Por Ricardo Frascara
Nuevamente campeón, otra vez goleador de la final, el delantero rosarino de Barcelona volvió a acaparar el fin de semana, y el cronista, aunque enfermo, no pudo sustraerse a la avalancha de llamadas internacionales que lo sorprendieron. Todo por un gol… el GOL.
“¡Hola! ¿Ricardo?”. Era mi hermano que llamaba por teléfono desde su casa de Vancouver. “¡Feliz Aniversario!” (bodas). “Gracias che, no hacía falta que llamaras”, le contesté canchero. “¡No! Es que quería aprovechar para que me contaras algo del gol de Messi”. Se me mezclaron todos los cables. Mi hermano apenas sabe que la pelota es redonda. “¿Qué?”,le pregunté. Entonces me explicó: “Es que compro habitualmente en un negocio de la otra cuadra, y como saben que soy argentino, me felicitaron por el gol… Tengo que comentarles algo”.
Alabado sea Tata Dios. “¿Y vos sabés quien es Messi? –le dije sobrador–. A Messi no se lo puede nombrar en vano”. Se ofendió: “¡Cómo no voy a saberlo! Ignorar a Messi sería como descreer de Chagall”. Y entró en su mundo del arte. “Oíme”, le contesté, “no vi el gol, estoy con gripe y lo único que hice hoy fue brindar con champagne con mi mujer. ¡Le concedí no ver fútbol!”. Y seguí, “chau Jorge, chau, suena mi celular”.
Atendí: “Pá, ¿viste el gol de Messi?”. Era mi hijo segundo, como dicen los japoneses. “Nooo… estoy en cama con gripe…”. Claro, se la dejé picando: “¡¿Y qué tiene que ver?! Andá ya y buscalo en la web, es un espectáculo, una novela entera. Se limpió a toda la defensa. Ese pibe no es de acá”. Yo, mordaz, le dije: “No, es de allá. De Cataluña”. Y entonces, volvió a sonar el fijo: “¡Ricardo! Habla Pablo”. Un amigo desde Miami: “Che, vos que sos experto, ¿cómo se hace eso que hizo Messi hoy?”. Le dije incrédulo: “Pablo, estás en Miami, sos el rey de la buena vida. ¿Qué carajo te importa el gol que Messi le anotó a los vascos en Barcelona, nada menos que en la Copa del Rey. ¿Estás loco?”. Y le corté. Después lo llamo, me dije.
Fui lentamente hacia la compu, con la vista nublada por unas líneas de fiebre y media botellita de champagne. Messi, Messi, ¿estoy condenado? Este tipo me mata, porque realmente, ¿de qué va a hablar uno cuando el sotipe se destapa? Enciendo la máquina maldita y justo entra un mail, es de mi amiga paraguaya que vive en Munich. Textual: “Richard, por favor. Dame tu fono porque mi marido quiere hablarte urgente…”. Se hizo un silencio. Yo no lo conozco al marido, estoy con fiebre en casa, es fin de semana en Alemania también, deben estar chupando cerveza como mendigos, sin pan. “Dale, dámelo. Está loco por hablar con un hombre, aquí no tenemos amigos. Le explota Messi adentro del cuerpo”.
¡Qué lo parió!, me dije, Ahora tengo que hacer de psicólogo futbolero de un tipo desconocido, que está convencido de que en una tarde de primavera en Munich no hay nada más importante que hablar del gol del Piojo divino. ¡Me cagaría! Le di el número y le pedí que me llamara en diez minutos porque en ese momento iba a ver el famoso gol del día en el mundo. “¿Cómo, no lo viste”, me dijo tan campante. “Estás loca –le grito–, si no sabés que el fútbol es un juego de pelota”.
Y entonces vi el gol… como siete veces lo repetí. Lo miré una y otra vez para ver qué mierda hicieron mal estos pobres vascos. Y no descubrí nada. Mandrake, pensé con toda mi alegría infantil.
Entonces fui yo el que llamó a unos amigos en Barcelona. Sería cerca de la una de la mañana de allí. “Joan, te llamé porque supuse que están despiertos”. Contestó a risotadas: “¿Despiertos? Esto es una joda viva. Bocinas, sirenas y uno que otro escopetazo. Hasta algún catalán despistado gritó ‘¡Viva el Rey, carajo!’ (pausa)… Es que lo que ha hecho el Niño, ¡joder!”. No hay caso, me dije, el mundo está loco. Si a Lío se le ocurriera transformarse en Pinocho, de madera, habría suicidios en masa en el planeta. No puedo seguir el tren de esta locura, pensé. No te digo lo que eran los diarios, Marca, es claro: “MESSI ES EL REY LEÓN”, titulaba en la web “después de la Liga y La Copa espera por la champions”. Están todos embalados orejeando el sábado. No hay mesa de tapería donde no se saboree la victoria ante la Juve. Es de locos. Todos los platos son “a la Messi”. Los televisores es lo único que pasan. Un respiro por favor… y me cambio a The New York Times en busca de paz. ¿Qué veo? Una nota de casi media página que explica la victoria de Barcelona y jura que el gol de Messi es una obra del futuro.
Cerré todo, apagué todo, y me fui con un whisky al balcón, con la bufanda de lana de San Lorenzo enroscándome el cuello. Me dije, aprovecho y grito GOOOOLLL, total los vecinos van a pensar que Messi me dejó así. Los colores son los mismos. Otra vez sonó el celular. Era mi hijo: “Pá, sabés que aprovechando el kilombo de la FIFA los ingleses, franceses y alemanes van a pedir oficialmente la desclasificación de Messi (*) de todo los torneos y concursos. Dicen que no puede jugar un ser de otro planeta”.
(*) Durante la temporada actual, que finalizará el sábado en Berlín, el rosarino Lio Messi jugó hasta ayer 55 partidos oficiales con los colores de Barcelona, en los que anotó 56 goles. Y en 23 finales nacionales y europeas, desde su aparición en 2006, anotó 20 goles.