), así que nos vamos capacitando cada vez más, pero nos están haciendo falta las tierras. Nosotros a la UTT nos adherimos hace 5 años, como organización campesina. La UTT es una organización de tipo gremial campesina de base de los territorios. Hace 5 años también teníamos nuestro miedo como PIP, como organización independiente que somos y con toda la lucha que ven que veníamos arrastrando, nuestro miedo era sumarnos a una organización donde lo único que podía hacer es fragmentar o alzar banderas que no nos gusten, que sea una política partidaria. Entonces lo que hicimos como organización fue charlar, hacer una Asamblea. Los compañeros fueron a conocer cómo trabajaba la Unión de Trabajadores de la tierra en Buenos Aires, La Plata, y se dieron cuenta de que también manejaban las mismas banderas de lucha que nosotros y nosotras. Y bueno, los compañeros que se fueron a la UTT, después volvieron más UTT que PIP.
“Es muy importante la mirada feminista, campesina y popular”
–También comenzaron a participar de los Encuentros de Mujeres Trabajadoras de la Tierra, y nos hacías mención del rol de las mujeres en la lucha. Queríamos saber cómo fue este proceso de reconocimiento, tanto para ustedes como del rol de las mujeres y también cuál fue la mirada de la comunidad de ese rol protagónico y de que, como compañeras campesinas organizadas, lo visibilicen y se organicen también frente a las violencias.
–Es algo bueno también, no mantenerse por ahí, aislados, por decirlo así. Porque si bien nosotros estábamos acá en nuestro territorios luchando y debatiendo sobre un montón de cosas, hay cosas que por ahí si uno no mira alrededor o no sale y no conoce, no las aprende. Una de las banderas de lucha que alcanzamos hace poco también fue, aparte de por la tierra y la agroecología, la de género, y ahí fuimos capacitándonos de a poquito empezando con recuperar los saberes ancestrales desde nuestros territorios. Nos empezamos a juntar, a hacer encuentros de mujeres. Pero estos encuentros eran hablar de las plantas medicinales que se fueron perdiendo, tratar de recuperarlas, y ahí empezamos también a hablar sobre violencia, no tan explícito así, pero empezamos a tocar pequeñas cositas a medida que nos íbamos capacitando sobre género. Aprendimos que existen muchos tipos de violencia, no solamente la violencia física, sino la violencia psicológica, simbólica, financiera. Y ahí es donde también junto con la UTT empezamos a relacionar todo esto que hace el modelo extractivista patriarcal, que hace con la tierra, que la contamina, que la degrada, que la destruye, que también lo hace con nosotros en nuestros territorios. Porque relacionamos esto con que la mayoría de las personas que tenían cáncer a causa de los agrotóxicos o los hijos con malformaciones, enfermedades en la piel o enfermedades pulmonares; éramos todas mujeres porque nos quedamos en los territorios defendiendo. Entonces, fue algo re lindo porque nació en los territorios. Nadie vino y nos dijo: “ustedes tienen que ser feministas o tienen que salir a alzar la voz”.
Y también relacionamos esto de que si bien ahora hay una mirada más que se instaló en la sociedad del cuidado del medio ambiente, también con la mirada de género. Nosotras nos pusimos en ese rol y nos la creímos un poquito, por decirlo así, en que nosotras hacíamos cosas grosas hace mucho tiempo. Como por ejemplo, luchar contra una empresa multinacional, que no es contra un capataz, sino es en contra de una empresa que puede hacer lo que quiera y sin dimensionar todo lo que nos podía llegar a hacer. Fuimos también tomando ese rol, pero muy de a poco y hoy en día podemos sentarnos a dar talleres de género con las compañeras y hablar e identificar todos los tipos de violencia que hay y que existen, y a relacionarlos también con este sistema extractivista. Y por eso también hoy, con más formación, con más participación, tenemos esa confianza y esa seguridad de poder decirle al conjunto de la sociedad de que es muy importante la mirada feminista, campesina y popular, por toda esta lucha que teníamos, por estas denuncias hacia el agronegocio, por esta relación que hacemos con la tierra y con nuestro cuerpo. Nosotras también tenemos que empezar a participar en la mesa de decisiones políticas. Poder contar nuestra historia y que también tenemos el derecho de poder empezar a elegir y hablar sobre cuál es el modelo de producción que sí queremos y cuál es el modelo de producción que ya no queremos más y más ahora en este contexto de pandemia donde todes salen hablar sobre comer sano, comer orgánico.
Nosotras tenemos años y años, nuestras ancestras, nuestras abuelas, siempre hablaron de este tema, solamente que nuestras voces no eran escuchadas. Éramos muy invisibilizadas, entonces ahora estamos convencidas de que nuestras voces tienen que estar en la mesa de decisión sobre el modelo de producción que sí queremos, porque creemos que el modelo de producción hay que cambiarlo y tiene que tener esta mirada más integral como la tenemos nosotros, el cuidado de la naturaleza, de las personas, de la tierra, relaciones de igualdad. Entonces, creemos realmente que la agroecología es el camino como modelo de producción, que tiene que ser una política de Estado y que también este debe pasar a ese modelo, y eso va a ayudar a que los varones entiendan la Tierra desde otra mirada, desde otra perspectiva que sea más de igualdad, con esta mirada integral que le aportamos nosotras desde siempre. Y es que desde la agroecología también vamos a construir nuevas masculinidades, porque desde siempre fueron los varones los que se dejan llevar más por agronegocio, porque hay que producir más rápido, porque genera dinero más rápido, todo esto que es un mito, que les venden este paquete tecnológico y que los primeros que se enamoran de ese paquete son los compañeros varones. Entonces nuestra tarea siempre es, hasta en los territorios, la de decirle al compañero: “Che, acordate de que tenemos una lucha intensa contra el agronegocio que está enfermando a tus hijos”; todo el tiempo tenemos que volver a generar conciencia. Este es nuestro rol de cuidado, de generar conciencia. Entonces decimos también que es tiempo que nos empiecen a escuchar y a dejar participar en la agenda política, en decidir el modelo de producción y en decidir muchas otras cosas.
– Hace unos días conversábamos con Francia Márquez, la referenta de comunidades negras y defensora del territorio en Colombia y decía que no hay un cambio real sin feminismo. Incluso planteaba la idea de una reforma agraria feminista. En ese sentido, ¿Pensás que agroecología y feminismo necesariamente van de la mano? y considerando también a tus ancestras, muchas invisibilizadas, nos gustaría preguntarte ¿qué significa para vos, siendo muy joven, ser una Defensora de los territorios hoy?
–Hace poquito estuve en Chaco contando toda esta historia y me hicieron varias preguntas sobre qué es la agroecología para mí o qué podía decir sobre eso. Y yo siempre y estoy segura de que mi rol, como campesina, principalmente trabajadora de la tierra joven (porque todavía, tengo 26 años), es escuchar a mi abuela, a mis compañeras mayores, toda esta historia “zarpada”, porque lucharon y siguen luchando. Compañeras que hasta hoy en día empresarios las siguen hostigando, quemándoles las casas, asustándolas para que dejen la lucha. Entonces hablaba más sentimentalmente, que la agroecología para mí es como el concepto de recordar, de traer de nuevo al corazón esos valores que están en la comunidad.
Les jóvenes tenemos que sentarnos a escuchar a nuestros abuelos, tías, familias y ver cómo se trabajaba antes, de qué manera, porque no siempre se trabajó la tierra desde una mirada convencional, usando agrotóxicos, sino que nos lo impusieron. Entonces, nuestra tarea es luchar hasta con la cultura, porque eso se instaló en la cultura, no era parte. Y es necesario para construir nuevas masculinidades, nuevos hombres compañeros, compañeras, también, cambiar el modelo de producción. Porque el modelo de producción convencional es hablar también del modelo patriarcal, hablar del capitalismo. Entonces, mientras no empecemos también a trabajar esas ideas y todo esto que tenemos instalado dentro de nuestra cabeza, se nos va a hacer muy difícil tratar de que las mujeres también tengamos participación, de que hablemos. Porque cuando nosotras empezamos a luchar por la tierra, que la fuimos ganando, ahora los varones se iban quedando en los territorios, porque había tierra para trabajar. Y a medida que se fueron quedando, empezaron a tener más incidencia también dentro las decisiones asamblearias, dentro de la comunidad, y todo esto es una doble tarea otra vez para nosotras. Porque no es solo producir. Por ahí los varones siempre van hacia la producción y es todo el tiempo para nosotras estar haciendo esa tarea de generar conciencia; es una lucha constante y es mucho lo que hacemos las mujeres en la comunidad. Entonces, lo que siempre digo es que se nos reconozca, se nos dé más voz, más voto, poder hablar sobre lo que queremos plantar, ni hablar de que queremos que haya tierra también para las mujeres, porque es importante.
Siempre decimos: tierra en manos de los campesinos y de las campesinas. Sí, perfecto, pero más todavía tierra en mano de las campesinas porque nosotras no dudamos, nunca dudamos, porque vimos, porque vemos cómo contaminan, porque vemos cómo se mueren nuestros hijos, nos quedamos a luchar. Entonces nosotras siempre estamos convencidas, y somos, encima, las que cuando aprendemos a hacer purines naturales, cosas sobre agroecología, vamos y lo hacemos también en nuestras casas. Entonces, para cambiar el modelo de producción, para que haya nuevos hombres y mujeres también, nosotras tenemos que tener incidencia, darle discusión de manera política, al modelo que queremos. Porque hoy en día podemos hablar mucho sobre qué hacer, pero no es lo mismo comer orgánico que hacer agroecología. Porque comer orgánico pueden comer algunas personas nomás, porque tiene un sello orgánico y están haciendo de nuevo un negocio con eso porque se puede exportar y a la agroecología no. La agroecología implica trabajar en comunidad. Desde un ambiente comunitario. Tiene otra mirada.
–En nuestra cultura, el agronegocio tuvo la capacidad de difundir el discurso de que si abandonamos la producción industrial nos vamos a morir de hambre y que la agroecología no puede producir a gran escala. ¿Qué respuesta existe desde las organizaciones y desde la experiencia cotidiana de ustedes en la producción diariamente alimenta al pueblo?
–”Producir de manera no convencional no se puede, es un mito, dicen pero está comprobado que sí porque nosotros y nosotras como UTT estamos alrededor de 18 o 19 provincias. Se sumaron cuatro más, Chaco, Formosa, Corrientes, La Rioja, y lo estamos haciendo de manera agroecológica, y estamos alimentando al pueblo porque la UTT produce más del 60% de los alimentos. Cada vez somos más y más compañeros y compañeras que están produciendo, que producían de una manera convencional y que se están tirando a la agroecología, y hay un montón de testimonios que te dicen que desde que producen así les alcanza más el dinero. No solamente que tienen más tiempo de compartir con su familia, que están con esa tranquilidad y que su familia no se está enfermando, sino que también el dinero les alcanza más. Porque antes compraban este paquete tecnológico, que te lo instalan estas empresas como Monsanto, que están a precio dólar. Nosotros manejamos pesos y lo único que hace es endeudarnos, y eso está comprobado. Lo que buscan esas empresas es que le termines dando las tierras porque la plata no te alcanza y hoy en día 1 hectárea de tierra están pagando alrededor de 15 mil pesos; ¡es una locura!, y te hacen dependientes sí o sí.
Lo que sí decimos es que así como le ponen nafta y le ponen combustible al tractor del agronegocio, porque el Estado financia para el agronegocio, así también que pongan para nuestros tractores que hacemos agroecología. Y que reconocemos que
esto no es algo romántico. No, le exigimos al Estado que tiene que ser una política de Estado porque estamos convencidos de que no lo vamos a poder hacer solo los productores, porque no tenemos tierra, porque de a poquito se van apropiando de nuestra semillas, porque no tenemos banco de semillas, porque no tenemos muchas veces herramientas. Viene a veces un desastre natural, alguna tormenta, caída de granizo, se nos pierde toda la cosecha, no tenemos asistencialismo en esos casos. Entonces no es solo romantizar y decir: “Somos familias que estamos produciendo de manera agroecológica” porque sí, estamos alimentando a un gran porcentaje del pueblo pero sin políticas públicas. Imagínense con políticas públicas lo que sería la agroecología. Entonces, dejemos de decir que es un mito producir así, si en realidad lo estamos haciendo y encima sin ningún tipo de política pública.
–En relación a la dicotomía que se presentaba entre los hombres que deciden qué se produce y ustedes ¿Qué rol ocupan ahí porque ustedes también quieren decir qué se produce y cómo se produce esa dinámica dentro de la organización?
–También es una lucha porque sí, somos productores y productoras que alzamos la bandera de la agroecología, la lucha por la tierra, etcétera. Pero no estamos exentos de lo que está pasando en la sociedad. Nos estamos dando cuenta de que el machismo es estructural y está cada vez peor, porque es el colmo que en una organización que empiece impulsada por mujeres en donde después, con más presencia de los varones, las mujeres ahora no podamos decir más sobre qué producir y cómo hacerlo y que venga el varón, más allá de que se produzca de manera agroecológica, que decida lo que se va a plantar, y nosotras a un costadito… Es como violento, otra vez, y no lo hacen de manera consciente porque también impulsaron la lucha con nosotras, sino que es algo mismo que está pasando en todos lados. Por eso decimos, todo el tiempo, que es importante, empezar a hablar de feminismo, empezar a hacer talleres dentro de la organización, desde abajo, desde los territorios. Porque también hay que convencer al compañero, donde también se empiezan a ver situaciones de violencia.
Nosotras también hace cuatro años que estamos con la Secretaría de Género acá y era algo nuevo y era todo un desafío y había que trabajarlo en serio. Y ahí fue donde empezamos a hacer talleres y no solamente para las mujeres, para las compañeras, sino que también ahora los varones también se suman. Y nuestra tarea, desde la organización, es que ningún compañero varón se quede sin trabajar. El protocolo de violencia fue algo que armamos desde la UTT, y que todos los compañeros tienen que estar haciendo. O sea, vamos a construir más, si trabajamos entre hombres y mujeres, porque en la mesa de decisión están los varones y deciden también. Entonces, es importante que haya una mirada y una perspectiva de género dentro de las organizaciones sociales, para que a la hora también de decidir tenga una perspectiva de género.
[1] El proyecto se presentó por primera vez en el año 2016 y luego en 2018 y 2020. Al perder estado parlamentario en estas tres instancias el proyecto regresó a la cámara para retomar el trámite parlamentario en marzo de 2022.
Esta entrevista hace parte de la serie “Defensoras. La vida en el centro”, un trabajo conjunto de Marcha Noticias y Acción por la Biodiversidad, editado por Chirimbote, con apoyo de la Fundación Siemenpuu.
*La entrevista fue realizada por Camila Parodi, Carolina Acevedo y Maru Waldhüter en el año 2021
Edición: Laura Salomé Canteros, Camila Parodi y Nadia Fink
Ilustración: Ximena Astudillo