Por Nadia Fink desde Jujuy – @nadia_fink / Fotos por Julieta Lopresto y Nayko
Unas palabras de la líder social presa desde enero, una mirada sobre otra violencia contra las mujeres: la cárcel antes que la defensa justa.
Hace días que en la ciudad de San Salvador de Jujuy el cielo está cubierto por nubes gruesas y oscuras. El frío y la humedad se cuelan y calan hondo. Y lo completa una lluvia finita y persistente: no se termina de saber, a ciencia cierta, si se trata de un efecto climático o si es el ánimo de la gente que se amontona, sube y se mantiene en el aire.
A la suba de precios, a los despidos masivos, Jujuy le suma un miedo que se concretó pronto: la represión de la protesta social, la encarcelación, el amedrentamiento por parte de las fuerzas policiales. Los tres detenidos del Sindicato de Empleados y Obreros Municipales (SEOM) recuperaron la libertad luego de dos semanas presos (“El tema represivo se está agudizando, este gobierno ha implementado los métodos de la dictadura, ha allanado las casas de los compañeros por un conflicto menor, de hecho la carátula es excarcelable”, cuenta uno de ellos, Cristian Romo) por intervenir en una protesta por un conflicto gremial. Ese mismo día, el pedido para que ingresemos a la Penitenciaría de Mujeres de Alto Comedero, donde se encuentra privada de su libertad Milagro Sala, era presentado en la administración del Servicio Penitenciario.
Incursión hasta (las puertas de) la Penitenciaría
La llovizna no deja de caer el domingo, día de visita (al igual que miércoles y sábados). Hacia las afueras de la ciudad se dirigen familiares, compañeros y compañeras de la organización Túpac Amaru a visitar a la líder social presa desde el 16 de enero pasado. En principio, acusada de “instigación a cometer ilícitos y tumulto” relacionado con el acampe que realizaron más de 20 organizaciones sociales nucleadas en la Red de Organizaciones para sostener las reivindicaciones conquistadas por las cooperativas de trabajo. El acampe duró 51 días en la plaza Belgrano, a Milagro Sala la detuvieron en su casa. El 29 de enero, día en que le dieron el cese de detención, el juez Gastón Mercau la detiene de nuevo –y sin otorgarle la libertad con el argumento de que pudiera “entorpecer la normal investigación del proceso”, según el fiscal Mariano Miranda–, fue imputada por “fraude a la administración pública, asociación ilícita y extorsión”.
El ingreso es a las 14, y pueden entrar en tandas de 12 personas. Por eso llegan temprano, hacen fila, se organizan. En la puerta conversamos con Raúl, compañero de Milagro desde hace 20 años. Él cumplirá el horario completo de visita: de 14 a 18. Las y los demás irán saliendo para dejar paso a quienes llegan para el turno de las 16. Los autos vienen cargados con bolsas y cajas plásticas. Es domingo y el almuerzo se comparte a la intemperie; aunque el contexto no sea la casa, la mesa sigue siendo familiar. Además de la larga lista con personas anotadas, consultamos por las visitas especiales por viajes. Esa que se presentó el viernes. Esperamos a un costado, llaman a algún superior. Mientras, otra gente ingresa con comida, tortas, bolsas con ropa: vienen a ver a sus familiares presas. No hay caso: por más consultas y reclamos, el nombre no fue remitido a la guardia: nos quedamos afuera. Desde la defensa aclaran: “Lo venían haciendo sistemáticamente y tuvimos que hacer una denuncia pública. Habían parado, pero lo volvieron a hacer”. Dos certezas atraviesan el pensamiento: que la injusticia llega también a las y los cronistas populares. Y que en las horas en las que estuvimos afuera no ingresó rico alguno a visitar a familiares…
Una justicia a la medida
Cuando el flamante gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, asumió su mandato el 10 de diciembre pasado prometió trabajar “por la unión, la paz y el trabajo de los jujeños”.
Otro de los ítems había sido el “fortalecimiento de la democracia”. Apenas asumido el cargo, el gobernador elevó el número de integrantes del Superior Tribunal provincial de cinco a nueve miembros. En los días siguientes designó entre sus nuevos miembros a dos de los diputados radicales que habían votado a favor de la ley de ampliación, Pablo Baca y Beatriz Altamirano, y a un tercero que también había sido legislador de la UCR, Federico Otaola.
A tono con el gobierno nacional, comenzaron los despidos: desde estatales a empresas privadas. 700 afiliados y afiliadas a ATE fueron echados (según el secretario general, la ministra explicitó que era porque estaban afiliadas/os a ese gremio), cerró la mina La Pirquita, hubo despidos en Aceros Zapla. El miércoles pasado, el Sindicato de Obreros y Empleados del Azúcar rechazó el Plan de Recuperación del Ingenio La Esperanza que había presentado el gobierno. El motivo: “se pretende despedir a 811 obreros de los 1350 que se encuentran en actividad”.
Pero en todo ese contexto lo que más preocupa es el accionar de las fuerzas de seguridad. Cuando Milagro Sala fue a la cárcel, la desarticulación de la organización social persecuciones en autos sin identificación, allanamientos en plena noche, amenazas en la vía pública, represión y, también, judicialización de la protesta social. El miedo se empieza a sentir y algunas personas empiezan a correrse.
Con un puesto de gobierno logrado por el voto, con una justicia que responde a sus intereses, ¿Por qué tanto ensañamiento en que nada quede pie? ¿A qué le tienen tanto miedo?
Una carta desde adentro
Afuera hace frío. A la lluvia que sigue se le suma la humedad de la tierra que parece entrar por los pies y va subiendo lentamente. Algunas salen, otros entran. Quien espera o quien se retira conversa un rato con quienes quedamos afuera definitivamente. “La Flaca se preocupa por los que están afuera, porque no molesten a los compañeros, porque en la casa no está ella, que acomodaba todo. Ella está bien, es una luchadora; ya pasó tantas…”, cuenta una compañera, de las primeras en salir.
“Tal vez la gente se empiece a dar cuenta de qué va a empezar a pasar… el otro día en una marcha los policías nos molestaban porque queríamos hacer una pintada en la calle… ni eso te dejan”, dice otra… y les da bronca el abandono de tantas construcciones: las piletas, los polideportivos.
Milagro se lamenta de que no hayamos podido entrar. Le interesa que se escuche su propia versión, su palabra, en un contexto donde la defensa pareciera estarle vedada. Por eso nos manda una carta con Raúl, unas letras apuradas, escritas con imprenta mayúscula.
“En la historia de nuestra Argentina ya vivida, pareciera que la historia se va a repetir, porque se está usando las mismas recetas de la década del 90. Y para poder lograrlo aquí en Jujuy, comenzaron a meter presos a los luchadores sociales. ¿Cuál es nuestro error? Es defender el trabajo, la educación, salud y vivienda dignos. Nos quieren hacer sentir que somos corruptos porque no nos perdonan que construimos piletas, parques, escuelas, viviendas dignas, centros de salud, y sobre todo es una cuestión de piel”, dicen las líneas.
“Es una cuestión de piel”, queda dando vueltas en el aire. Y vuelvo a pensar en la pregunta sobre a qué le tienen miedo… Milagro es mujer, es negra, viene de la pobreza, y también es indígena. “Tengo claro por qué estoy presa: por un capricho político y porque son racistas”, sigue unas líneas más abajo. Y entonces es inevitable pensar en hacia dónde se inclinan las balanzas cuando las acusaciones de “corrupción” aparecen: el propio presidente, Mauricio Macri, acusado por los Panama Papers (o lavado de dinero) y durante su candidatura, procesado por escuchas ilegales, o el ex candidato a diputado nacional, Fernando Niembro (acusado públicamente de corrupción y “renunciado” por el PRO); igual destino le tocó al candidato a diputado provincial por Jujuy, Dago Pubzolu, acusado de los delitos de administración fraudulenta y balance falso en perjuicio de la Caja de Asistencia y Previsión Social de Abogados y Procuradores de la provincia. A toda esta lista se podría sumar al líder de una comparsa de carnaval con la que Macri festejó el carnaval en Jujuy, en el mes de febrero, cuyo líder es el diputado radical, Humberto López, denunciado por violencia de género hacia su esposa.
Bastan sólo algunos botones, como muestras de que todo lo mencionado pesa a la hora de que un gobierno en el poder ahuyente los fantasmas posibles de pobres organizados y organizadas. De que las brujas ardan en las hogueras del encierro. Y no es que no pueda haber motivos para juzgar tergiversaciones de fondos si los hubiera: el problema es la irregularidad del proceso y la falta de pruebas concretas a más de cuatro meses de su detención.
Es inevitable pensar en el odio de clase, en quiénes están en la cárcel, en quiénes componen los pabellones de mujeres. “La cuestión de piel” vuelve a aparecer. Unos días atrás, en Tilcara, en una charla en el Instituto Superior N° 2, un grupo de mujeres y hombres reflexionaba sobre las elecciones de reinas en los colegios secundarios. Hablaban de la violencia que genera que las chicas sean objeto de exposición, la competencia entre ellas; pero también reflexionaban sobre los estereotipos que triunfan cada año: rubias, altas, delgadas. En su mayoría, mujeres jujeñas, de rasgos andinos y colores trigueños, contaban entre la risa y la incredulidad que muchas veces discriminan a las candidatas por ser “morochas y petisas”.
Milagro asegura, hacia el final de sus líneas: “No voy a bajar los brazos, ni tampoco me voy a callar”. Mientras tanto, adentro de la cárcel, mientras espera una defensa justa, organiza mejores lugares para que las chicas compartan con su familia; o lima asperezas entre grupos desunidos. Y espera que vuelva a ser miércoles (o domingo, o sábado) para que la visita llegue otra vez.