Por Martín Azcurra / Foto: Alan Moyle
La australiana Hannah Gadsby (una de las guionistas y actriz de Please Like Me) ofreció un inolvidable Stand-Up en Netflix, Nanette, donde anunció el alejamiento de la comedia y sorprendió con un show tragi-cómico sobre la violencia de género, de la cual (admitió) fue víctima.
Ella hizo temblar el mundo con su comedia. Ella hizo temblar las reglas de la comedia. Reímos, lloramos, pero la mayor parte del tiempo nos quedamos sin aire. Recuperó nuestro oxígeno para sí, para inhalar antes de cada palabra puñal. Su mirada divergente lo entendía todo desde el principio. Nos llevaba y traía de un universo a otro. Del terror al amor. Sus muecas nos permitían descansar entre el desgarramiento del cuerpo y la huida necesaria hacia el humor. Su sonrisa de poder cósmico dejaba pasar una anécdota que parecía fresca pero que contenía la tormenta que se aproximaba lento desde el horizonte. Fue allí que nos hizo sentir a los varones la vergüenza por la humanidad rota, flagelada, sentir en carne propia la responsabilidad histórica del crimen de género. Ella contó su historia trágica entre chistes, frente a nuestros ojos y oídos. Nos señaló. Nos miró a los ojos. “Que nos quiten el poder no destruye nuestra humanidad. Nuestra resiliencia es nuestra humanidad”.
Hannah abandonó la comedia en vivo (y quizás nunca lo haga). Su personaje homónimo en una de las mejores series de Netflix, Please Like Me (donde la propia Gadsby participa junto a Josh Thomas) lo dice todo. Ella es la última. Desde allí se revela, desde allí nos sacude, despedaza la norma. Se lamenta del hombre blanco heterosexual, porque el mundo se le dará vuelta. “Los únicos que pierden la humanidad son aquellos que creen que tienen el derecho de quitarle el poder a otro ser humano. Ellos son los débiles”.
Y allí, frente a todxs, decidió abandonar la comedia porque es un mundo misógino (“las mujeres dan un feedback, los hombres dan opiniones”) y alejarse del humor homosexual del cual formó parte porque “tirarse abajo a uno mismo… cuando se trata de alguien que de por sí existe en los márgenes, no es humildad: es humillación. Me vengo abajo para poder contar mi historia, para conseguir permiso para contar mi historia. Y simplemente no voy a seguir haciendo eso”.
Y cuando parecía que su discurso se salía de control, cuando parecía que retrocedía tímida y arrepentida del desmadre, cuando pidió perdón por el bajón, entonces se recuperó y nos arrojó desde el abismo, nos contó su historia de violencia pero, esta vez, sin un remate. “No es mi intención esparcir bronca porque la bronca, como la risa, puede conectar a una habitación llena de extraños como nada más. Pero no libera la tensión, porque la bronca es la tensión, es la tensión tóxica. Son las historias las que tienen la cura”.
Allí es Nanette. Al final todo encaja, el derrotero de Picasso (Pic-asshole), la perspectiva diversa del cubismo, todo. Allí Hannah-Nanette se desnuda pero no víctima, se desnuda poderosa.
“No permitiré que mi historia sea destruida. Lo que hubiera dado por escuchar una historia como la mía. No por culpa, ni por reputación, dinero ni poder, sino para sentirme menos sola, para sentirme conectada”.
Ella agradece, silencio, se escuchan aplausos, silencio, ella se aleja, silencio.