Por Red Cetorca. Hay ocasiones en que el lenguaje acierta y la realidad es reflejada por las palabras. Las metáforas pueden ayudarnos o no. Muchas veces algunos comentaristas suelen abusar de ellas y en vez de introducirnos en la comunicación, nos expulsan. Las metáforas, como recurso retórico, nunca son neutras.
Los eventos que acontecen “en-la” humanidad suelen ser mucho más complejos de los que la mayoría de los investigadores desean. Generalmente tratamos de simplificar estos eventos porque así los podemos manipular y dar cuenta de ellos. De esta manera, creemos que podemos explicar –atenti con esta palabra- una guerra o un estallido inflacionario solamente con identificar las variables intervinientes y realizar análisis de covarianza o desarrollar comparaciones entre chi cuadrado, el rho de Sperman, etc. La conciencia –nos dice Henri Bergson- es cómoda y acepta rápidamente todos los artilugios que ella misma se da para no perder tiempo en dudas que la impugnen. Por ello, el lenguaje, que nunca es ingenuo ni neutro, experimenta con juegos (Wittgenstein dixit) para dar cuenta de la complejidad de “lo-social” de una manera que, una conciencia cómoda, pueda captar y no perderse en los confusos meandros de la indagación que puede perderse en sus propios vericuetos. Una de estas maneras esta ejemplificada por la constitución de las metáforas.
Una metáfora es un ardid del lenguaje que supone cierto sentido alterno a lo que se dice. Es un recurso de la retórica por lo que traspolamos, si es que se puede decir así, una imagen por otra porque de esa manera o bien queda más estético o nos ayuda a simplificar con una representación conocida el significado que no hemos podido captar. Una metáfora poética, por ejemplo, es aquella que dice “Tus ojos son dos faroles que iluminan mi existencia” ya que lo propio del farol es iluminar cierto espacio oscuro y, por extensión, cuando decimos que los ojos de nuestra amada/o son “faroles” queremos significar iluminación. Otra metáfora de ojos puede ser “ventanas del alma”. Pero hay otros usos para las metáforas y la ciencia y la política, también el periodismo ya lo veremos, suelen usar, y abusar, de ellas. Cuando pretendemos explicar cierto “funcionamiento” de la sociedad –advirtiendo que ya la idea de funcionamiento es de por sí una metáfora- solemos utilizar la idea de máquina o de organismo (metáfora mecanicista y metáfora organicista) entonces, creemos que, tal como sucede con una máquina, si se le descompone uno de sus componentes, la maquina funciona mal, verbigracia, la delincuencia es explicada bajo esta metáfora al aludir que los delincuentes son componentes que funcionan mal descartando otras interpretaciones más ligadas a la distribución desigual de los recursos sociales o la persecución policial en base a “lo” racial o “lo” ideológico. En el mismo sentido, utilizamos la metáfora organicista para dar cuenta de las íntimas relaciones que existen entre los diferentes órganos de un mismo organismo y, cómo es posible apreciar, estas dos metáforas tienen puntos en común. Una institución social (órgano) no cumple su función porque sus relaciones no son las adecuadas; de esta manera se impugna la intervención del estado en la economía aludiendo que esa intervención interfiere en el “libre juego” del mercado (el organismo “autónomo”). La utilización de ellas es muy usual en ciencias sociales pero es en la política en donde podemos encontrarlas en mucha mayor cantidad. Por razones de espacio, comprenderán, no puedo enumerarlas pero todos somos conscientes cómo y donde operan.
Finalmente, es en el discurso periodístico del fútbol en donde encontramos tal abundancia de metáforas, de todo tipo, que ya no sabemos qué es lo que quiere decir el enunciador/comentarista cuando comenta lo pertinente de él.
Yo acepto de buen grado que el relator, y digo el relator y no el comentarista, abuse del recurso metafórico porque cuando acierta, es una fiesta para los oídos. Recordemos el maravilloso relato de Víctor Hugo cuando Diego le hace el gol a los ingleses y esa maravilla del “barrilete cósmico” que me remitió al rebelde de Pablo Neruda cuando acierta con las bellas metáforas de “Águila sideral, viña de bruma… serpiente mineral, rosa de piedra”. Pero hay ocasiones en que el cocoliche se adueña del comentario y ya la metáfora deja de ser lo que debe ser y pasa a ser un pastiche, un enredo de imágenes superpuestas y tilingas –valga pues mi metáfora- que, en busca del impacto, solo deja traslucir la incompetencia lingüista del comentarista de turno.
Desafortunadamente o no, ya que ello posibilitó en definitiva este escrito, el domingo pasado en ocasión del clásico River-Boca, cuando Vigliano se “come” o inventa el falso penal de Gago, la cantidad de brutas metáforas que intentaron explicar el yerro arbitral han sido de tan poca monta, tan berretas, tan sacadas de contexto, tan poco densas, que algunos de esos comentaristas deberían volver a rehacer, si es que alguna vez lo hicieron, el curso de periodismo deportivo. Todos nos podemos equivocar, y Vigliano se equivocó, no quizás en cobrar el penal, porque finalmente pareció penal, se equivoca en la expulsión pero, metaforizar el resultado del partido debido a ese yerro, es abusar del recurso retórico, Digo, con el estado acuoso de la cancha ¿no hubiera sido mucho más divertido y poético metaforizar esta particularidad? ¿No nos podrían haber sorprendido con metáforas acuáticas y cenagosas ya que el campo de juego daba para ello? No, algunos comentaristas se contentaron con “pegarle” a Vigliano y nos dejaron con un gusto a seco en el paladar.
En fin, las metáforas están allí para hacernos más bello –y más comprensible- el lenguaje. Intentan introducir en el fenómeno de la comunicación algunas vertientes estéticas que no nos hagan aburrido el mismo ejercicio de la comunicación. Pero el saber, la verdad, no se beneficia de ellas porque cada metáfora es una elección. Ellas no son ingenuas y cuando elegimos la metáfora que sea, la mecanicista, la organicista, la del juego, la de la guerra –que es una variante de la del juego- estamos reduciendo el fenómeno que pretendemos estudiar y cualquier reducción del saber va en contra de él mismo. Por eso, yo convoco a los relatores a que experimenten con el lenguaje, que jueguen con él y que inventen metáforas pero no convoco a los comentaristas ya que estos están allí no para darnos cuenta del juego en el campo, sino para acompañar el relato porque los productores creen que somos unos nabos que necesitamos que alguien, el “iluminado”, la “vanguardia esclarecida” nos den las pautas para entender lo que sabemos bien como entender.
No necesitamos, en consecuencia, de comentaristas malamente audaces que inventen realidades inexistentes y que utilicen horribles metáforas para describir la realidad. Sí necesitamos a los poetas y a los creativos que nos pinten la realidad que no vemos y que nos hagan experimentar colores con las palabras y sonidos con las imágenes de un partido de fútbol. Todo lo demás, sobra.