Por Liliana Cabrera. En la cárcel se suprimen algunos derechos, no todos. Pero el sistema adoctrina a quienes luchan por defender y defenderse de la opresión total tras las rejas. Como la China Cuellar, símbolo de batalla contra las injusticias.
“Sin la subordinación psicológica y moral de otro lo único que existe es poder de muerte, y el poder de muerte, por sí solo, no es soberanía. La soberanía completa, en su fase más extrema, la de hacer vivir y dejar morir.” Rita Segato.
El sábado 27 de diciembre, durante el Festival convocado por amigos y familiares de Florencia “la China” Cuellar[i], al que asistí con las compañeras de YoNoFui, escuché atentamente el listado de mujeres muertas en el Complejo IV, desde el 2009, hasta hoy, en la que antes fuera la Unidad 3. Por una razón o por otra, me di cuenta que las conocí a todas. Eran ocho. Contactos fortuitos en algunos casos, otras fueron compañeras de convivencia, con algunas asistí a talleres de trabajo o de educación, cortamos pasto juntas en Jardinería, o pintamos pabellones y los muros del penal. En otros casos, conocí a sus madres, sus tías, sus hermanas, sus ranchos, sus novias. Compartimos horas de charla en persona o simplemente atendí sus llamados telefónicos.
Mientras se sucedían los nombres, pasaban en torbellino las imágenes y trataba de hacer el link entre esos apellidos que ahora me resultaban tan familiares con un gesto, una mirada o un apodo que las terminara de identificar. Así me di cuenta de que durante los años de detención que me tocó atravesar las crucé en comparendos, en los retenes de Tribunales, o pasamos horas en las leoneras de Pettinato, en los camiones de traslado que hacen la recorrida por hospitales y juzgados, yendo de penal a penal, en los pasillos de Educación o en los centrales de la Unidad. Pasaba la lista y mi mente iba a mil por hora, recorriendo esos ocho años.
Algunas se presentaron más rápido, porque eran más cercanas en el tiempo que otras o quizás porque compartimos más cosas, pero de a poco fueron apareciendo todas y, con ellas, el momento en que nos cruzamos o en el que estuvimos a seis grados de separación… Allí estaban como si nada la Bebu, la Vane, la Colo, la China, la Tucu, la Barby o simplemente sus caras, sus risas, un gesto, un comentario, cada voz… todas en mi cabeza y ahí en la Plaza, estaban más presentes que nunca. No me había dado cuenta de lo cerca que habíamos estado ellas y yo, hasta que completaron la lista.
Cuando caes detenido o detenida, quedas a disposición de un Juez y a la “guarda” del Servicio Penitenciario. La condena conlleva cumplir la privación de libertad ambulatoria y la suspensión de algunos derechos, como el derecho al voto o la Patria Potestad, todo lo demás, se supone, debe estar garantizado. Así lo dice la Constitución. Esto incluye salir con vida de la cárcel. El “afuera” desconoce. La gente que dice pagar sus impuestos y exige “seguridad” no sabe, las personas que piden que no salgas más de ahí adentro no tienen idea, no se imaginan lo que es ser llevado como un paquete de un lado al otro. Ser llamado (y escucharlo), ser llamado (y ser tratado o tratada) como “paquete”, “chancho”, “chasqui” por los agentes del Servicio Penitenciario, cuando hablan entre ellos y te trasladan como ganado en los móviles… y depender para todo de gente a la cual no le interesa nada de vos, a nadie le importa si apareces viva o muerta, cuando no te atiende por teléfono ni siquiera tu Juzgado. Cualquiera puede tener las puertas abiertas de una cárcel, nadie está exento. Todos los que van debatiendo si los presos o presas son sujetos de derecho (esa barbaridad la escuche en un programa de radio) por los diferentes medios deberían pasar una temporadita en el country de Ezeiza, para tener “experiencia de campo” y saber lo que se siente.
Foto: Agencia para la Libertad.
El sistema es perverso, pretende crear seres dóciles, tratando de quebrar toda voluntad de acción, mientras te revolea de penal en penal, de pabellón en pabellón, intenta controlar tu voluntad a como dé lugar, te da la “bienvenida” en cada cárcel a la que llegás, con una “requisa profunda” y especialmente si sos hombre, entre patadas, palos y trompadas. Se desquita, juegan con vos, como si fueras un playmobil, escudándose en “esto es parte de la política penitenciaria” y si no sos funcional, el sistema trata de descartarse de vos, cualquiera puede ser el descartable y aparecer colgado o colgada en un baño, aunque te molieron a golpes, y entonces dirán que estabas deprimida, que tomabas medicación y te suicidaste, o aterrizás apuñalada en una cama en plena hora de la tarde. En ese caso dirán que tenías conflictos con algún o alguna “compa”, quien hará uso de una “faca tercerizada” por la Institución a cambio de drogas u otros favores que no deberían dejar pasar. De esta forma, no será necesario para ellos mancharse las manos con sangre para hacer visible como deberían (según piensan ellos) ser las cosas, tratando de domesticar a través del ejemplo a las y los que quedan. Luego vendrá el vía crucis de tu familia, de tus allegados, de aquellos a quienes les importás por averiguar la verdad de lo que pasó, por traspasar la actitud corporativa del SPF que siempre colabora (como en el caso de Silvia Nicodemo, adulterando pruebas) con la inoperancia de los funcionarios del Poder Judicial. El hallazgo del cuerpo, la ausencia de la fuerza que lo habitó, se vuelve una presencia poderosa, y entonces pienso que quizás éste es un detalle del cual no tomaron nota los autores intelectuales, materiales o por omisión de todas estas muertes, como tampoco aquellos que incurrieron en incumplimiento de deberes de funcionario público pensando que el silencio y el tiempo haría de las suyas y perdieron de vista esto que se transformaría en el combustible para seguir adelante.
Es más, voy más allá: pienso que en otras circunstancias, tampoco un asesino que martilla una pistola, que estrangula o asfixia a su víctima, pensaría que ese cuerpo sería posteriormente, dueño de una voz imposible de dominar… de buenas a primeras, se da vuelta la taba y vemos en los flyers del Festival, de cada marcha, la carcajada eterna de Florencia Cuellar, de 23 años, con los ojos luminosos de quien no tenía que morir en plena juventud, llena de vida y proyectos, que participaba del Taller de Periodismo de YoNoFui “Tinta Revuelta”, desde la Unidad 3 y del que seguramente hubiera participado extramuros, como lo hicimos muchas de nosotras, de haber tenido ella también la oportunidad de salir en libertad.
Hoy la vemos transformada en un símbolo de lucha, y en la lucha vive. Su imagen se plantó por encima de muchas otras “Chinas” que conocí en esos años dentro del penal, para transformarse en “la China”, un estandarte de reclamo por justicia.
(*) Integrante de la Asociación Civil y Cultural YoNoFui
[i] El 23 de diciembre de 2012 familiares de Florencia “la China” Cuellar se enteraron por un llamado que “algo había pasado” con ella. Horas más tarde supieron que estaba muerta. Desde entonces denuncian, junto a sus compañeras, que la joven de 23 años fue golpeada y abandonada en su agonía por agentes del Servicio Penal para luego intentar aparentar un suicidio. Estaba privada de su libertad desde 2007 en el Complejo Penitenciario IV de Ezeiza.