Por Liliana Cabrera
Durante el tiempo que estuve detenida, me tocó ver un montón de ‘Yaninas González’, mujeres que fueron violentadas. El suyo es un caso emblema que debe ser punta de lanza para que la Justicia haga justicia.
¿Hacer visible lo invisible o naturalizar el abuso? Yanina González es una de las tantas mujeres que son víctimas de violencia de género y que hoy se encuentran en el banquillo de los acusados. No solamente es víctima por haber sido golpeada en repetidas ocasiones por las figuras masculinas que estuvieron relacionadas a su vida, (su padre, el padre de su hija, su pareja) también lo es de la interpretación de los hechos que hizo la fiscal Carolina Carballido Calatayud, que paradójicamente está cargo de la Fiscalía especializada en Violencia de Género de Pilar, quien continuó con su decisión de continuar con el pedido de elevación a juicio por abandono de persona agravado por el vínculo. Otras cuestiones fueron omitidas: el retraso madurativo con el que convive Yanina, la situación socioeconómica , su historial como víctima de maltratos sistemáticos, el pedido de auxilio a los vecinos que hizo sucedido el hecho y la odisea que debe haber sido llegar con una gestación de seis meses de embarazo a ese hospital, con Lulú de dos años y medio muerta en brazos.
Pero, sobre todo, omitió investigar a la pareja, Alejandro Fernández (que es dueño de un largo historial de violencia) durante la instrucción por homicidio, para luego abrir una causa paralela, que no logró avances y de cuyo proceso no estuvo notificada ni siquiera la defensa de Yanina hasta 5 meses después. Entonces, ¿cómo llega a juicio quien supuestamente, según la fiscal, incurrió en este delito y no el posible homicida? Todo está mal, desde un principio; en ningún momento se cumplieron las garantías del debido proceso, ni siquiera las condiciones humanitarias que “deberían” haber en el mismo. No se le permitió asistir al entierro de su hija, mientras estuvo detenida en la Unidad 33 de los Hornos, como si ya la hubieran condenado de antemano, no le practicaron las pericias correspondientes para acreditar su discapacidad, ya que el mismo perito forense que realizó el informe sostuvo que él practicó el procedimiento de “rutina” y que las personas detenidas “pasan continuamente”, que por lo tanto “al momento de la pericia estaba ubicada en tiempo y espacio”.
Durante las jornadas del juicio, atentaron contra su integridad emocional, al ser expuesta a la lectura de la autopsia, ya que el Tribunal hizo caso omiso del pedido de la defensa para que Yanina sea retirada de la sala. La situación está polarizada: por un lado se pide la nulidad del proceso, mientras que la Fiscalía, obviamente, sentencia condenatoria. En el medio queda Lulú, que es víctima de un femicidio vinculado, una figura que parecería no existir en el glosario de la fiscal a cargo y que comprende a los homicidios cometidos por un hombre violento hacia los allegados y las allegadas de la mujer a la que busca destruir emocional y psíquicamente. En ningún momento fue una línea de investigación aún cuando se encuentran documentados antecedentes de otros casos como el de Tomás Dameno Santillán, (luego de la muerte de este menor se acuñó la figura del “Femicidio Vinculado” tras el informe del Observatorio de Femicidios Adriana Marisel Zambrano, dependiente de la ONG Casa del Encuentro – 2011) un nene de 9 años que fue asesinado en Lincoln por el novio de su madre, o el primero que salió a la luz, y que cumplía con esta modalidad, que tuvo lugar el 8 de octubre de 2005, cuando Jorge Marcelo Maidana, de 31 años, obrero de un frigorífico avícola de Concepción del Uruguay, mató con una cuchilla a sus hijas, las mellizas Candela Trinidad y Juliana Nazarena de dos años y medio. Cada arista en el caso de Yanina es obvia, y lleva por este camino; no sabemos por qué la Fiscal del caso no lo puede visualizar.
Durante el tiempo que estuve detenida, me tocó ver un montón de ‘Yaninas González’, mujeres que fueron violentadas sistemáticamente a lo largo de sus vidas, no sólo como víctimas de violencia de género, sino también de violencia institucional, con cada derecho pisoteado desde el mismo Estado. Tras una vida de maltratos, con retrasos madurativos y discapacidades diversas o simplemente tras haber sido avasallado cada costado de su dignidad y todo asomo de su personalidad desmoralizada, el único camino pareció ser la tumba o la cárcel. Acusadas de delitos aberrantes, sin las garantías del debido proceso, con apelaciones rechazadas, con las instancias de los tiempos vencidos, sentenciadas por ser pobres, con poca información sobre los pasos de la instrucción, llegaban con todo perdido a un juicio oral, sin ser informadas de sus derechos, ni de las posibilidades de su defensa. Condenadas a perpetua, marchitándose a la espera de una revisión de causa que nunca llegaría.
Cuándo conocés todo eso terminás por naturalizar lo que en otras circunstancias te parecería un espanto. Hacer visible lo invisible, poder ver lo que otros descartan, esconden o no quieren ver. Correr un poquito la venda de la Justicia. Eso es lo que logra un caso emblema. Ser la punta de lanza para que los demás miren en esa dirección. Tratar de convertir la lucha colectiva por alguien en particular en la brecha, que haga la diferencia entre el caso de hoy, que está en el foco de la luz pública y de todos y todas a los que ayer no le importaron a nadie. ¿Qué es lo que hace la diferencia? La necesidad de decir basta a este tipo de vejámenes, la madurez del momento oportuno, el acompañamiento de una organización como Gallo Rojo, que visibilizó lo que la Justicia no pudo ver, porque ellos la “vieron” a Yanina cuando nadie la “vio”, e hicieron lo que el Estado no hizo, acompañar a la víctima. Se alinearon todos los planetas.
Detrás de cada caso que se hace público de violencia de género, de abuso, de torturas, de gatillo fácil, de muerte en las cárceles, de violencia institucional… hay miles de casos anónimos que por diferentes circunstancias no logran llegar a la luz pública. Miles de recuerdos se me vinieron a la memoria cuando hoy me senté a escribir esta nota, tantas ideas encontradas, tanto pesimismo…
Hace un par de días, cuando me llegó la propuesta de escribir esta nota de opinión, y al sentir que a veces todo parece poco ante la magnitud de injusticias que se viven día a día dentro de una cárcel o afuera, le comenté a una compañera de YoNoFui esta sensación que me había empezado a corroer desde lo más profundo y, tras la conversación con ella, pude ver que hay diferentes modos de mirar el cristal y de leer la realidad. Es cierto que mientras vos estás leyendo esto, posiblemente estén torturando a alguien en una cárcel o matando a un pibe por gatillo fácil o condenando a perpetua a un inocente, y parece que es algo que nunca se termina, pero mientras tanto lo que podemos hacer vos como ciudadano o en nuestro caso como organización social será reclamar justicia y acompañar a los que podamos y a medida que vayamos madurando en ese proceso, estaremos preparados para afrontar aún mayores desafíos y acompañar todavía a más personas.
Es fundamental lograr que se haga Justicia por uno o una para que siente precedente por los que vendrán, también por aquellos que no fueron vistos y no tuvieron Justicia. El que salva una vida salva al mundo entero, dice El Talmud. Y quizás sí, sirva para todos… y quizás sí las cosas cambien, y quizás sí a la Justicia se le pueda correr un poco la venda de los ojos. Lograr justicia por Yanina y Tiziana, su pequeña hija que hoy la acompaña en su arresto domiciliario, permitirá que ellas inicien una nueva vida en libertad, acompañadas por aquellos que ayudaron a visibilizarlas, que les dieron la contención y el apoyo que nunca les prestó ningún organismo del Estado, algo propio de una familia y eso es tan importante, tan valioso, como la oportunidad que nunca tendrá Lulú.