Por Fernando Munguía Galeana y Leandro Gamallo, desde México DF. A poco menos de dos meses de la elección que decidirá al próximo presidente de México, los candidatos presidenciales se midieron en un debate televisivo que no dejó grandes cambios.
30 segundos le bastaron a Julia Orayen, la edecán que eligió el Instituto Federal Electoral (IFE), para absorber el protagonismo del debate en el que participaron los contendientes a la presidencia y dejar en ridículo al organismo encargado de fiscalizar las próximas elecciones. En su polémica aparición inicial, Orayen repartió los turnos sorteados a los candidatos, al tiempo que paseó su escultural figura consagrada por un escote prominente. Las posteriores disculpas del IFE sólo reforzaron algo que ya se preveía: la muchacha tuvo bastante más repercusión que la discusión entre los candidatos.
En una coyuntura que no podría ser más crítica (población diezmada por el flagelo de la violencia y la precariedad, grandes territorios controlados por el crimen organizado, aumento de la pobreza y la desigualdad social y una crisis político-institucional que no se recuerda en los años inmediatamente anteriores), las próximas elecciones enfrentarán a Enrique Peña Nieto, por el Partido Revolucionario Institucional (PRI); Josefina Vázquez Mota, por el oficialista Partido Acción Nacional (PAN), Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la alianza de izquierdas que encabeza el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Gabriel Quadri representante del partido Nueva Alianza.
A lo largo de las casi dos horas que duró el evento, el eje principal giró en torno a los grandes temas de la coyuntura mexicana: la seguridad pública y el desarrollo económico. Con estas cuestiones comenzó Peña Nieto, atacando al gobierno actual por su fracaso en ambos asuntos, aunque sin explicitar una alternativa clara. A juzgar por las posturas del priísta, su proyecto parece más bien una continuidad del modelo actual. Fiel a la política de su partido, afirmó que pretende un “modelo de librecambio con sentido social” y que había que “mantener a las fuerzas del orden donde se necesitan”, dejando en claro que no cambiaría la estrategia de “guerra contra el narcotráfico” lanzada por el actual presidente Calderón, que ya se cobró más de 50.000 muertos en el sexenio. Por si fuera poco, el priísta enfatizó que impulsará la “modernización de PEMEX”, explicitando que se requiere la incursión privada en la empresa petrolera estatal, dejando la puerta abierta a una futura privatización.
Vázquez Mota, por su parte, jugó todas sus cartas a atacar al ex gobernador del Estado de México (Peña Nieto), primero en todas las encuestas. Con una retórica acartonada y errática, la oficialista defendió la política de seguridad actual, abogó por más “reformas estructurales” (incluida una reforma laboral profundamente regresiva que hasta ahora no han podido aprobar en el Congreso) y volvió a promocionar su candidatura como “diferente”, explotando su condición de género (hace unas semanas lanzó una insólita afirmación “feminista”, al declarar que “traigo faldas pero tengo los pantalones bien puestos”).
Por su parte, en su segundo intento por alcanzar la presidencia luego de las impugnadas elecciones de 2006 que “perdió” por el 0,58% de los votos, López Obrador se desmarcó bien de los candidatos del PAN y del PRI a quienes acusó de “representar a los poderosos”, pero desaprovechó una excelente oportunidad de mostrar una alternativa concreta de gobierno. Obrador dedicó todos sus esfuerzos a “informar” sobre las “causas de fondo de la crisis nacional” y concentró buena parte de sus intervenciones en atacar frontalmente a Peña Nieto (a quien caracterizó como “un producto construido por las televisoras”), obviando prácticamente todas las preguntas que en su turno le hacía la conductora televisiva. De todos modos, quedó claro que su propuesta es visiblemente distinta: planteó fortalecer a PEMEX en su carácter estatal, afirmó que “el ejército tiene que ir saliendo de las calles” y atacó al modelo neoliberal que “saqueó a México”, promoviendo una gestión “honesta” del presupuesto, acabar con la corrupción política y los privilegios fiscales, crear 7 millones de puestos de trabajo y combatir de forma urgente la pobreza.
En lo que respecta a la presentación de propuestas puntuales, el que salió con las mejores notas fue el representante del Partido Nueva Alianza, apéndice político del sindicato de maestros, actor que ha apoyado en los últimos años al PRI o al PAN, según las coyunturas. Su candidato, Gabriel Quadri, se presentó afirmando que el debate era “entre tres políticos y un ciudadano”. Desmarcándose del enorme desprestigio que cubre a la clase dirigente mexicana, Quadri capitalizó sus respuestas concretas y de carácter “técnico” en el contexto de un debate caracterizado por la confrontación abierta entre los otros candidatos, que incluso se encargaron de llevar fotos y documentos acusatorios entre ellos. Sin embargo, no pudo ocultar el carácter marcadamente neoliberal de sus propuestas económicas y sociales, al punto de proponer la privatización del sistema penitenciario, emulando el esquema estadounidense. Además, defendió la participación de la iniciativa privada en PEMEX, se opuso a “los modelos populistas” y concluyó que “sin reformas estructurales el país no puede crecer”.
El balance del debate presidencial, en suma, está lleno de claroscuros. Por una parte Peña Nieto salió airoso de los ataques y sigue siendo el gran favorito a pesar de haber perdido algunos puntos en la intención de voto; Vázquez Mota y López Obrador repuntan en menor medida, pero ninguno de los dos supo capitalizar el espacio televisivo para presentar sus propuestas programáticas con claridad. Contra todo pronóstico, el aparente ganador fue Quadri: si antes del debate no llegaba al 2%, las encuestas (siempre sospechosas) del día lunes lo ubicaban con el 9% de las preferencias.
Habrá que esperar al próximo debate a celebrase el próximo 10 de junio para ver si los candidatos nos ofrecen más y mejores propuestas. O si el IFE nos sorprende de nuevo.