Por Lucía Cholakian Herrera* / Foto por Julieta Lopresto Palermo
¿Que tienen en común David Bowie, Mick Jagger, Elton John, Jimmy Page, Iggy Pop y Marilyn Manson; aparte de ser algunos de los músicos más reconocidos del universo?
Que todos fueron acusados de delitos vinculados al abuso sexual en algún momento de su carrera. Sin embargo, excepto los que ya murieron, cada uno de ellos goza de su exitosa profesión o vida de jubilado en plena libertad. Una podría sospechar que estas figuras están protegidas por un sistema de entretenimiento megaextrapoderoso de una forma excepcional que los inmuniza ante cualquier tipo de acusación. Pero esta impunidad no sólo recubre a los artistas internacionales de estratos mayores, sino que lo hace en la mayoría de los casos. Por mencionar sólo algunos ejemplos de nuestra región latinoamericana, existe el caso del líder de la banda Wachiturros -DJ Memo- imputado en una causa por el abuso de una menor de 13 años y excarcelado por un pago de menos de 50000 pesos argentinos; la ahora mera anécdota de Kalimba, reconocido cantante mexicano acusado de violar a una menor y declarado inocente al poco tiempo; Silvestre Dangond, figura del vallenato colombiano que fue capturado en video tocándole los genitales a un menor de 14 años durante un concierto y luego de disculparse continuó con su vida artística sin ningún pesar; Omega, cantante dominicano acusado de tres delitos de abuso sexual -el último por parte de su mujer-, que pagó solamente con una prisión preventiva de tres meses; Juan Carlos Blanco Kemp, de la banda mexicana Bkemp, que intentó violar a una joven en el baño de un bar con un arma de fuego y el de Juanse, músico argentino de la banda “Los Ratones Paranoicos”, que fue acusado junto a todos los miembros de su otra banda -“Las fieras lunáticas”- de haber violado a una joven jujeña de 26 años durante una gira. Luego de ser denunciado, su única afirmación consistió en establecer que “con la mujer que tengo, no voy a ir a Jujuy a encerrarme con un mamarracho”. Juanse también goza en plenitud de su carrera y del apoyo de todos sus seguidores.
Estos casos citados son sólo una pequeña muestra del universo de artistas imputados en causas por delitos sexuales, y aquí sólo se está mencionando algunos relativos al mundo de la música. Todos estos sucesos, sin embargo, fueron de público conocimiento y la mayoría de ellos alcanzaron las tapas de los principales tabloides populares de sus respectivos países. Entre eso y el hecho de que todos los músicos mencionados continuen hoy ejerciendo su profesión en libertad y manteniendo con disfrute un público dispuesto a pagar por sus discos y conciertos, hay una realidad que caracteriza al mundo del arte y la cultura que urge atender.
En los diccionarios judiciales, al desarrollarse el concepto de “impunidad”, se menciona que las circunstancias bajo las cuales se desarrolla la misma están fundadas en un tipo de complicidad. Por definición, se sugiere en el ámbito judicial que la complicidad en estos casos es con el aparato policial o el poder judicial. Pero en estos casos, cabe resaltar que la complicidad no se ofrece sólo a nivel institucional, sino que sin dudas está también circunscripta al vínculo del artista con su público. El artista, a quien generalmente no se lo separa de su obra a la hora de juzgarlo, queda así protegido por una suerte de consenso popular: y se sabe que las grandes discográficas u organizadoras de eventos no se caracterizan por frenar procesos en los cuales se está generando capital, sea cual sea la razón se anteponga en su camino.
Pero el objetivo de este artículo no es únicamente plantear la discusión sobre cómo las industrias culturales capitalistas y el mundo del entretenimiento son cómplices y en muchos casos mentores de delitos de abuso sexual y violencia hacia las mujeres. El hace dos semanas sucedió algo en Argentina que abrió las cajas de este debate a nivel local y es relevante que no se cierren al ritmo de un próximo boom mediático.
El sábado 16 de abril se viralizaron en las redes sociales dos videos que llamaron la atención de miles de personas de múltiples grupos sociales: dos chicas -Mailén y Rocío- hicieron pública vía youtube una denuncia penal a José Miguel del Popolo, líder de la banda de rock “La ola que quería ser chau”, por abuso sexual, psicológico y maltrato verbal. En el segundo testimonio (de su ex pareja, Rocío) también se aludió a consumos de videos de pedofilia por parte del victimario. Al día de hoy, el cantante de la banda no ha dado ninguna declaración pública al respecto.
Sumado a este caso, surgieron múltiples acusaciones a través de las redes sociales en el perfil de la banda “El otro yo”, que ante las denuncias realizadas a “Migue” se manifestaron a favor de las víctimas. Estos posteos dieron como resultado una convocatoria espontánea y multitudinaria de usuarios que denunciaron a Cristian Aldana, el líder de la banda, por haber abusado de fans que eran muchos casos de menores de edad.
Por último, se viralizó una entrevista a Ciro Pertusi realizada en 1997, en la que el actual cantante de la banda Jauría -y ex líder de Attaque 77- tuvo expresiones como la siguiente: “A tipos como yo les gustan las nenitas: me hago cargo, no tengo drama. (…) Me hago cargo de mi gusto y de mi vicio. Me da un poco de bronca tener que andar cuidándome: te pueden meter en cana. Pero me di cuenta de que las chicas no tienen drama. No me junto con una chica y la fuerzo: cuando veo una que me gusta por la calle, la sigo con la bicicleta, le digo “¿Qué tal, cómo estás?”, me pongo a charlar. Si me da bola, bien, si se asusta, me voy a la mierda porque yo también me asusto. (…) Les pinta la típica historia de “Porque mi hija…” ¡Si yo también tengo una hermana de quince años, y también fue una nena! ¡Pero todo bien! Hay muchas cosas que nadie ve… Es posible una relación entre un hombre grande y una nenita. Pasa que se creen que uno es un degenerado”.
Ante todos estos casos, y los que quedan por venir, cabe hacer una reflexión sobre la situación preocupante que se está viviendo en la escena de la cultura local -y esto compete a toda América Latina, en cada uno de sus circuitos de cultura- con respecto al abuso sexual. En el caso de figuras públicas, “famosos”, el abuso no sólo está fundado en el poder que el varón retiene dentro del sistema patriarcal sino que se refuerza por el poder de quien es referente de la disciplina o arte que corresponda. No hace falta remontarnos a las épocas del `60, `70 y `80 cuando la figura de la “groupie” completamente sexualizada surgió como un estereotipo de la escena musical. Hoy, alcanza con acercarse a un evento artístico en un centro cultural o bar de artes para encontrar músicos, poetas y actores que hacen uso de su protagonismo social para vincularse con mujeres del público. Esto presenta un peligro alarmante, ya que estos actos se legitiman bajo la idea del sentido común típica que responde al “ella se lo buscó”, “a ella le calentaba porque es famoso”, o incluso “él puede acostarse con quien quiera porque es ÉL”.
Lo novedoso de esta situación fue que el debate se dio casi enteramente a través de las redes sociales, y cabe hacer una nueva distinción sobre este eje: de forma casi directamente proporcional al repudio surgieron comentarios en defensa de los abusadores, con un retorno a los lugares comunes conocidos como “yo sé que él no es así”, “están reaccionando de manera demasiado violenta” y el clásico “histéricas resentidas que inventan cosas en su contra”. Un caso reciente, desatado tras el acoso de un personaje del mundo de la poesía independiente porteña hacia otra personaje del mundo de la poesía independiente porteña, cristalizó esta forma de pensamiento en uno de los entornos menos esperados cuando la denunciante fue atacada y culpada tras manifestar su historia. Es que el acoso y la misoginia no pertenecen sólo a los machos burgueses macristas, sino que afecta transversalmente a todas las clases e ideologías. Muchas figuras utilizan su talento como autoridad creativa y la utilizan para establecer vínculos desiguales de poder. Nos ahorramos aquí ahondar en los casos conocidos que sucedieron dentro de las mismas agrupaciones feministas de corrientes universitarias, pero mencionar que suceden ya es suficiente para ilustrar este argumento.
Llama la atención entonces que entornos como el del rock, la poesía y la militancia; que suelen reivindicarse como libertarios y feministas -al menos en sus manifiestos de facebook-, pasan al foco por ser epicentros de violencia y misoginia. ¿Quiénes más que los trabajadores de la cultura deberían comprender que el lenguaje y las prácticas igualitarias son los primeros espacios de transformación social? ¿Qué lugar más que una trinchera que se autoreconoce como revolucionaria debe hacerse cargo de estos hechos en el instante mismo en el que aparecen?
Bajo ningún punto de vista se sugiere por esto que no puede existir un vínculo sexual-afectivo con consenso que surja a partir de una relación artista-”fan”, pero sí que su establecimiento tiene como punto de partida una relación de poder que, según las condiciones de dicha relación, tiene el potencial de devenir en una situación de abuso del mismo.
Formar parte de la escena cultural local y ser mujer no es sencillo. Requiere el aprendizaje de variadas herramientas de autodefensa. No es un dato menor que tantas mujeres denuncien situaciones de abuso en este ámbito, tampoco lo es el hecho de que ya no nos sorprenda o que nos resuene a viejo conocido.
Hay una razón por la cual muchos de nosotros elegimos trabajar en la cultura y es porque sabemos que es un lugar de transformación social. Pero a veces nos olvidamos de que nuestros vínculos dentro de ese mundo van a determinar inequívocamente la forma en la que nuestra misión se proyecte dentro de la sociedad. Continuar legitimando prácticas abusivas de nuestros colegas, ídolos, referentes y los de nuestra generación sólo va a continuar reproduciendo el modelo misógino, violento y asesino bajo el cual vivimos.
*nota originalmente publicada en Nodal Cultura
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