Sin entradas, sin reconocimiento de la cancha, con el micro apedreado y, finalmente, emboscados en el vestuario. San Pablo le hizo todas a Tigre, que no salió a jugar el segundo tiempo, y la CONMEBOL premió a los brasileños consagrándolo campeón de la Sudamericana.
Un hecho escandaloso como no se veía en el fútbol sudamericano desde hacía décadas. El clima estaba enrarecido desde la mañana del miércoles: hasta horas del mediodía ningún hincha de Tigre tenía entradas, y al equipo no le permitían hacer el reconocimiento de la cancha que es obligación. El partido terminó siendo un detalle, con el San Pablo floreándose al final del primer tiempo, ganando 2-0 y –como es lamentable tradición en Brasil- cargando al equipo rival. Los primeros incidentes fueron al final del primer tiempo entre los jugadores de ambos equipos.
Pero nadie esperaba lo que pasaría al llegar al vestuario: veinte hombres de la seguridad del San Pablo Fútbol Club esperando en la entrada del camarín con la única misión de golpear a los jugadores argentinos. Una verdadera emboscada a la cual después se sumó la Policía Militar, siempre presta a participar en este tipo de hechos. Hubo incluso armas de fuego, y al arquero Damián Albil le dieron un culatazo en el pecho. Las manchas de sangre en las paredes quedaron como prueba irrefutable.
Como no podía ser de otra manera, los jugadores del Matador decidieron no salir a jugar el segundo tiempo. En realidad, no podían. Varios de ellos (por televisión pudo verse a Albil, Rubén Botta, Matías Escobar y Martín Galmarini) estaban golpeados o cortados. Después de media hora de incertidumbre, con la policía bloqueando la salida del túnel, el árbitro decidió dar por terminado el partido.
No se suspendió el partido, sino que se lo dio por terminado. Incluso se armó el famoso podio y se le entregó la copa al capitán Rogério Ceni; es decir,la CONMEBOL premió al San Pablo ahorrándole 45 minutos de la final y otorgándole el campeonato que aún no había ganado en la cancha. Claro, las reglas de los dueños del fútbol dicen que, sin importar lo que ocurra, si un equipo no sale a jugar el segundo tiempo debe ser declarado perdedor. El sentido común, ausente como casi siempre.
El miércoles se recordaba en este mismo medio la historia de Tigre, la posibilidad histórica ante la que se encontraba en el Morumbí. No pudo ser. Se chocó con aquellos que tienen coronita, el chico sufrió todo el maltrato del gigante y tuvo que ver cómo, además, le entregaban medallas. Brasil tiene –y nadie debe ofenderse por esto- el mejor fútbol del mundo, o al menos el más vistoso. También tiene un fútbol lleno de miserias, que a lo largo de su historia se ha vuelto experto en explotar esa patética idea de la “mística copera” según la cual todo vale a la hora de vencer en una copa continental. Y siempre amparado por una confederación que lejos de castigar, premia.