Por Eliana Toledo / Foto: Analía Cid
Pasó el 3 de junio y la tercera marcha donde miles de personas se concentraron por el fin de la violencia machista. Sin embargo, aun hay mujeres paradas sobre la vereda de enfrente que miran con el entrecejo fruncido y declaran no sentirse identificadas o representadas por el movimiento que pelea por sus derechos. ¿Qué piensan las qué continúan el modelo machista que se intenta derribar?
En Argentina, el machismo mata a una mujer cada 18 horas, hay por lo menos una violación cada 4 minutos, y cada 18 segundos, una mujer es maltratada en algún lugar del mundo. En las casas las mujeres son despreciadas y llevadas al plano de inferioridad, en la calle son acosadas, en el trabajo envueltas en sumisión por la pirámide jerárquica, en los medios cosificadas y en la justicia ignoradas. Si cambia su orientación sexual es una descerebrada que alguien (o algunos) tiene el derecho de direccionar, si denuncia las irregularidades de un gobierno, la justicia se despierta de la siesta y acciona a su detención, si la matan seguramente fue por no pensar en qué se ponía, o como hablaba, o como se exponía, o porque se arrojó a los pies de una ideología equivocada.
La historia se encargó de reforzar durante siglos la idea de género binario que restringe la identidad y la desplaza al ámbito de gruesas barreras para el interrogante: el hombre es superior a la mujer, punto y aparte. Y como si fuera una verdad natural irrefutable, cada rubro se encargó de reproducirla a su manera, de continuarla como patrimonio del saber, de consolidar la hegemónica idea de la mujer y los niños primero para no estorbar la tarea de los hombres.
Fueron años de lucha y de fuerza colectiva los necesarios para derribar la enigmática afirmación del segundo lugar de la mujer, el cual la convierte en el blanco fácil de diferentes tipos de abuso de poder, físicos, verbales, emocionales, sexuales y simbólicos, que no paran hasta disminuirla y enterrarla en un pozo ciego.
Aunque esos manotazos permitieron que al día de hoy, en el imaginario social, se plantaran cientos de mujeres y hombres para decir “macho, hasta acá llegaste”, todavía quedan algunos eslabones para conseguir la victoria en el cambio de paradigma de raíz. Todavía identificamos a ese dedo todopoderoso que señala la actitud deshonrada de salir a la calle a gritar por lo que esta sociedad merece: atención, justicia, respeto. Como si de alguna manera quienes se manifiestan estuvieran contentas/os de salir a las veredas a hacer el trabajo que le corresponde al Estado, tomarlo como un pasatiempo que se puede usar como un bonus track a la hora de redactar un CV o la hoja de presentación de Tinder. Y si, antes se quedaban tomando el té en la casa de la vecina y ahora tienen que salir a la calle porque a la hija la desaparecieron, la cortaron en pedazos como al Mantecol en navidad y tanto los medios como la justicia sellaron la carta con un “lo lamento, estamos trabajando para usted” en el dorso del sobre.
La cultura machista aun vive en el pensamiento de muchas mujeres
A pesar de reconocer el panorama opositor de algunos hombres que aún parecen vivir bajo normas arcaicas, lo que sorprende (sin entender porqué) son las mujeres que cortan el mensaje feminista con el hilo conductor del patriarcado. No comparten los motivos por el cual se decide iniciar una guerra sin precedentes en lo ancho y lo largo del país, no entienden porqué es necesario alborotar el tránsito, pintar las iglesias, llorar lágrimas de sangre para visibilizar causas que corresponden tratarlas “arriba”. Reproduciendo la conclusión de “algo habrán hecho” que se llevó vidas en el pasado, todavía es utilizado por este fenómeno para justificar las vidas que se siguen robando ahora. Las mujeres machistas aceptan las reglas del sistema que las embosca y no se adhieren en la lucha.
Creyentes de que estas desigualdades son consecuencias biológicas y no se trata de una construcción cultural, no cuestionan los patrones de asimetría y comienzan a ver a la otra mujer como su competencia, mientras continúan rindiéndole culto a ese hombre considerado como dios mitológico en la escena conyugal. María Basualdo, filósofa y experta en salud mental, opina con referencia a este personaje de la mujer machista en una columna de opinión de la agencia de noticias Univision: “En la promiscuidad de él, ella es la que provoca, la culpable. La villana de Jennifer Anniston es Angelina Jolie. Como gallinas del mismo gallinero, ella se convierte en lobo de la otra mujer.”
Entonces, el papel del varón que despliega una masculinidad hegemónica, en todos estos casos se asimila al del títere victimario de sus impulsos sexuales. Tal es así, que las mujeres machistas utilizan a menudo términos como “zorras”, “rompehogares”, “motorhome”, para dirigirse a lo que ellas catalogan como su competencia y acudiendo, a su vez, a amenazas, escraches en las redes sociales y demás medidas que enmarca a una relación de infidelidad como decisión individual y no unánime.
La maternidad es otro tema de confrontación cuando se escucha a esas mujeres de Satanás hablar de no desear hijos, y como si tuvieran que necesitar motivos igual explayan qué las llevó a esa decisión. La respuesta no tarda en llegar: que no tiene sentido una vida sin hijos/as, que sólo se aprende a vivir criando, que se asegura una vida de soledad.
Los mandatos sociales tradicionalistas se usan como escudo para seguir consolidando la violencia doméstica. El hombre no renuncia a su vida, es la mujer la que tiene, “porque si”, dedicarse plenamente a la crianza de los hijos/as, enseñarle al niño que sus juguetes son los autos y a la niña que debe ser la encargada de levantar los platos de la mesa cuando la cena termine. Todos tienen un papel premeditado que cumplir para no obstruir los caminos que dan lugar a los valores sociales. Con suerte van a terminar siendo exitosos policías y audaces amas de casa, eso sí, sin jamás faltar a misa los domingos.
Estos temas plantean una analogía que sigue disparando con la gomera fija a la independencia femenina. Si una mujer afronta una carrera, se especializa, crece profesionalmente y logra la propia autonomía, no lograría la aprobación de su género si acto seguido confiesa que no sabe cocinar. – ¿Cocinar y limpiar? Lo puede hacer cualquiera, yo quiero hacer periodismo de investigación. – Sos una inútil, nena. No te vas a casar nunca. – Me lo aseguras, ¿verdad?
Es por eso que si se toca el tema del aborto legal, seguro y gratuito comienza una lluvia de insultos que no recibió ni siquiera el padre Grassi después de abusar a cuanto chico se cruzó por el camino del pastor. No importa si el embarazo no fue buscado, sino causa de una violación, si el hecho de que no sea legal no hace que cada año mueran mujeres por abortos clandestinos, por su condición económica y social. Cualquiera sea el caso lleva el título de “asesina” en la frente, rótulo que ni siquiera tienen los femicidas, que a pesar de sus esfuerzos por querer ser protagonistas de la historia, el foco de los medios masivos y la política hace que la codiciosa víctima se quede SIEMPRE con ambos papeles.
No hay forma de que empaticen con mujeres encapuchadas, que encima (si, encima) pintan los patrulleros porque, ¿con qué necesidad? Los pobres empleados de la justicia lo único que hacen es cuidarles la espalda a los proxenetas que disfrutan secuestrando chicas por la calle y explotarlas sexualmente para rellenar su billetera, pero che, ¿acaso no buscaba eso con la pollera que se puso la otra vez para salir? Automáticamente responde el hombre de al lado – ¿Quién? ¿Tu mujer? – No macho, a mi mujer y mi hermana no las tocas. Las demás si, son todas putas.
Es que son las feminazi, como definen ellos, mujeres y hombres alegando a las atorrantas que participan y encienden los motores una y otra vez para frenar a quienes se creen en condiciones de seguir avasallando los derechos de las mujeres, nuestras mujeres. No es momento de dar clases de historia, ya bastante se trabaja por la justicia y el Estado para también hacerse cargo de la educación. “Holocausto”, búscalo por Google. “Mujeres luchando” no busques porque el primero resultado que te trae el servidor es un montón de mujeres luchando en el barro, que ironía, ¿no? Cuando se siente la victoria ni siquiera “Ni Una Menos” rankea en el buscador más importante del mundo.
Pero esto no termina acá, todavía se está en deuda y le debemos a San Pablo, a Tinelli y al marketing años y años de construcción de estereotipos que banalizan en conjunto la estructura de la mujer. Y si hay quienes en algún momento sentirán en carne propia el amargo sabor del patriarcado, bastará con agudizar los sentidos y escucharlo, el cantito popular que se sintoniza en cada esquina de esta interminable pelea: “Mujer, escucha, únete a la lucha”. El movimiento feminista no divide en escalas y engloba la lucha que interpela a todas las mujeres, por igual.